No se metan con Riddick

No se metan con Riddick

Traicionado y abandonado a su suerte en un planeta desértico, lleno de bichos espantosos, Riddick emprende la batalla diaria por la supervivencia. El arribo de una banda de cazadores de recompensas puede cambiar por completo las cosas.

Vin Diesel es un agradecido de Riddick, personaje que abordó en una película de clase B a fines del siglo pasado y derivó en una franquicia que abarca desde filmes a videojuegos. Le debía este regreso a la pantalla, y qué mejor que emprenderlo con el mismo director de las entregas anteriores: David Twohy, el que mejor conoce al indestructible antihéroe capaz de ver de noche y de enfrentarse a monstruos de toda clase sin que le tiemble el pulso.

Ni Riddick ni Vin Diesel son expresivos. No estamos aquí para eso. La historia nos lleva al planeta en el que Riddick es abandonado por orden de Vaako (brevísima aparición de Karl Urban). ¿No está servido en bandeja el próximo capítulo? ¿O no va a vengarse Riddick de quien lo traicionó?

Las cosas se animan con el arribo de dos naves. Una transporta a los cazarrecompensas que van por la cabeza de Riddick. La otra encierra una porción de su pasado. Una perlita: la banda de cazadores son todos de origen español. Santana, el líder, es interpretado por el catalán Jordi Mollà.

En ese mundo árido e inhóspito hay criaturas horribles al acecho. A la fuerza, Riddick aprenderá a enfrentarlas. Y en algún caso, a domesticarlas. Eso sí: para sus enemigos no hay tregua.

La historia es extremadamente simple y la película, demasiado larga. Los actores economizan gestos. De los diálogos -y de la voz en off de Riddick- no hay mucho que esperar. No obstante, estas desventuras de Vin Diesel, bien lejos de los autos rápidos y furiosos, funcionan en la medida que hace su trabajo callado y con la máxima eficacia.

A un tipo capaz de oponerse a un gigantesco bicho asesino con un palo en la mano no queda otra que respetarlo.

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