Según Jorge Luis Borges, nacer con algún don es lo único verdaderamente misterioso. Hay personas que lo tienen todo y que, sin embargo, les falta algo; les falta un don. Los titiriteros nacieron con un don. Un don sorprendente que les permite cumplir la extraordinaria hazaña de hablar con dos voces distintas. Una voz que les pertenece por nacimiento y que todos escuchan en la normalidad del día; y otra que le prestan a un muñeco. Así, la riqueza ancestral del teatro de títeres (que se remonta hasta las oscuridades de la Edad Media) engloba una verdad absolutamente universal: el artista que anima a los títeres es como un pequeño dios trashumante. Un ser que puede despertar a los muñecos de su inercia y dotarlos de una vida llamativa y singular. La literatura, por ejemplo, registra el caso de un titiritero inglés que, en tiempos de la reina Victoria, llegó a enamorarse de su propia marioneta: la hermosa muñeca Lezna. Él mismo se hablaba dulcemente con la voz de ella y hasta le enviaba flores en forma secreta. Así hasta que, durante una manifestación que realizaron los mendigos de Peachum, se incendió el teatro en el que él actuaba y no pudo llegar a tiempo para salvar a su amada de madera. "¡Hay una mujer adentro!", gritaba desesperado. Pero, en realidad, el titiritero no se daba cuenta de que la mujer estaba dentro de él. Y, en consecuencia, su voz (vale decir, la voz de la marioneta) no volvió a escucharse nunca más.








