No tentarás al Señor, tu Dios

No tentarás al Señor, tu Dios

17 Febrero 2013
El fin que tiene la Cuaresma es que cada hombre pueda encontrar a Cristo. Se trata en este tiempo de restablecer la imagen y semejanza con Dios, desfigurada por el pecado. El hombre que hay que salvar es el hombre dotado de inteligencia, voluntad y libertad: una inteligencia viciada por el error, una voluntad inclinada al mal y una libertad impedida de ser ejercida por las pasiones que la rodean.

La tentación del hombre de hoy 
Después de su bautismo en el río Jordán, Jesús es tentado por el demonio. De este modo sabemos que Cristo conoce el combate entre el alma que quiere permanecer fiel a Dios y el Espíritu malo que trata de embaucarla y de conducirla al pecado. 

¿Qué es la tentación? "Es el encuentro entre la buena conciencia y el atractivo del mal: es el engaño por el que el mal asume la máscara del bien, la confusión entre el bien y el mal. Este equívoco puede estar continuamente ante nosotros, tiende a hacernos juzgar que es bueno aquello que, por el contrario, es pecado" (Pablo VI).

Cristo rechaza una triple tentación de sensualidad, ambición y orgullo. Coincide esta con la triple concupiscencia que San Juan dice haber en el mundo: "Concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida" (1 Jn 2,16).

¿No son estos los enemigos que nos acechan constantemente? La situación se hace más grave si es cierto que el hombre actual ha perdido el justo criterio del bien y del mal, el sentido del pecado.

El hombre de hoy es capaz de convertirse en defensor de cosas malas con tal de sostener el propio placer, sobre todo para justificar el adulterio. ¿No instituyó la Ley del aborto? Para vivir la comodidad de educar a sus hijos, ¿no cierra las fuentes de la vida? Se acaba de este modo por autorizar todas las expresiones de la vida inferior; el instinto se impone a la razón, el interés al deber, la ventaja personal al bien común.

Quien ya no tiene en cuenta la ley del Señor, de sus mandamientos y preceptos, y no los siente ya reflejados en la propia conciencia, vive en una gran confusión y se convierte en enemigo de sí mismo.

Reflexionemos
¿Cómo reaccionar ante la tentación? Ejercitando la prudencia y la fortaleza. Debemos decidirnos por el bien, la virtud, el deber y por las promesas hechas. Somos hijos de Dios, que nos ayudará en la batalla: "Confortaos en el Señor y en la fuerza del poder..." (Ef 6,10). "Te llevará en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras"; "Pues todo el que invoca el nombre del Señor se salvará". 

La lucha da dignidad a la vida cristiana y nos asegura el premio: "Bienaventurado el hombre que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman" (Sant 1,12).

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