Es padre, abuelo y ahora también será sacerdote

Es padre, abuelo y ahora también será sacerdote

Tras el fallecimiento de su esposa, Carlos Salica decidió entregarse totalmente a Dios. El mes próximo se ordenará sacerdote

DIÁCONO PERMANENTE. Junto a su esposa y a sus hijas desarrolló una intensa labor eclesiástica en los barrios más pobres de la ciudad y el interior. LA GACETA / FOTO DE HECTOR PERALTA  DIÁCONO PERMANENTE. Junto a su esposa y a sus hijas desarrolló una intensa labor eclesiástica en los barrios más pobres de la ciudad y el interior. LA GACETA / FOTO DE HECTOR PERALTA
- " Viejo, ¿qué vas a hacer cuando yo muera?"

- "¿Y si yo me voy antes?"

- "No... Dios no va a querer porque aquí hacés mucha falta: bautizás, das la comunión..."

- "¡No te confundás, vieja! Todo lo que hago es porque vos me estás sosteniendo. El día que te vayás me voy a entregar completamente a Dios, porque yo sé que en mi primera misa vamos a estar los tres: Dios, yo y vos".

Apagaron la luz del velador y se quedaron un largo rato en silencio y a oscuras. Carlos Salica y su mujer, Rosa Chávez, no imaginaban la vida del uno sin el otro. ¡Mucho menos después de 46 años de matrimonio! Ella siempre lo preparaba para afrontar las cosas más difíciles. Y no iba a ser esta vez una excepción. El 16 de septiembre de 2011, después de despedirse de sus hijas y de él, pidió la unción de los enfermos y cerró los ojos para viajar a la eternidad.

Carlos cumplirá su promesa y el 22 de noviembre se ordenará sacerdote. Sólo tendrá que dar un paso más porque era diácono desde el 27 de junio de 1997. Lo había ordenado monseñor Carlos Ñañez cuando era obispo coadjutor de Tucumán. En aquella ocasión se habían consagrado siete tucumanos, pero sólo quedaron dos, él y un célibe (soltero) que nunca quiso ser sacerdote. Otros tres fallecieron y uno se perdió en las nebulosas del corazón. "Ya sin mi esposa no había impedimento para el sacerdocio, según el Derecho Canónico", explica el hombre de 66 años, alto y flaco, de cabeza cana y ojos emocionados.

El cáliz del futuro padre Carlos va a ser muy especial: "va a llevar estos dos anillos - dice mostrando el que todavía lleva en el dedo anular y el de su mujer-; van a estar fundidos como testimonio de nuestro amor. Siempre he dicho que el amor de los esposos es la continuación del amor de Dios", dice entornando los ojos para concentrarse.

La casa donde vive es modesta y tiene un pequeño jardín en la entrada. Adentro no hay rincón donde no haya un ramo de flores o la imagen de la Virgen. En una vitrina, entre las copas de cristal, asoma la foto del padre Martín Martín Martín, director espiritual de Carlos y amigo entrañable de la familia. Las tres hijas, Susana, María Inés y Carla, miran a su padre con evidente orgullo, sonríen en forma permanente igual que Mauricio, el esposo de Carla, y que Marcos, el nieto mayor. Florencia, la nieta de siete años, come galletas sin parar y Celina, la de tres años, sólo quiere jugar. "Yo mismo bauticé a mis dos nietas y casé a una de mis hijas. ¿Qué más le puedo pedir a Dios?", suspira. Por eso siempre digo que esto es pura misericordia", dice y la voz se le quiebra. Susana, la mamá de Marcos, aprovecha para contar cómo eran esos días en que toda la familia estaba unida. "Íbamos a las capillas más humildes. Mi mamá tocaba el órgano, mi papá hacía la Celebración de la Palabra (que no es la misa, porque esa es una función del sacerdote) y nosotras , las hijas, cantábamos en el coro", recuerda sonriente.

Sacrificio y comunión
Para llegar a ser diácono, Carlos estudiaba de noche y trabajaba de día. "Estudié durante cinco años en la Escuela de Ministerios Laicales y Diaconado Permanente, que ahora está cerrada. Entraba a las seis de la tarde y salía a las 12 de la noche. Es una lástima que no la abran, porque a mucha gente le gustaría entrar. Uno puede servir a Dios de tantas formas...", dice el futuro presbítero.

Fue profesor y director del Colegio Sagrado Corazón. Pero al mismo tiempo ofrecía su servicio en la iglesia, casaba y bautizaba en los lugares más lejanos, adonde no llegaba el sacerdote, ayudaba a los párrocos y se metía en los barrios a predicar y a repartir la comunión. Como los sacerdotes, los diáconos son trasladados hacia donde más falta hacen. Así, fue durante 15 años a una humilde capilla de Pacará; ocho años a otra de San Andrés, y otros tantos a los templos de San José, Nuestra Señora de las Gracias, San Roque y del Espíritu Santo, del barrio Padilla.

¿De dónde sacaba fuerzas para hacer todo: ocuparse de la familia, el trabajo y la Iglesia? Carlos sonríe con picardía y explica: "es como cuando uno se enamora. Uno hace cualquier cosa por la persona que ama. Hay que enamorarse de Cristo, abandonarse en los brazos de Dios, para poder ver las maravillas que Él hace en nosotros. Lo que pasa es que nos cuesta poner la confianza en Dios. Por eso decía San Felipe Neri: 'Señor, yo confío en vos, pero, por favor, vos no te confiés tanto en mí, porque te puedo fallar'. Sí, somos humanos. Nos cuesta confiar y abandonarnos", predica en tono sereno.

"Le cuento una anécdota: mi hija mayor era chiquita y le había dado una septicemia. Estaba grave, en terapia. Reuní a la familia alrededor de un altarcito que teníamos en casa y nos pusimos a rezar. Al otro día tenía que ir a trabajar y a la tarde ir al campo porque yo era ministro de la comunión. ¿Cómo me iba a ir si mi hija estaba tan mal? Pero además ¿cómo iba a dejar a la gente sin la comunión? ¡No sabía qué hacer! Estábamos en la novena de los difuntos y mientras rezaba escuché una voz en mi corazón que me decía: 'hacé lo que yo te pido, yo voy a cuidar de los tuyos'. Entonces me fui al interior, llorando, pero me fui. Y cuando regresé, la niña había salido de peligro y estaba muy bien. Así aprendí a confiar en Dios y es lo primero que voy a enseñar".

Esposo y diácono
"Antes estaba a media máquina, tenía que servir a mi familia y a Dios al mismo tiempo. Hay que tener un gran equilibrio emocional y mental para lograrlo. Ahora, a partir de mi ordenación como sacerdote, voy a hacer una entrega de tiempo completo, lo que no significa que vaya a abandonar a mi familia. Como cualquier otro sacerdote que tiene su día de descanso, veré a mis nietos e hijas un día a la semana", dice feliz Carlos Salica.

Frases que conmueven

- ¡No le puedo fallar!.- "Cuántos hay con muchos más méritos que yo, pero Dios me eligió a mí. Entonces no le puedo fallar. Es por pura misericordia que me eligió a mí y tengo que ser un hijo agradecido". 

- "Mi primer seminario".- "He aprendido que el primer seminario es la familia, donde se vive y se siembra la fe. Por eso es que muchos quieren combatir la familia, porque es ahí donde se forman los valores". 

- "¿Celosa yo?".- "Una vez le preguntan a mi mujer: '¿no te da celos que tu esposo ande en la iglesia rodeado de mujeres?' 'No, para nada', contestó ella. 'Yo sé que para él primero está Dios y después estoy yo. Así debe ser' ". 

- La lección de dos ancianos.- "Ibamos visitando casa por casa con un seminarista, hasta que llegamos a una especie de tapera. Había una pareja de ancianos. Cuando destapamos la caja y mostramos la Eucaristía, los dos se arrodillan y empiezan a rezar ¡Hacía 20 años que nadie los visitaba! Tenían 60 años de casados y todos los días rezaban juntos el rosario. Cuando nos vamos del lugar, el seminarista me mira y me pregunta por qué lloraba. Le respondí que allí junto a esos viejitos aprendí más que en el seminario".

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