Sombra fugaz

Por Raúl Dorado

01 Abril 2012
Un pueblito con filas de casas uniformes, de galerías anchas y pisos de ladrillos, calles de por medio y alrededor campo, sólo campo, sin luz eléctrica, sin agua corriente: velas, lámparas, faroles y mecheros a kerosén.

Nuestra casa ubicada casi al final de la calle, franqueada por el viejo algarrobo al frente que se elevaba orgulloso, como mudo testigo de la llegada de los abuelos.

Un amplio jardín, donde se mezclaban perfumes de rosa, malvones y cedrones, una galería cubierta de madreselvas y santa rita.

Teníamos un cachorro de color gris al que llamábamos Terry; siempre jugaba con Lobo, un perro de color negro de la abuela, que vivía en la casa del lado.

Una noche muy oscura que denotaba malos augurios, tensa, era distinta de otras noches, no sé que había en el ambiente. Llegó la hora de la cena, después de gustar un guisado de fideos con carne picada y una breve sobremesa, nos fuimos a acostar. Durante la noche era el momento de comentar nuestras travesuras, hacernos bromas y contar cuentos, hasta que papá o mamá nos decían: ¡a dormir! Se apagaban las lámparas y el silencio se hacía presente.

A eso de la medianoche nos despertamos sobresaltados, Terry nuestro cachorro aullaba de dolor en el fondo de la casa, como si algo lo apaleara y su ladrido lastimero cada vez más cercano se hacía; ya el ruido de lucha era en la amplia y oscura galería. Tan grande sería el dolor de Terry que empujaba la puerta del comedor pugnando por entrar. Entonces papá se levantó y agarrando lo primero que encontró a mano salió, casi cayó, atropellado por el dolorido animal que entró; sólo vio una sombra fugaz, cuando de pronto, en la casa del frente un aullido de dolor se escuchó; era el perro del vecino que fue atacado y maltratado.

Se encendieron todas las luces posibles; vecinos que murmuraban, perros que ladraban y un vago temor nos invadía.

A lo lejos se oía el gemido de los perros, trataban de ahuyentar este misterio que no tenía una explicación.

Al otro día, Terry nos miraba tembloroso y con terror, como si quisiera contarnos lo que sucedió; era todo tan extraño, que Lobo, de color negro con una estrella blanca en el pecho, que también fue atacado, tenía en su estrella una herida de punzón, Terry en la frente y el perro del vecino la misma herida, pero en su lengua.

A los pocos días Terry murió, como así el perro del vecino cuya lengua se secó; para aumentar el misterio, Lobo desapareció, nunca más lo volvimos a encontrar; todavía nos preguntamos qué fue aquella sombra fugaz…

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios