"Las interpretaciones son juicios que las personas hacemos, todo el tiempo sobre los hechos y situaciones que vivimos a diario y también sobre las personas con las que nos relacionamos. Estos juicios son miradas que hablan más de quien las emite que de la persona o situación a la que están dirigidas, y darse cuenta de esto nos trae tranquilidad, ya que si alguien hace una interpretación desfavorable de mí , eso vive sólo en esa persona", destaca la coach ontológica Sara Cardozo.
Un claro ejemplo de esto es la historia de Gastón, de 45 años, casado, padre de tres hijos, quien había empezado con mucho entusiasmo a trabajar como encargado en un negocio de comidas de su primo. Sin embargo, a los pocos meses ya no se sentía tan bien. Estaba incómodo, y empezó enojarse mucho con su primo. "Sentía que me controlaba de manera excesiva, en lo que recaudaba, en las cosas que se usaban para el negocio, en todo. Y yo pensaba que él no confiaba en mí, y que hasta me creía un ladrón", cuenta Gastón.
Decidió "cortar por lo sano" y cambió de trabajo. Pero también se alejó del ámbito familiar. "Eso también me ponía mal, porque mi mamá es hermana de la madre de mi primo, pero yo no quería ni verlo, seguía muy enojado con él", revela.
"Mi esposa, Marisa, se dio cuenta de que me pasaba algo. Cuando le conté, me sugirió que hablara con una amiga de ella. Mi primera reacción fue de incredulidad, porque no me imaginaba cómo el coaching ontológico me podía ayudar. Pero ella insistió tanto que me convenció. Así conocí a Sarita", añade.
Paso a paso
Fue entonces que las cosas empezaron a cambiar para Gastón. "Empezó a hacer preguntas. Y en primer lugar me hizo reconocer la diferencia entre los hechos y las interpretaciones. Entonces me di cuenta de que lo que yo decía respecto de que mi primo no confiaba en mí, que creía que yo era un ladrón, era la interpretación que yo hacía de la conducta de él, porque él no me había dicho nunca esas cosas", reflexiona.
Y después, Gastón pudo diferenciar que los hechos que le habían generado tanto enojo se habían producido en el ámbito laboral y no en el familiar. Y que no tenía otras experiencias, en otros ámbitos fuera del laboral, en que él hubiera interpretado que su primo desconfiaba de él. "Al contrario, me di cuenta de que en nuestro vínculo como familia él siempre había demostrado que tenía confianza en mí", puntualiza.
Después profundizaron un poco más. "Trabajamos el tema del enojo y buscamos que había detrás de esa emoción. Mi conclusión fue que me sentía muy desilusionado. Sarita me recomendó leer un cuento de Jorge Bucay, 'La tristeza y la furia' (publicado en esta página), que me ayudó mucho", agrega.
De ese modo, Gastón se dio cuenta de que quería mantener la relación familiar con su primo, porque habían estado juntos desde chicos. Pero que, en lo laboral, tenían modelos diferentes, por lo que no podría volver a hacer negocios con él.
"Entonces lo llamé y lo invité a tomar un café. Pude contarlo todas las cosas que había sentido, lo que estaba sintiendo y cuáles eran mis proyectos. Él me dijo que no desconfiaba de mí, sino que controlar así era la forma en la que había aprendido a manejar el negocio. Y que también quería seguir la relación familiar. Fue un gran alivio para mí, un final feliz que yo no esperaba", advierte.
Apropiación
Sara propone "apropiarse" de los juicios. Es decir, cuando uno va a dar una interpretación, hacerla propia usando frases como: "es lo que yo pienso", "en mi opinión…", "a mi juicio…".
"Tener esta concepción deja de manifiesto que aunque creo firmemente en mi opinión, reconozco que no es la única y que puede no ser la más adecuada. Esto equivale a practicar la humildad, que colabora mucho para tener relaciones positivas y saludables, y lograr una de las más hermosas metas que se pueden tener en la vida: un mundo más amable", concluye.
Un testeo muy simple
"Preguntarse por qué cierra posibilidades, en cambio el para qué abre nuevas realidades"
"Desde el coaching ontológico hay una serie de preguntas que ayudan a fundamentar las interpretaciones. Preguntar por qué no resulta beneficioso, ya que esta pregunta trae aparejada muchas explicaciones o excusas, por ejemplo: 'no es posible', 'no va a andar', 'en otro momento', 'ya intenté… pero'. Es decir, un variado repertorio de frases que cierran o matan posibilidades", afirma la coach Sara Cardozo. "Una pregunta poderosa es para qué -añade-, 'para qué digo esto', 'para qué hago esto'. Si la respuesta que me das te trae una emoción agradable, entonces tenés que seguir adelante, pues eso te abrirá posibilidades", resalta. Para finalizar dice: "la posibilidad nunca es un hecho, sino que abre nuevas realidades, y muchas de nuestras realidades del presente fueron ideas consideradas como imposibles en el pasado".
"La tristeza y la furia", un cuento de Jorge Bucay que ayuda a reflexionar
En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizá donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta...
Había una vez...
Un estanque maravilloso.
Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...
Hasta aquel estanque mágico y transparente se acercaron la tristeza y la furia para bañarse en mutua compañía.
Las dos se quitaron sus vestidos y, desnudas, entraron en el estanque.
La furia, que tenía prisa (como siempre le ocurre a la furia) sin saber por qué se bañó rápidamente y, más rápidamente aún, salió del agua...
Pero la furia es ciega o, por lo menos, no distingue claramente la realidad. Así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, el primer vestido que encontró.
Y sucedió que aquel vestido no era el suyo, sino el de la tristeza...
Y así, vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calmada, muy serena, la tristeza terminó su baño y, sin ninguna prisa, con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla se dio cuenta de que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo. Así que se puso la única ropa que había junto al estanque: el vestido de la furia.
Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada. Pero si nos damos tiempo para mirar bien, nos damos cuenta de que esta furia que vemos es solo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad, está escondida la tristeza.









