El kirchnerismo en el diván

El kirchnerismo en el diván

El caso del gobierno argentino está más para ser resuelto en un diván que en las intrincadas arenas de la política. Amante de los embrollos y paranoico por naturaleza, invariablemente se niega a reconocer la realidad y todo lo que lo roza es siempre culpa de los demás y por eso mismo, todos los que ponen palos en la rueda son enemigos a destruir. En tanto, la Presidenta huye hacia adelante sin decir palabra o contando por Twitter historias que no reflejan el padecer de la gente y que muchas veces suenan a frivolidad. De allí que, a medida que abre frentes de conflicto con todo el mundo, al Gobierno se lo note alterado, pegando palos de ciego y peligrosamente encerrado en el propio laberinto que se ha sabido construir. Lo que en otros gobiernos son dudas, en este es tozudez.

Estas características de su esquizofrenia quedan a la vista: mezcla las variables, utiliza unas y desecha otras, pero está claro que todas ellas forman parte de una matriz común que terminan enredando las historias y demorando soluciones.

En la semana actuó de la misma manera, aunque con matices diferenciados, en el caso que involucra a Lázaro Báez, en su avance sobre la Justicia, en la disputa diplomática que abrió con las Naciones Unidas por la opinión de una Relatoría sobre la independencia judicial y hasta en las operaciones que imaginó, enlazado con la nacionalidad de la relatora, por parte de su nuevo enemigo oculto, Brasil. No es para nada menor este último punto y aunque suene exagerado, tal como se ha dicho, que la presidenta Dilma Rousseff huyó despavorida después de la última reunión con Cristina Fernández, tras no haber llegado a ningún acuerdo inmediato en los casos de Vale y de Petrobras ni en cuestiones comerciales, se trata de algo bien crítico por tratarse de quien se trata. Brasil es, junto a la soja, desde hace años una de las dos locomotoras de la economía.

Lo objetivo es que lejos de los Estados Unidos, de casi toda Europa, de los organismos financieros internacionales, de la OMC, del Club de París, del Ciadi, ahora de la ONU, si se dinamita este último puente, la relación de la Argentina con el mundo habrá literalmente cesado.

Hasta Uruguay, país que quiere tener en 2014 fronteras abiertas para bienes y personas con Brasil, viene reflejando el malestar con la Argentina, a través de las innumerables advertencias del presidente José Mujica. Pero en ninguno de estos casos han quedado expresados con tanto patetismo los padecimientos del Gobierno, como en lo que le está sucediendo con el dólar.

Más allá de los graves hechos económicos que han dado origen a la rebelión contra el peso, la solución pasó hasta ahora por un emperramiento supino, ni siquiera por una cuestión dogmática. La lógica indica que, a través del Banco Central, mañana, antes de las 10 de la mañana, o quizás hoy por la noche para diluir los golpes que va a recibir desde el programa de TV de Jorge Lanata, el Gobierno tendría que anunciar algún cambio en las reglas de juego para sacar de la incertidumbre al mercado cambiario.

Es lo que razonablemente debería esperarse después del raid que ejecutó el dólar durante las últimas cuatro jornadas hábiles, de 9,35 a 10 pesos sin escalas. Es lo que le pidió el mercado desesperadamente el viernes último, sobre todo cuando lo acogotó con el tope de dos dígitos: que abandone la pasividad, que reconozca la inflación, que se olvide de alabar por un rato los supuestos logros y que reaccione. El clamor que se escuchaba entre los operadores era que actúe, en todo caso como Hamlet, que sea coherente en su locura, pero que haga algo, lo que sea, de una buena vez.

Los pasos formales se cumplieron ese día, con algo parecido a un equipo económico, aunque raleado, se supone que poniendo frente a Cristina Fernández las opciones a tomar para salir del atolladero. Lo normal en estos casos es que los presidentes digan: "Si lo mejor que se puede hacer es esto, trabajen durante el fin de semana y el domingo hablamos", fórmula para ganar tiempo, para consultar por afuera a otros expertos y para buscar coberturas políticas. Con el kirchnerismo nunca se sabe, ya que todos esos manuales han sido incendiados.

Amado Boudou, más devaluado que el peso en su credibilidad ante el mercado, salió a negar el problema. En una gran simplificación, atribuyó el derrumbe del castillo de naipes a "una cuestión muy marginal y muy especulativa que tiene que ver con muy poquitos argentinos, no más de 100 mil o 200 mil, sector de ingresos muy altos que está en un juego especulativo".

Esta podría ser la opción que más chance tenía de ejecutarse hasta ese momento, ya que se sabe que ni el vicepresidente ni nadie dice nada en el Gobierno sin la bendición máxima. Para el mercado fue insuficiente, ya que no hacer nada no es una opción y le dio al dólar el empujón para llegar a los 10 pesos.

Con esta variable anulada por la pulseada con el mercado, quizás se le hayan presentado a la Presidenta un par de cartas más en los extremos, probablemente alguna que implique una radicalización que avance hacia la nacionalización del comercio exterior, con un cierre total de acceso a las divisas para todo el mundo. Nunca falta un ultra dispuesto a jugar esas cartas en nombre del modelo, aunque nada indica que Cristina vaya a ir por ese lado.

Es menos probable que, del otro costado, se haya propuesto dejar flotar el tipo de cambio en libertad, pero no por ser una variante peligrosa en este tan delicado momento, sobre todo si no se ajustan torniquetes fiscales y monetarios integralmente, sino por cuestiones ideológicas. Tras estos descartes, seguramente se barajaron otros caminos básicos: un ajuste del dólar oficial (o devaluación del peso), que podría ser con un primer salto este lunes y luego con movimientos diarios, o con el anuncio explícito o implícito de un mayor ritmo devaluatorio, que se ubique por encima de la inflación y no de 18 % como hasta ahora.

De las dos posibilidades, la primera sirve para achicar la brecha y para darle por un tiempo mayor competitividad a las exportaciones, lo que motivaría algo más a la liquidación de divisas a quienes están reteniendo mercadería y, desde ya, mayores tensiones inflacionarias. Pero este camino se invalida por sí solo, si no es parte de un plan que apunte a estabilizar el actual desmadre de todas las variables. En este sentido, algo ha pasado en estos diez años que hay que tomar en el debe del modelo. Nunca se lo reconocerá, pero el superávit fiscal que tanto cuidaba Néstor Kirchner se transformó en déficit, un "rojo" que aún sería mucho peor de no mediar los aportes del Central y la Anses.

La base monetaria aumentó 750 %, mientras que la inflación ya lleva ocho años con tasas de dos dígitos y las tasas para los ahorristas son negativas. De allí, la recurrente fuga de divisas que intentó frenar el Gobierno echándole más nafta al fuego con el control de importaciones y con el cepo cambiario, ideado para tapar otros de sus grandes pecados, el déficit de la balanza energética, que este año se puede llevar en pagos al exterior U$S 12 mil millones. La gran sospecha del mercado, entelequia que las autoridades no entienden, es que no hay fondos en casi ninguna parte, sobre todo reservas internacionales, porque se gastaron y no se dice. Es lógico: quien miente con el Indec no tiene crédito para lo demás.

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