El empuje de un comedor comunitario

11 Noviembre 2013
Se suele creer que el ejemplo debe venir de arriba hacia abajo. También se escucha con frecuencia que aquellos que más tienen deben ayudar a los que menos o nada poseen. Pero en ocasiones, la iniciativa surge desde abajo y no necesariamente como una acción solidaria consciente, sino por el solo hecho de compartir la vida. Ello sucede en el comedor "El rincón de los chicos de La Olla", que funciona en Yerba Buena, donde los sábados se alimentan alrededor de 60 chicos, a los que se suman los cinco del matrimonio que lo administra.

Nació como centro recreativo en 2006, y desarrollaba su labor en una pieza que le prestaba el aeroclub; allí se efectuaban las reuniones, almuerzos y los talleres. Funcionaba con donaciones privadas y el apoyo del Banco nacional de Alimentos. El matrimonio Díaz Pasayo ofreció su humilde casa y la actividad se trasladó allí. De lunes a viernes, ella trabaja como empleada doméstica y su marido barre los cordones en San Miguel de Tucumán.

"Esto no es una acción solidaria, es parte de la vida. Así debemos vivir. A mis hijos les digo que si hay un pedazo de pan, es para compartirlo. Aquí las necesidades son muchas", afirma Elsa Pasayo.

Para brindarles mayor comodidad a los pequeños comensales, decidieron construir una habitación. Hasta el momento han conseguido algunas chapas y ladrillos. Como no tienen dinero para pagarle al albañil, este pidió que su paga fuera un plato de comida. Les faltan más ladrillos, materiales para la construcción, una puerta, una ventana, mesas, bancos, un ventilador.

La mayoría de los padres de los chicos que asisten al comedor son desocupados. Los hombres que no lo son reciben planes sociales y hacen changas. mientras que las mujeres se emplean en el servicio doméstico, sus hijos andan solos por las calles. Los problemas sociales se reflejan en el embarazo de las adolescentes, por lo general, a los 15 años, o en el consumo de bebidas alcohólicas.

Una jubilada que colabora con el comedor señala que el objetivo es que los chicos se hagan amigos y aprendan a integrarse a la sociedad. "Queremos que se diviertan. Que cada sábado sea un día de fiesta. Que rían, que canten y que coman juntos", afirmó. El centro cuenta con el apoyo de una trabajadora social, una destacada escultora, así como de voluntarios, una psicóloga, una nutricionista y un antropólogo.

Estas iniciativas que nacen en lugares con el sello de la pobreza y el desempleo ponen de relieve la capacidad de las personas para sobreponerse a adversidades de todo tipo y trabajar en función de los niños, haciendo realidad aquello tan declamado de que deben ser "los únicos privilegiados".

Como señalamos en alguna otra oportunidad, el Estado debería brindarles a estos centros comunitarios no sólo apoyo económico. Podría desarrollar programas de salud, así como actividades culturales y deportivas. En una provincia con tantos recursos naturales como Tucumán, no deberían existir, por cierto, los comedores. Y aunque ha transcurrido más de una década de esa debacle económica que sumió en la desesperación a millones de argentinos, estos siguen existiendo y son un reflejo de la realidad.

El matrimonio Díaz Pasayo es un ejemplo de generosidad y de solidaridad y comparten con los otros lo poco que materialmente tienen, pero también lo mucho que poseen: el amor.

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