La misteriosa niña del País de las Maravillas

De ojos insondables como un abismo, la pequeña aristócrata inglesa fue la obsesión de Lewis Carroll que la inmortalizó en su famosa obra literaria

LA MUSA. Alice como mendiga, en la famosa foto tomada por Dodgson. LA MUSA. Alice como mendiga, en la famosa foto tomada por Dodgson.
Gustavo Martinelli
Por Gustavo Martinelli 30 Mayo 2014
Alice Liddell (1852-1934) fue tal vez la primera mujer en ser inmortalizada en una obra infantil. Su historia, desconocida por muchos, es casi tan misteriosa como una novela de G.K Chesterton. Misteriosa y polémica.

La pequeña tenía tan sólo cinco años cuando conoció al matemático, diácono anglicano y fotógrafo Charles Lutwidge Dodgson, conocido en el mundo de la Literatura como Lewis Carroll. Los testigos de ese encuentro contaron después que esa niña, de ojos tan insondables como un abismo, hechizó de inmediato al joven. Y que de ese hechizo nació una de las obras más emblemáticas de la literatura infantil: “Alicia en el país de las maravillas”.

Alice era la cuarta hija de Henry Liddell, decano de la Iglesia de Cristo de Oxford y se crió en compañía de sus dos hermanas más queridas, Edith y Lorina. Con ellas inició, ya en la adolescencia, un largo viaje por Europa durante el cual entabló un romance fulminante -y clandestino- con el príncipe Leopoldo, el hijo más joven de la reina Victoria de Inglaterra. Aunque muy discutida, la evidencia sobre estos amores ilegítimos es, sin embargo, poderosa: el príncipe bautizó Alice a su primera hija mujer, y fue padrino del primer hijo varón de Alice Liddell, llamado -curiosamente- Leopold.

Una relación particular
Pero no fue precisamente con el príncipe inglés sino con el mismo Dodgson que Alice inició su más extraña travesía. El diácono y profesor de Oxford, ya convertido en Lewis Carroll, había entablado una gran amistad con la familia Liddell, en especial, con la pequeña Alice.

El vínculo más estrecho entre ambos surgió en la tarde del 4 de julio de 1862, cuando Dodgson, de casi 30 años, llevó a Alice de apenas 10, Edith de 8, y Lorina de 13, a un día de campo. La mañana no podía ser más hermosa: un sol optimista desplegaba su paleta de colores sobre la campiña de Oxford e invitaba al juego sin freno. Para entretener a las muchachas, y acaso para superar el mareo que le produjo un largo paseo en bote, Dodgson comenzó a inventar historias; relatos fantásticos, sin pies ni cabeza, sobre una niña llamada también Alice, que inconvenientemente tropieza y cae en la insondable madriguera de un conejo. Como se supo años después a través del diario personal de Dodgson, la historia de Alicia fue inspirada por ese brillo insondable de los ojos de la pequeña Alice, un pozo que al parecer no tenía fin...

Esa historia descabellada, por supuesto, deslumbró a las niñas. A tal punto que Alice, fuera de sí, convenció a su padre para que le pida a Dodgson que la escriba en un borrador para que las niñas puedan leerla antes de ir a dormir. Los meses pasaron, hasta que a mediados de diciembre de 1862 Dodgson se presentó en la casa de los Liddell con un inesperado regalo de Navidad: un voluminoso manuscrito titulado “Las aventuras subterráneas de Alicia”.

Esa fue, en rigor, la primera versión de la famosa historia infantil. Claro que aquel manuscrito contenía pasajes que luego fueron convenientemente desechados. Y, como la historia había despertado tanto interés, Dodgson (es decir Carroll) concluyó que el manuscrito tenía en realidad un potencial mayor. Por eso se dedicó a depurar la trama y definir mejor a los personajes.

Hasta que, el 31 de mayo de 1863 (mañana se cumplen 151 años), “Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas” fue publicado con las hermosas ilustraciones de John Tenniel. El éxito fue inmediato. Tanto, que en 1871 apareció una secuela: “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, que no tuvo tanta aceptación.

La polémica
Claro que la publicación del libro no estuvo exenta de controversia. Algunos biógrafos aseguran que entre el escritor y la pequeña Alice existió una especie de vínculo abominable. Otros, en cambio, sostienen que la relación fue meramente platónica, y que jamás pasó de una amistad sincera. Pero lo cierto es que las fascinación que Dodgson sentía por Alice quedó plasmada en las numerosas fotografías que el autor le tomó a la niña.

Además de ser profesor en Oxford, Dodgson era un exquisito fotógrafo. Y Alice fue, tal vez, su principal modelo. En uno de los retratos -que perdura en el Museo Británico-, la niña aparece disfrazada de mendiga, mirando fijamente a la lente mientras extiende la mano pidiendo limosna. En otra foto Alice, ya de 16 años, aparece sentada en un sofá, junto a sus hermanas. En sus ojos puede adivinarse ese abismo insondable que inspiró a Dodgson.

De cualquier forma, la relación entre la niña y el escritor se cortó abruptamente en junio de 1863. Nadie sabe muy bién por qué. Al parecer los Liddell detectaron algunas anomalías en la personalidad de su hija, y culparon al escritor. Pero esa teoría nunca pudo ser comprobada. Más aún: la página del diario íntimo de Dodgson, fechada en el momento de la ruptura, fue arrancada y jamás apareció.

Alice terminó casada con un millonario y tuvo tres hijos. Los dos mayores murieron durante la Primera Guerra Mundial. El menor, en cambio, dilapidó la fortuna familiar en fiestas y viajes.

En 1926, acosada por las deudas que le generaba el tren de vida de su hijo, Alice subastó aquel viejo manuscrito que Dodgson le regaló a los Liddell en Navidad. El cuaderno pasó por varios coleccionistas privados, hasta que fue expuesto en el centenario del nacimiento de Dodgson en 1932. Alice, ya de ochenta años, participó de la ceremonia. Algunos testigos pudieron certificar entonces que sus ojos efectivamente eran insondables como un abismo; aunque nadie supo especificar si aquella profundidad era producto del amor o de un trauma infantil que nunca pudo superar y que se llevó a la tumba. Un enigma que tal vez nunca llegue a resolverse.

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