Después del tercer día

Después del tercer día

Este es un diálogo imaginario, pero que pudo suceder, entre el sumo sacerdote Caifás y miembros del Sanedrín, a un mes de la crucifixión de Jesús

TRAS LA RESURRECCIÓN. Jesús en una de sus apariciones. imagenesreligiosas.info TRAS LA RESURRECCIÓN. Jesús en una de sus apariciones. imagenesreligiosas.info
05 Abril 2015

Por Hugo A. Berreta - Para LA GACETA - Tucumán

CAIFÁS: - Los he convocado para darles mi informe mensual, y para que analicemos qué debemos hacer ante una situación que se ha tornado preocupante. Les recuerdo que hace un mes, el día anterior a la Pascua, fue crucificado el blasfemo Jesús de Nazaret, sepultado ese mismo día en una cueva abierta en roca viva, cercana a la ciudad.

Ahora bien, como Jesús anunció a sus discípulos que resucitaría al tercer día, logré que se obstruya la entrada de la tumba con una enorme piedra sellada con una faja, y que una guardia de soldados vigilara el lugar, pero, sin que los soldados lo notaran –tal vez por haber sido adormecidos- la pesada roca fue desplazada y se retiró el cadáver, con la intención de que el pueblo crea en su resurrección. Hemos buscado inútilmente ese cadáver por todas partes, y tampoco pudimos apresar a alguno de sus seguidores, porque están ocultos.

Comprenderán que esta situación nos perjudica en muchos aspectos. Así, en esta reunión hay asientos vacíos, por ausencia de algunos miembros, y otros muestran actitudes extrañas: nuestro ilustre fariseo Nicodemo ha renunciado al Sanedrín y me ha confesado que quiere renacer a una nueva vida espiritual, y el rico saduceo José de Arimatea, conocido de Pilato y dueño del sepulcro, ha comenzado a repartir su fortuna entre los pobres. Además, Judas Iscariote, el discípulo que nos entregó a su Maestro, me devolvió el dinero que le había dado y luego se suicidó; otros dicen que murió despeñado en un barranco. Lázaro y sus hermanas se han ido de Betania y se ignora su paradero, al igual que el de Barrabás, quien seguramente continúa haciendo fechorías. En cambio, aquel labriego que ayudó a Jesús a cargar la cruz, proclama a la gente ignorante que una llaga que le produjo el leño en un hombro tiene poderes milagrosos para curar enfermedades…

MIEMBRO I: - Escucha, Caifás, ¿no hubiera sido más fácil matar a Jesús por lapidación la noche que lo detuvimos?, pocos se hubieran enterado y no tendríamos estos problemas… en vez de eso lo exhibimos por toda la ciudad y lo hicimos más popular.

MIEMBRO II: - Menos mal que conseguimos que muera a manos de los soldados romanos; así no cae sobre nosotros la sangre de su ejecución.

MIEMBRO III: - Pero ése es un engaño muy torpe, porque todos saben que Pilato no quería su muerte y tuvimos que obligarlo, dando dinero a muchos para que excitaran a la multitud.

MIEMBRO I: - Además, ¡qué argumento absurdo usamos para que Pilato se decida!: que el reo ponía en peligro el orden establecido por Roma, o sea atacaba a nuestro odiado enemigo, que nos oprime con un yugo intolerable. Por eso, he notado ahora miradas de reproche y recelo en algunos de los que agitaron a la multitud.

(Varios miembros del Sanedrín asienten con la cabeza).

CAIFÁS: - Creo que sus críticas son injustas, porque en el juicio a Jesús estuvieron casi todos de acuerdo en que debíamos dar un escarmiento público que sirviera de ejemplo para los falsos mesías que con frecuencia alborotan al pueblo y producen levantamientos que acaban en desastres. Por eso les expliqué que había recibido una inspiración de Dios, que me decía que convenía la muerte de un hombre para salvar a la nación. Reconozco que el hecho de no hallar el cadáver del reo nos preocupa: han disminuido mucho las visitas al Templo y a las sinagogas, y por lo tanto las ofrendas y los tributos que tanto necesitamos. Por eso no he podido reponer el velo de telas finas y costosas que oculta al Sancta Sanctorum, que una mano impía desgarró en toda su altura la tarde que murió Jesús. He tratado estos temas con mi suegro, Anás, y lo noté irritado y muy nervioso; me dijo que ahora Pilato lo trata con frialdad, y ha adoptado la extraña costumbre de lavarse a cada rato sus manos, como si las sintiera sucias; para eso un soldado lo acompaña siempre con un recipiente con agua. También se ha vuelto más cruel, porque sabe que Tiberio no está satisfecho con su gestión y pronto lo reemplazará, pero siempre los nuevos procuradores agravian a nuestra religión para provocar reacciones que justifiquen una brutal represión. Y presiento que no pasará mucho tiempo antes de que las legiones romanas nos ataquen, porque el Iscariote me contó que su Maestro predijo que el Templo será destruido totalmente. Por eso he ordenado esconder en lugar secreto y seguro a nuestra Arca de la Alianza, de manera que nunca sea encontrada por otro pueblo. Doy por terminada la sesión, pero antes les aclaro que tengo mucha confianza de hallar el cadáver de Jesús, porque pronto llegará a Jerusalén Saulo de Tarso, joven y brillante fariseo, a completar los estudios que iniciara con Gamaliel, nieto del famoso Hillel; Saulo es celoso de nuestras tradiciones y por eso aborrece y persigue a esa secta. Quiero que viaje a Damasco, donde hay familias que pertenecen a la misma; tengo la certeza de que encontrará el cuerpo de Jesús y sabrá proclamar su hallazgo a todos los pueblos, judíos y paganos, de la región. Con ello evitaremos que esta naciente chispa se expanda y se convierta en un fuego imposible de sofocar.

(Luego se dispersaron, lentamente, con las primeras sombras del anochecer),

© LA GACETA

Hugo A. Berreta - Ingeniero, escritor.

Publicidad
Temas DamascoRoma
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios