China se fue sin decirme cómo contar historias

China se fue sin decirme cómo contar historias

Le preguntaron una vez a la cuentista argentina Ana María Shua qué hubiera sido si le hubiera tocado vivir en una época donde la palabra escrita aún no hubiese sido inventada. La autora de “Los devoradores” respondió que hubiese sido la narradora de la aldea, una de esas mujeres custodio de leyendas y mitos fundacionales, que se sentaban junto al fuego, a desgranar relatos. Igual hubiese sido cuentista.

El periodista Alberto Salcedo Ramos considera que a las mejores historias no hace falta inventarlas, que están ahí, en el mundo real, y que uno puede recogerlas como quien junta flores, armar un ramillete y entregarlas a los lectores. En su Colombia natal, afirma, la tradición del relato oral está encarnada en el alma del pueblo. Es una especie de deporte nacional, así como en Argentina el fútbol se juega en cualquier esquina, vereda o patio, en Colombia todo el mundo tiene una historia para contar y un público dispuesto a escuchar.

Si hubiera podido alguna vez hacerle una entrevista a China Zorrilla, le hubiera preguntado cuál era su secreto para contar anécdotas con una gracia tal que podía mantener al público con los ojos fijos y la boca abierta hasta que ella terminara de hablar. Aunque no recopiló en un libro sus historias de vida, sí hizo un espectáculo con el que recorrió el país. Durante una hora y media, con una mesita, una jarra con agua y una taza de té por toda escenografía, recordaba -sin un suspiro de por medio- cómo conoció a un jovencísimo Dustin Hoffman (y le tuvo pena, pobre, con esa pinta quería ser actor) o encaró a una banda de negros gigantescos que la seguían por Central Park.

Creo, sin embargo, que la gran China me hubiese contestado que hay cosas que escapan a toda técnica. Uno puede leer a Horacio Quiroga y su “Decálogo del perfecto cuentista”, puede tomar consejo de Edgar A.Poe o escuchar a Julio Cortázar; nada asegura que, a la hora de arropar a nuestros críos y contarles el cuento de antes de dormir podamos mantener su atención más allá de unos minutos. La única manera, parece, es seguir, siempre, contando historias.

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