Autorretrato de una infancia cruel

Autorretrato de una infancia cruel

Wolff es un hábil cronista que ha dado con el tono preciso para contar una historia de demolición que no decae .

SARCÁSTICO. Lo que conmueve en la autobiografía de Wolff es la falta de indulgencia con la que se mira a sí mismo. FOTO DE RODRIGO RUIZ CIANCIA SARCÁSTICO. Lo que conmueve en la autobiografía de Wolff es la falta de indulgencia con la que se mira a sí mismo. FOTO DE RODRIGO RUIZ CIANCIA
13 Octubre 2013

Novela

Vida de este chico

TOBIAS WOLFF

(Alfaguara - Buenos Aires)

Toby y su madre viajan en un auto humeante hacia Utah. Huyen del hogar paterno y se dirigen a la ciudad buscando el dinero del uranio. La madre cree que allí comenzará una nueva vida. Pero pronto se reencuentra con su antiguo amante Roy y las cosas no siguen el curso de la felicidad.

Así comienza Vida de este chico. Como una novela familiar rocambolesca y afiebrada, Wolff cuenta las peripecias con su padre ausente, las aventuras de su madre generosa y sufriente, del padrastro cruel, de la hermana blanca y rojiza de la que se enamora, del amigo homosexual y del que ha violado a una chica, del profesor entusiasta y snob. Los parientes y amigos entran y salen del libro y conforman un mapa de las relaciones familiares en los años cincuenta de Estados Unidos. Con esmero y sin pudor, la novela arma un diagrama punzante y detallado de la sociedad norteamericana en unos pueblos perdidos del Oeste.

Lo que conmueve en la autobiografía de Wolff es el humor negro, el sarcasmo y la falta de indulgencia con los que se mira a sí mismo. La lupa corrosiva ataca los episodios y los transforma. Un mero viaje de caza con Roy, una excursión con los exploradores, una conversación descansada con su madre, una pelea con su amigo Arthur, una discusión con Dwight, su padrastro: todo es objeto de contenida y ácida reflexión. Wolff mira los hechos con detenimiento y no se limita a narrar. Saca de ellos el jugo del arte, del análisis moral y de la melancolía.

Tobias Wolff es un hábil cronista que ha sabido encontrar el tono preciso para contar una historia de demolición que no decae y que encuentra, en algunos intersticios, no la luz sino la rendija breve por la que se filtran la esperanza y la sonrisa frente a la crueldad de la vida. Como en sus mejores cuentos, como en su crónica-ficción Vieja escuela, Wolff combate la simplicidad y retrata con suspenso oportuno, detallada descripción y análisis justo. En dosis precisas, Wolff recorre el camino de la ambigüedad moral, el difícil sendero que mezcla la pericia narrativa, la descripción de los hechos dobles y la crónica analítica y despiadada.

© LA GACETA

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Fabián Soberón

Fortuna

Fragmento de Vida de este chico*

Por Tobias Wolff

Habíamos salido de Sarasota en mitad del verano, justo después de mi décimo cumpleaños, y nos dirigíamos al Oeste bajo unos cielos encapotados y mortecinos que se ponían negros y estallaban y se despejaban sólo el tiempo suficiente para dejar en el aire una gasa de vapor. Atravesamos Georgia, Alabama, Tennessee y Kentucky, deteniéndonos para que se enfriara el motor en pueblos donde la gente se movía con lentitud artrítica y hablaba con lenguas gordas y estranguladas. Vagos con los dientes podridos rodeaban el coche y ofrecían cacahuetes a la señora yanqui y a su hijito, discutiendo entre ellos acerca de los mejores atajos. Las mujeres levantaban la vista de sus parterres de flores cuando pasábamos o nos miraban desde sus porches, unas veces impasibles, otras saludándonos con una inclinación de cabeza y un movimiento de su abanico.

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Cada dos horas, el Nash Rambler se recalentaba. Mi madre no cesaba de rascar en la pequeña subvención que le habían dado para buscar el uranio, pero ningún mecánico era capaz de arreglarlo. Lo único que podíamos hacer era esperar a que se enfriara y luego continuar hasta que se calentaba de nuevo. (Mi madre llegó a odiar este cacharro hasta tal punto que poco después de que llegáramos a Utah se lo regaló a una mujer a la que conoció en una cafetería.) Por las noches dormíamos en habitaciones donde los faros de los coches se arrastraban por las paredes y los mosquitos cantaban en nuestros oídos, incesantes como los neumáticos que gemían en la carretera. Pero nada de esto me molestaba. Estaba prendido en la libertad de mi madre, en su goce de esa libertad, en su sueño de transformación.

* Alfaguara.

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