

BUENOS AIRES.- El talón de Aquiles de todo programa expansivo siempre fue, es y será el financiamiento. Y el del presidente Néstor Kirchner no podía ser menos. Se debe garantizar un flujo continuado de financiamiento para todos y cada uno de los pasos sucesivos de ese programa tendiente a restituir el poder adquisitivo en los bolsillos de los argentinos.
O, mejor dicho, de aquellos argentinos que más han perdido capacidad de compra y de consumo por las malas políticas económicas de los últimos años.
No se puede pensar que las únicas medidas expansivas sean las tomadas hasta ahora respecto del salario y la jubilación mínima, y paralizar el aumento de los aportes personales, sino que eso forma parte de una campaña o estrategia más continuada para dinamizar el mercado interno.
El anterior ciclo expansivo correspondió a los años 1991 a 94, el comienzo de la convertibilidad, cuando el país salía de dos años, 1989 y 1990, de recesión e hiperinflación espantosas.
Pero en los años de bonanza, cuando el crecimiento económico fue rápido y había incremento del consumo, existía, cabe recordar, una triple fuente de financiamiento: en primer lugar, la recaudación impositiva crecía fuerte como consecuencia del "efecto Tacchi" (en recordación de Carlos Tacchi, funcionario que impulsaba una acción dinámica de la DGI contra la evasión, que provocaba, al contribuyente remiso a pagar impuestos, una mayor conciencia del riesgo).
En segundo lugar, había financiamiento externo abundante, dado que los mercados de capitales estaban disponibles y abiertos para Argentina, por más que en su mayor parte se trataba de capitales cortoplacistas dispuestos a aprovechar la bicicleta financiera entre un dólar fijo y altas tasas de interés en pesos.
Y en tercer lugar, el dinero proveniente de las privatizaciones que sirvió para financiar el achicamiento de personal que fue desplazado de las empresas públicas que se iban privatizando, con buenas indemnizaciones y con propiedad participada.
La recaudación
Ahora, en 2003, las cosas son distintas, y, de los tres elementos de financiamiento mencionados, solamente se puede mencionar el primero como vigente: esto es, lo que se podría denominar el "efecto Abad", en alusión al titular de la AFIP, Alberto Abad. Mediante una serie de medidas antievasión, ha elevado la percepción de riesgo y ayudó a mejorar notablemente la recaudación impositiva, ayudado políticamente, dato esencial, por aquella frase de Kirchner, cuando asumió: "me gustaría ver a los evasores con el traje a rayas".
Esas palabras pegaron fuerte en el inconsciente colectivo a pesar de que no hay que tomarlas al pie de la letra. Recientes averiguaciones demuestran que hoy en día los presos en las cárceles no usan el tradicional traje a rayas, quizá por falta de presupuesto para procurárselo, sino cualquier otra prenda de vestir disponible.
Bien, sea como fuere, el factor recaudación impositiva se ha consolidado pero ¿es eso suficiente para la confianza en que un plan expansivo en este momento sea sustentable? Más bien se trata de una propuesta ambiciosa que habría que apoyar, pero algo aventurada.
Esto es consecuencia de que las otras dos fuentes de financiamiento mencionadas en referencia al período 91-94 hoy están completamente ausentes.
No hay nuevos ingresos de capitales y, al contrario, el Gobierno, a través del decreto que estableció una permanencia mínima de 180 días para los capitales extranjeros está deseoso de que no vengan, porque desestabilizan el valor dólar e introducen una mayor cuota de incertidumbre en los negocios.
En lo que respecta a las privatizaciones, hoy no sólo no están presentes sino más bien que habría que hablar de todo lo contrario, una incipiente tendencia a estatizar como lo pone de relieve la creación de una nueva empresa aérea estatal. (DyN)







