02 Julio 2013 Seguir en 
Hasta 1913, "Guerra y Paz", de Lev Tolstoi, tenía el privilegio de ser la novela más larga de la literatura moderna, superando en páginas a "Los hermanos Karamazov" y a cualquier otro novelón que se pusiera sobre la mesa. Pero aquel año se inició una leyenda literaria que despojaría a "Guerra y Paz" del lugar de privilegio: Marcel Proust publicaba el primer tomo, "Por el camino de Swann" (de unas 500 páginas), de la novela más larga de la literatura; luego vendrían otros seis tomos.
Si bien sería un error considerar que la originalidad de la obra de Proust es su extensión, es ello justamente lo primero que se le impone al lector y también la principal razón por la que no tiene, justamente, lectores (en gran cantidad).
Los siete tomos asustan, pero resulta así si se somete la lectura a un mero criterio de "¿qué extensión tiene?" La obra literaria extensa siempre va a intimidar, tal vez porque algunos lectores sienten que no podrán terminarla, o porque les tomará mucho tiempo, o porque esa masa voluminosa de páginas amenaza con ser aburrida y densa.
Pero quienes se animan encuentran la experiencia, entre otras, de la permanencia prolongada en un mundo imaginario. La obra de Proust proporciona una larga estancia, en la que poco a poco todo empieza a poblarse. A diferencia de muchas otras grandes obras, esta nos inserta, transfigurada en forma de autobiografía, en un relato en el que el tiempo se expande y se contrae, y que por el influjo de su fluir configura y desfigura personajes, sentimientos, pensamientos, cosas y lugares, haciéndolos aparecer y desaparecer como en la vida misma.
Ninguna otra novela ni sensitiva ni intelectivamente produce en el lector tal sensación de la temporalidad, todo se mueve con los signos del tiempo, pero para lograr tal efecto se requería una vida, que fue la que le costó a su autor.
Elías Canetti, otro gran escritor, compraba libros para refutar la muerte, pues tal acto supone que los leerá y por lo tanto que vivirá. Leer "En busca del tiempo perdido" es una opción optimista entonces, y brinda la posibilidad de experimentar un tiempo literario absolutamente único.
Si bien sería un error considerar que la originalidad de la obra de Proust es su extensión, es ello justamente lo primero que se le impone al lector y también la principal razón por la que no tiene, justamente, lectores (en gran cantidad).
Los siete tomos asustan, pero resulta así si se somete la lectura a un mero criterio de "¿qué extensión tiene?" La obra literaria extensa siempre va a intimidar, tal vez porque algunos lectores sienten que no podrán terminarla, o porque les tomará mucho tiempo, o porque esa masa voluminosa de páginas amenaza con ser aburrida y densa.
Pero quienes se animan encuentran la experiencia, entre otras, de la permanencia prolongada en un mundo imaginario. La obra de Proust proporciona una larga estancia, en la que poco a poco todo empieza a poblarse. A diferencia de muchas otras grandes obras, esta nos inserta, transfigurada en forma de autobiografía, en un relato en el que el tiempo se expande y se contrae, y que por el influjo de su fluir configura y desfigura personajes, sentimientos, pensamientos, cosas y lugares, haciéndolos aparecer y desaparecer como en la vida misma.
Ninguna otra novela ni sensitiva ni intelectivamente produce en el lector tal sensación de la temporalidad, todo se mueve con los signos del tiempo, pero para lograr tal efecto se requería una vida, que fue la que le costó a su autor.
Elías Canetti, otro gran escritor, compraba libros para refutar la muerte, pues tal acto supone que los leerá y por lo tanto que vivirá. Leer "En busca del tiempo perdido" es una opción optimista entonces, y brinda la posibilidad de experimentar un tiempo literario absolutamente único.
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