¿Qué es eso del relato?

El término suele ser empleado en el discurso político para descalificar, por su falsedad, a las críticas. Los relatos buscan explicar el mundo, sus acontecimientos o una de sus facetas. Jamás un relato podrá describir exhaustivamente los miles de matices de la "realidad" pero todo grupo social acude a alguno en el que intenta cobijarse.

02 Septiembre 2012
En los últimos tiempos -en particular en el discurso político- escuchamos reiteradamente el término "relato". Se habla de la falsedad o arbitrariedad de tal relato -oficialista u opositor-. La referencia a él tiene una fuerte carga negativa. Un relato, en ese contexto, es una historia falsa, un discurso que, cargado de intencionalidad, desconoce la patencia de la "realidad" que habla por sí sola. Ahora bien, ¿qué es la realidad? Ante esta pregunta se han inclinado perplejos todos los sabios de Occidente. La filosofía, el psicoanálisis, la economía, la física, las matemáticas, han sostenido diversos sentidos del vocablo "realidad"; imaginemos cuanto más confuso puede ser "relato".

Pero comencemos por el principio. Relatar es narrar y proviene del latín "explicar". La etimología orienta; es una historia con la cual se hace inteligible un acontecer del mundo. Por ejemplo, en vez de señalar la luna, contamos -con un relato- su condición de satélite de la tierra, tal como lo muestra la ciencia; pero hay otros relatos sobre la luna que hablan del rol que jugó su condición femenina en los mitos arcaicos. Ambos son relatos pero no tienen los mismos mecanismos de verificación. A uno lo sostiene la ciencia y su capacidad de refutación; esto es, de buscar evidencias contrarias a ese relato; si las encuentro (la luna no es satélite), el relato cae; si, por el contrario no las encuentro, se confirma la hipótesis, sostiene el epistemólogo Jorge Estrella.

El otro relato, el del mito, en cambio, no tiene modo de ser verificado. Simplemente se lo acepta o se lo rechaza, por lo cual queda la duda sobre sus límites de veracidad. Eso sí, ambos pretenden ser portadores de sentidos -científicos o simbólicos- para su grupo social y se reflejan en acciones humanas.

El hombre es palabra, pero su palabra no es simple, límpida y transparente, como se cree. La filosofía se ha ocupado en señalarlo. Narrar, hacer un relato, es construir una trama mediadora que enlaza hechos entre sí para hacer comprensible y cognoscible los acontecimientos del mundo. Anclado en el lenguaje narrativo, los hombres configuran sus experiencias e interpretan su entorno a través de relatos. Toda tradición comienza con historias orales.

El lenguaje no es espejo fiel de la realidad, es un relato metafórico, una mirada situada y comprometida con el punto de vista de cada sujeto. Nuestro mundo social y valorativo -tejido con ellos- narra sucesos profanos y sagrados, importantes para nuestra existencia. De modo inevitable, entonces, el relato comporta en sus pliegues tradiciones, experiencias y sueños de cada grupo social. Cada cual tiene un relato en el que intenta cobijarse para vivir. No hay mucho más.

Los matices
En el mundo de la política -como en otros ámbitos discursivos- ninguna de las partes tiene acabada razón porque tampoco hay "una" realidad patente y clara. Así, al haber distintas narraciones, debemos comprobar el límite de su veracidad. Siempre hay indicios de ese límite que nos revela el valor de un relato en política, religión o en el universo de los valores. Ese límite lo marca la posibilidad de vivir mejor en nuestra sociedad. Es decir, es probadamente mejor el relato de la democracia que el de dictadura; el de respeto a los derechos que el de su avasallamiento; el de reconocimiento de la libertad y la dignidad del individuo que el de su esclavitud. Estos relatos que configuran y diseñan una sociedad son los que influyen en sus acciones. De ello depende el mundo en el que nos toca vivir.

Las tradiciones de los pueblos, a pesar de su aparente fragilidad -son sólo palabras-, cobijan de la intemperie y dan forma a la acción. Pero también son estas palabras el testimonio de nuestros severos límites, porque la realidad siempre será inagotable. Jamás un relato podrá describir exhaustivamente los miles de matices, colores, sentimientos, horrores o magnificencias que la "realidad" despierta en cada uno de nosotros. Felizmente, la realidad supera al hombre y eso hace, al mismo tiempo, que podamos cambiar los relatos acerca de ella, verla desde otro lugar. Y, tal vez, aprender a elegir, repetir y expandir aquellos relatos que nos proyectarán -en nuestro frágil destino- como ciudadanos más dignos y libres.

© LA GACETA Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía, miembro de la Academia de Ciencias Morales, Políticas y Jurídicas de Tucumán.

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