El celibato, una cuestión pendiente

Desde que asumió como Sumo Pontífice, Francisco ha dado muestras de que la Iglesia puede ser más flexible de lo que algunos piensan. No sólo dejó a muchos con la boca abierta cuando dijo que lo importante no era ser católico, sino buena persona. También lo hizo cuando explicó que la Iglesia no le daba la espalda a los divorciados y cuando rechazó sistemáticamente los lujos y comodidades que le confiere su título de cabeza de esta institución.

El celibato es un tema sobre el que tarde o temprano el ex cardenal Jorge Bergoglio deberá sentar una posición. Hace un par de meses, el número dos del Pontífice, el designado secretario de Estado del Vaticano, monseñor Pietro Parolin, señaló que la exigencia celibataria para ser sacerdote "no es un dogma y se puede discutir porque es una tradición eclesiástica".

Sin embargo, todavía nada se dijo de rever estos votos que hoy son obligatorios para los religiosos: sacerdotes y monjas. El celibato tiene raíces profundas dentro de la Iglesia y volver hacia atrás significaría una verdadera revolución.

Parolin declaró luego de sus dichos: "a veces parece, y no sé si exagero, que Francisco va a revolucionarlo todo, va a cambiarlo todo". Por el momento, los cambios no han tocado las estructuras profundas de la Iglesia. Más bien han tendido a estrechar lazos ecuménicos, a rechazar lo que aleja a Dios de los hombres y a rescatar valores universales que unen a católicos con quienes no profesan esta religión.