Por Carlos Páez de la Torre H
19 Julio 2013
BENJAMÍN ARÁOZ. Monumento en su memoria, inaugurado en 1917 en la avenida de su nombre y que fue inexplicablemente demolido. Era obra de Juan B. Finocchiaro, quien aparece en la foto. LA GACETA / ARCHIVO
La muerte súbita del gobernador de Tucumán, doctor Benjamín Aráoz, en 1895, causó verdadero estupor. Aráoz, médico de de 38 años, cayó sin vida en el Cabildo, justo cuando los invitados iban a sentarse en el banquete por el centenario del general Gregorio Aráoz de La Madrid.
Por cierto que el triste suceso convirtió en luto la gran fiesta que se había programado. El ex gobernador y literato Silvano Bores, escribió al respecto una página poco conocida.
"¿Debió morir? ¡Quién sabe! Si la vida es movimiento y cada existencia tiene su órbita, la muerte es una compensación. Si, por el contrario, es germen de anteriores generaciones y uno 'se va' antes de tiempo con la cabeza llena de ideas y el corazón vacío de sangre -mientras otros inútiles existen- la duda, rebelión del ser intelectual, abre los labios y maldice el sepulcro con cierto desprecio por la vida: como ave crepuscular sin luz ni sombra, con un ala en el día, con la otra en la noche".
Seguía: "En los dos casos, el mismo viaje: camino del cementerio, pero distinto recuerdo. Los primeros, cómodos, digeridos por la tierra, son átomos de polvo recogidos, confundidos y dispersos por el viento. Los segundos, detenidos y guardados por los afectos contemporáneos, sobreviven, renacen en otros cerebros, continúan actuando en plena salud intelectual y moral".
"Aráoz no fue un genio -sol sin ocaso del pensamiento inmortal- pero se puede señalar el corto y limpio camino, donde el día y la noche, al darse la mano, esparcieron tranquila luz de tarde sobre su tumba, para que Tucumán lo recuerde por los tiempos de los tiempos".
Por cierto que el triste suceso convirtió en luto la gran fiesta que se había programado. El ex gobernador y literato Silvano Bores, escribió al respecto una página poco conocida.
"¿Debió morir? ¡Quién sabe! Si la vida es movimiento y cada existencia tiene su órbita, la muerte es una compensación. Si, por el contrario, es germen de anteriores generaciones y uno 'se va' antes de tiempo con la cabeza llena de ideas y el corazón vacío de sangre -mientras otros inútiles existen- la duda, rebelión del ser intelectual, abre los labios y maldice el sepulcro con cierto desprecio por la vida: como ave crepuscular sin luz ni sombra, con un ala en el día, con la otra en la noche".
Seguía: "En los dos casos, el mismo viaje: camino del cementerio, pero distinto recuerdo. Los primeros, cómodos, digeridos por la tierra, son átomos de polvo recogidos, confundidos y dispersos por el viento. Los segundos, detenidos y guardados por los afectos contemporáneos, sobreviven, renacen en otros cerebros, continúan actuando en plena salud intelectual y moral".
"Aráoz no fue un genio -sol sin ocaso del pensamiento inmortal- pero se puede señalar el corto y limpio camino, donde el día y la noche, al darse la mano, esparcieron tranquila luz de tarde sobre su tumba, para que Tucumán lo recuerde por los tiempos de los tiempos".
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