La fama es hoy lo que para los antiguos griegos fue la filosofía: un anhelo supremo. El destacado escritor y semiólogo italiano Umberto Eco asegura que el hombre de este siglo persigue, sobre todo, la notoriedad. Necesita ser admirado para sentirse vivo. Y cuenta la anécdota del escritor Hall Caine, que se volvió importante y famoso porque de joven supo conquistar la amistad del legendario Dante Gabriel Rossetti. Hoy, para lograr notoriedad, los jóvenes no buscan la compañía de sabios: prefieren Internet. Tal vez por eso, los sitios para subir fotos y videos al estilo YouTube, las redes sociales y los blogs son cada vez más exitosos. No hay que recurrir a complejos estudios sociológicos para comprobar la veracidad de las palabras del autor de "El nombre de la rosa". Hoy todos quieren ser como los concursantes de "Bailando por un sueño" o de "Gran hermano" , ciclo que volverá a contaminar las pantallas a partir de diciembre. Claramente la idea es participar con la esperanza de ganar fama y fortuna. Cueste lo que cueste. No está mal, claro. Aspirar a un futuro mejor forma parte de la esencia del ser humano. Ahora bien, mientras Eco considera malsano "el sistema de valores de los que, con tal de conseguir notoriedad, incendian el Templo de Diana en Efeso", también asegura que moralizar sobre los que se hacen famosos por medio de un reality show es un despropósito. "Es más moral intentar la visibilidad de esta forma que atormentar a los semejantes escribiendo poesías pésimas", concluye Eco. Y tiene razón. El problema es otro. La cuestión tiene que ver más bien con el hecho de que no existe un incentivo más dinámico desde otras áreas que pueda contrarrestar este efecto. Que bueno sería que, desde el Estado, se generen proyectos que permitan recuperar las formas tradicionales de comunicación. Proyectos que fomenten la idea de que la fama requiere sacrificio y viene siempre como recompensa. De lo contrario, en lugar de fama viene un espejismo, que se desdibuja apenas termina el día.
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