Una matriarca que bregó por la salud de generaciones enteras. Una referente de la curandería que se hizo pueblo. Sus manos poseían un don que contenía llantos de dolor. Una fe estricta y una generosidad que se convirtió en mito. “La Mamá Carmela cerró sus ojos pero seguirá viva en el recuerdo”. La frase, pronunciada por Marisa Jorrat, se convirtió en un rezo comunitario que le puso voz al sentir de los tucumanos.
Doña Carmela Pisano de Aráoz falleció ayer a los 85 años de edad y sus restos fueron inhumados en una casa de servicios fúnebres de la capital. Pasado el mediodía, la sala se llenó de gente. Allí, el luto dejó el hábito propio de las tragedias y mostró rostros agradecidos. Había lágrimas de añoranza: Carmela despertó nostalgias porque es una leyenda de Yerba Buena.
El anecdotario se hizo presente en su despedida. Josefina Robles se acercó para dejar un adiós: “la puerta de su pequeña sala estaba siempre abierta. Uno tocaba y al instante aparecía esta buena mujer presta para compartir sus recetas hogareñas que curaban la paletilla, el susto y la ojeadura”, rememora la vecina de Plazoleta Mitre. La descripción de esta escena es lo que acontecía todos los días en el Boulevard 9 de Julio al 1.908. Allí, una casa con un aura especial se distingue de las demás. ¿Por qué? porque durante los 360 días del año se podía ver una fila infinita de niños, jóvenes y adultos que aguardaban para ser recibidos por La Carmela.
Esta es la escena que este cronista alcanzó a observar un día de septiembre del 2013 cuando esperaba bajo la sombra del viejo gomero que está frente a su casa. A eso de las seis de la tarde, apareció una mujer que cargaba a un pequeño de tres años. La sanación no se hizo esperar, duró unos minutos. “Le tiró el cuerito, le rezó al Sagrado Corazón de Jesús, hizo la señal de la cruz sobre su estómago y terminaron los pataleos”, expresó la madre, que dio a entender que las mandarinas eran una tentación para su hijo y que una travesura ‘voraz’ había sido el origen del malestar. Cuando Carmela Pisano se desocupó, un cronista buscó entrevistarla, pero no hubo suerte. Argumentó: “siempre fui reservada porque al Señor no le gusta la fama. Si cuento cuál es mi magia puedo perder el don”.
Carisma y bondad
Carmela nació un dos de febrero de 1929 en su casa paterna de avenida Aconquija y Bascary. Se casó con Edmundo Ernesto Aráoz y conformaron un hogar cuando trabajaron como caseros en la ‘quinta de los Quintana’. Genaro Aráoz cuenta que su madre recibió el poder gracias a una anciana que vivía cerca de lo que hoy es el Centro Dr. Ramón Carrillo. “Pienso que Dios le dio el don porque era buena. Poseía un carisma que movilizaba a toda la familia y al vecindario. Era una matriarca que tenía sus santos en la boca”, rememora su hijo. Adrián Moya, el peluquero de La Carmela, dijo: “La consideran como nuestra mamá. Ella se convirtió en una leyenda de Yerba Buena porque la abuela sanó a todo el mundo. Yo siempre le hacía un corte tradicional, era femenina y le gustaba festejar”.
Treinta años atrás, Marisa Jorrat vivía en el Ingenio Leales. Por recomendación de su cuñada comenzó a llevar a sus hijos Gabriel y Fernando a “lo de la Carmela” para que los tratara de ‘la ojeadura’: “los traía cuando les dolía la cabeza porque decían que la jaqueca venía cuando alguien quería ver a tu bebé y no podía hacerlo. Cuando ocurría, iba a la curandera para que les acomodara los huesos de la cabecita y con eso sanaban. Era creer o reventar”, contó.