La inflación, eje de una disputa de poder entre Cristina y Moyano

La inflación, eje de una disputa de poder entre Cristina y Moyano

El mal de todos los males es la inflación. A partir de tan tenebroso instrumento, que permite al Estado cobrar a los tenedores de pesos un impuesto forzoso e injusto, se puede explicar el fundamento de los problemas económicos y sociales en los que se metieron el Gobierno de Cristina Fernández y el titular de la CGT, Hugo Moyano.

A media tarde del viernes, la sociedad asistía atónita a las intrigas de los dos bandos en pugna. "Se puede ser proteccionista, pero no es preciso ser tarado para impedir importaciones que, a su vez, comprometen las exportaciones. Y menos aun para exigir liquidar por adelantado divisas que aún no se han cobrado. Ni se puede seguir pidiendo compensaciones de compras y ventas al exterior, en una calesita donde todos pierden, por la ineficiencia del sistema que impuso Guillermo Moreno", describió un experto en comercio exterior.

"¿Vos exportás?", pregunta habitualmente el secretario de Comercio Interior a los importadores. Si responden que no, los manda a comprar bombachas a La Salada.

En este contexto caótico de mala praxis -al que se suman el deslizamiento fiscal, que asfixia a las provincias, y la necesidad de sumar cada vez mayor presión impositiva- se movió Moyano como pez en el agua, para jugar sus fichas. Por haber sido socio privilegiado, conoce qué cae bien y qué no a la Presidenta; y sabe por dónde pasa las paranoias del Gobierno, para apretar esos puntos sensibles.

Tal como le ocurre con las retenciones al campo, con los impuestos a la tierra, o con la imposibilidad de ajustar los balances debido a la inflación en las empresas, la no actualización de los topes y de las escalas del impuesto que se cobra al sueldo le dio al camionero la posibilidad de usar para sí una preocupación general, mientras el Gobierno aún sigue encapsulado en la negación del problema inflacionario.

En este punto, si el cristinismo le otorgara su verdadero valor al proceso de aumento generalizado de precios -si se lo tomara en serio y se dejara de buscar culpables o de armar intrigas destituyentes-, bien podría entender que, al no acertar con el diagnóstico y, a raíz de ello, recetar la medicina equivocada, él mismo se convirtió en el campeón de su propia desestabilización.

Por ende, si se esmerara, podría comprender también por qué esa sombra al acecho -corporizada en Moyano- le saltó a la yugular para refregarle en la cara el problema, a partir de lo que se llaman las ganancias de los trabajadores. Sin inflación, los reclamos del sindicalista serían mucho menos rimbombantes y tendrían seguramente menor acompañamiento social.

Está claro que después de haber sembrado vientos durante cinco años y medio -a partir de la destrucción del Indec- ahora que llegó la hora de capear la tempestad, Cristina halló un límite indeseado en el ex compañero de ruta de su marido, que, además, la subestimó siempre. La Presidenta nunca le perdonará que Moyano y sus acólitos se hayan referido a ella, despectivamente, como "la mujer".

El monstruo
Más allá de estos deslices machistas, y lejos de la puja abierta entre la necesidad gremial del camionero -de mostrarse como alguien fuerte para intentar seguir al frente de la central obrera desde julio- y la del Gobierno -de desplazarlo por algún sindicalista más dócil-, Moyano pasó a la categoría de monstruo. Sólo porque, con sus demandas, le recuerda al Gobierno de modo descarnado la manipulación inflacionaria y pone en evidencia el problema base del modelo económico vigente, revolviendo el dedo en la llaga.

Por otra parte, se trata de un modelo económico que Moyano apoyó durante todos estos años. La administración de los Programas Especiales del Ministerio de Salud, los permisos para cobrar peaje en los puertos o las facilidades otorgadas en su avance imparable contra otros sindicatos -para sacarle afiliados- fueron la moneda de pago que le permitió avanzar impunemente sobre el sector privado, con bloqueos a empresas; incluso atentando contra el derecho a la información, como cuando impidió la distribución de Clarín y de La Nación. Así se planteó la relación, y así se la alimentó desde el Gobierno.

Durante la semana que pasó -y tal como ocurre en todos los divorcios litigiosos-, llegó la hora de las agresiones. Por eso, la sociedad no sólo tembló durante 48 horas con la bravata del gremio de los camioneros -que amenazó con parar el país- y con la contraofensiva que ordenó la Presidenta para asegurar su provisión, sino que temió que el choque entre dos personalidades que sólo piensan en ganar y que no conjugan el verbo ceder hiciera volar la institucionalidad por el aire.

La gente tiene claro que están discutiendo por poder y por dinero, pero sabe que en el fondo lo que se está jugando es la sombra inflacionaria y sus secuelas económicas. En medio de los tironeos, la oposición siguió brillando por su ausencia.

El jueves, después de ponerse al borde del abismo, Moyano enderezó en tres horas la cuestión del paro, y le hizo creer al Gobierno que había dado un paso para atrás. Levantó los bloqueos a las plantas de combustibles y retomó la ofensiva por algo que va más allá del 30% de aumento salarial: la suba del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias, el retoque de las escalas y el aumento de la base para el cobro del salario familiar, algo inherente al Gobierno que interesa todos los trabajadores.

Y aunque desde la Casa Rosada se esfuercen en decir que Moyano no tiene un acompañamiento sindical importante para el acto del miércoles y que todo es una maniobra política, surge a simple vista que este sintonizó la preocupación de muchísima gente de todas las clases sociales y abrió el abanico del problema, para darle un sentido más amplio a la marcha.

La clase media, a la plaza
Con olfato bien práctico, el titular de la CGT por ahora sólo aspira a mostrar su poderío, llevando a la plaza de Mayo incluso a mucha clase media, que normalmente no quiere saber nada con el proceder del sindicalismo, pero que sufre los descuentos impositivos. En algún sentido, el encuentro puede llegar a convertirse en un memorable cacerolazo de adhesión al bolsillo, aunque esta vez nada espontáneo.

Es que a todos los asalariados les queda más que claro que si año a año los sueldos se incrementan al ritmo aproximado de la inflación, mientras los pisos no varíen en la misma proporción, se pagan alícuotas cada vez más altas.

Un trabajo del Instituto Tributario de la Federación de Graduados en Ciencias Económicas demostró que bajo las actuales circunstancias de tope y tramos no ajustados por inflación, un trabajador casado y con dos hijos que tiene un ingreso neto de $ 15.000 por mes le gira a la AFIP 1,3 sueldo al año; mientras que si el mínimo no imponible y las escalas hubieran seguido la misma evolución porcentual de los salarios desde que no se modifican, el tributo debería representar apenas 0,4 sueldo al año. En tanto, si el trabajador ganara $ 9.000 pasaría de los $ 1.324 actuales a pagar cero. Esto números son los que le dan letra a Moyano.

Desde su postura, el Gobierno prefirió una vez más llevar la cuestión hacia la visión conspirativa y acusó al sindicalista de amenazar a la democracia. Así, con este concepto, el cristinismo plantea, con su estilo de todo o nada, que la confrontación se está dando entre las iluminadas fuerzas del bien y las nefastas corporaciones que han cooptado a otros dirigentes del PJ, como Moyano o como el mismísimo gobernador Daniel Scioli, a quien el vicegobernador Gabriel Mariotto lo castigó sin pruritos, el coro K lo aplastó sin miramientos y la televisión pública enmarcó la situación en tono de duda irónica.

Mientras políticos de todo pelaje, comenzando por el Gobierno, criticaron el procedimiento usado en Paraguay para destituir al presidente, Fernando Lugo -que hasta se calificó como "golpe de estado encubierto"-, y la velocidad de la oposición para correrlo -como si los legisladores no hubiesen sido votados por el mismo pueblo que eligió al Presidente-, aquí se apunta a cada rato a remover al gobernador bonaerense; y nadie se rasga las vestiduras. Muy curioso todo.

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