Larga vida al rey del cuarteto

Larga vida al rey del cuarteto

"La Mona" Jiménez cerró el carnaval de Ranchillos frente a unas 30.000 personas. Alcohol, baile y pintura hasta el anochecer.

SHOWMAN. La Mona cantó dos horas. Repasó sus hits: Beso a beso, Bum Bum, Otra vez... SHOWMAN. "La Mona" cantó dos horas. Repasó sus hits: "Beso a beso", "Bum Bum", "Otra vez"...
11 Marzo 2013
Sin contar los manoseos con témpera, predominaron tres cosas en la meca del carnaval: cerveza, cuarteto y escopetas policiales que nunca abrieron fuego, pero que estuvieron ahí, al acecho y mal disimuladas, entre los 250 efectivos que vigilaron un "pueblo en movimiento", como reza el eslogan de la localidad y que, por cierto, es bastante acertado. Anoche Ranchillos se transformó en el "Woodstock villero", según Pablo, un diseñador gráfico que dijo "presente" en la multitudinaria bailanta popular. Y hacía alusión a la caravana de vehículos (autos y motos) que se desplazaban a la tarde-noche por la ruta 302 y que estacionaban en cualquier lugar, como ocurrió en el legendario festival de rock que tuvo lugar en una granja neoyorquina, en agosto de 1969.

El carnaval tucumano se despidió con alarde tropical y se transformó en un evento antológico en cuanto a convocatoria, parecido al superclásico que disputaron la semana pasada San Martín y Atlético. Unas 30.000 personas se amontonaron en el Club San Antonio de Ranchillos, según los organizadores del espectáculo. Varios jugaron en los charcos de barro que se formaban en los laterales de la cancha, otros compraron cerveza a $20 y, si bien procuraban beber hasta la última gota, no se molestaban en derramar los vasos llenos sobre las cabezas sudorosas de quienes evitaban el baile.

Y el motivo de tanto descontrol, aunque hubo ambulancias y dotaciones de bomberos en las inmediaciones, fue un músico con apodo animal. Carlos "La Mona" Jiménez fue el nombre que más se pronunció anoche. Damas Gratis y Daniel Agostini ya habían realizado su número en el escenario techado. A Benjamín "El Mocho" Urueña, vecino de Barrio Villa Obrera, poco y nada le importaron "esos sketches". "La Mona es el pueblo. La Mona canta la verdad", dijo, y calmó su sed con un largo trago de vino, a la espera de su "dios". Mara, un travesti que enchastraba con pintura a todo aquel que la mirara, aseguró que el rey del cuarteto es parte de un complot que pronto saldrá a la luz. "Todo el mundo lo quiere", reflexionó. El taxista Miguel Saracho, en tanto, se compraba un "chori " a $10, mientras esperaba a sus pasajeras que se habían ido a comprar nieve artificial a la estación de GNC. "Hoy (por ayer) hice tres viajes hasta acá. Les he prohibido a los clientes que tomen birra adentro del auto. Cuando viene 'La Mona' trabajo como particular y es una changa que me salva el día", contó.

El dueño de la estación de GNC, Alberto Melián, reveló contento: "en media jornada de laburo pude vender los cigarrillos que habría vendido en tres meses".

Hubo un par de peleas esporádicas entre fanáticos ansiosos; hubo baños improvisados al costado de la ruta, en la cancha, en las tribunas. Hubo choripaneros, como Ramón Quiroga, que prepararon sus propios embutidos. "He faenado a un chanchito de raza New Jersey, que se llamaba 'La Mona' (en honor al cantante), para hacer los chorizos", aseguró.

A las 20.37, Juan Carlos Jiménez Rufino subió al escenario especial vestido de deidad azteca, un tanto circense. Y cantó "Paloma Loca".

"¡Cómo me gusta estar en Tucumán!", gritó. Luego vino la ovación -"Olé, olé, olé, olé, Mona, Mona"- y la aclaración de un malentendido. "Esta mañana escuché en una radio local que me había agarrado un infarto, pero estoy pipí cucú. ¿Saben qué pasó en realidad?" -pregunto el músico-. "Tuve un accidente mientras andaba en bicicleta".

El público pedía un tema, "La Mona" lo cantaba. El recital terminó a las 22.45. "Vinimos en familia. Entramos todos como pudimos en el Renault 12 de mi viejo y valió la pena", explicó Manuel Ortiz, que llevaba en "upa" a su beba.

Después del cuarteto cordobés llegó Cachumba. La caravana de vehículos volvía a moverse. Afuera del club todavía se vendía comida. Algunos autos estacionados se transformaron en boliches. La gente bailaba al rededor. Daniel Rodríguez, que se había tatuado a "La Mona" en el hombro, dijo fascinado: "lo encaré y le pregunté si era dios, ¿entendés? Y no me contestó. Se empezó a reír". Él también estaba contento, bailaba y pintaba.

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