LARGO CAMINO. En el hall de Exactas, la IBM 1620 y la VAX 11/780, una máquina digital que en los años 80 también fue parte de la revolución. GENTILEZA MIGUEL LOZANO
No es el Museo de Arte Moderno de Nueva York (Moma), donde el primer modelo de la Macintosh, en exposición, indica que la tecnología también ya es parte de la historia (¡y cómo!). En Tucumán, la puesta es más modesta, pero no menos revolucionaria: en la ex Quinta Agronómica (hoy Centro Roberto Herrera), en el hall del block 2, de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNT, un alumno pasa absorto acariciando la pantalla touchpad de su teléfono inteligente (smartphone) de última generación. Indiferencia total frente a ese fierro viejo que, con su plotter y su dispositivo para perforar tarjetas ocupa en el solitario lobby unos 20 metros de espacio. El chico del teléfono inteligente no sabe que en esa IBM 1620 Serie II -versión reducidísima de la Hal 9000 de "2001, Odisea del Espacio"- se respira el origen de la computación en Tucumán, hace 46 años. No sabe, por ejemplo, que en ese cascajo nació en los años 60 el modelo -la simulación- del primer sistema intercontectado de energía del NOA, o que se pudo concretar el primer Censo agropecuario. Apenas dos de las tantas iniciativas que hubieran sido imposibles de realizar sin esa IBM bautizada en jerga como "la Dora" y que, aseguran los memoriosos en tono de broma, hasta estaba programada para responder a la pregunta de "si Dios existe".
Clementina y la Dora
La excusa para resucitar esta historia de la primera computadora tucumana es un aniversario redondo, el de los 50 años de "Clementina". Ella es la computadora con la que la Universidad de Buenos Aires (UBA) comenzó, el 15 de mayo de 1961, a andar el camino de la computación científica en la Argentina. Y es el nacimiento de la disciplina informática en la Argentina.
En Buenos Aires, la comunidad universitaria y científica se prepara con bombos y platillos para celebrar el medio siglo de la máquina Mercury de Ferranti de primera generación, que -atención- tenía una potencia de cálculo 60.000 veces inferior a la de cualquier PC hogareña de este 2011, según estimaciones de expertos.
Sin embargo, mirando en perspectiva, "Clementina" significó un cambio revolucionario en el modo de trabajar en la ciencia en la Argentina. Un cambio que se frenó en 1966, cuando la famosa "Noche de los bastones largos" (durante el golpe de Estado de Onganía) vació las universidades argentinas y condujo al exilio a numerosos científicos.
Así lo recuerda desde Córdoba, en diálogo con LA GACETA, Jorge Aguirre, director del proyecto Salvando la Memoria de la Computación Argentina (MCA), que llevan adelante la Universidad Nacional de Río Cuarto y el Ministerio de Ciencia y Técnica del Gobierno de Córdoba.
El profesor Aguirre, coautor junto con Raúl Carnota (Universidad Nacional de Tres de Febrero) de Historia de la Informática en Latinoamérica y el Caribe: Investigaciones y testimonios, destaca la participación que tuvo la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) en la historia de la computación en el país. Recuerda que "el Quijote" que puso en marcha la primera computadora que se instaló en la provincia fue Raúl Ernesto Luccioni. Fallecido en 1987, matemático de profesión, Luccioni fue una de las mentes brillantes que tuvo la UNT.
Doctorado en Matemática en la UBA con el prestigioso matemático español Luis Santaló, en el verano de 1965 Luccioni le peleaba al calor tucumano para poder poner en marcha la entonces flamante IBM 1620 con la que la computación en Tucumán empezaba a hacer historia, en el entonces departamento de Cómputos de la Facultad de Ciencias Exactas, en la Quinta Agronómica. Y le peleaba al calor literalmente.
"Las computadoras eran a válvula, y despedían mucho calor. De modo que hubo que hacer un sobrepiso y acondicionar todo ese ambiente. Si no andaba el aire, se fundía la computadora", recuerda el ingeniero Químico Miguel Lozano, que trabajó con Luccioni y con profesionales de otras áreas en esa experiencia fundacional.
"Mirando a la distancia, era como tener una calculadorita. Pero la gente la sentía como una revolución. Era una máquina de escribir, y se escribía en un rodillo. Por supuesto, no existía la red ni el concepto de multiusuario. Y había dos maneras de trabajar: a la gente que desarrollaba proyectos le procesábamos los datos; pero también estaban los ingenieros que ya sabían programar y que pedían turno para utilizar la 1620. Y el profesor Luccioni era el administrador", recuerda Lozano, vivídamente.
Chiquita pero potente
A cinco años de nacida Clementina, "la Dora" ya le llevaba clara ventaja a la pionera porteña. Ventajas de juventud. Si la proporción de potencia entre Clementina y una PC siglo XXI era de 60.000 a uno, apenas cinco años después, la IBM 1260 (de segunda generación) era 10 veces más potente que la hermana mayor de la UBA.
En consecuencia, una PC standard actual es 6.000 veces más potente que la primera computadora instalada en Tucumán. Por esa máquina, la UNT 40.000 dólares, "aunque costaba u$s100.000" (rebaja por institución educativa), según se puede leer en un manuscrito del profesor Luccioni que su hija Griselda, también matemática de raza, ha conservado, por suerte, y que merece ser exhibido en el hall del Block 2 de Ciencias Exactas, para que el chico del smartphone sepa cómo y dónde empezó todo.
Clementina y la Dora
La excusa para resucitar esta historia de la primera computadora tucumana es un aniversario redondo, el de los 50 años de "Clementina". Ella es la computadora con la que la Universidad de Buenos Aires (UBA) comenzó, el 15 de mayo de 1961, a andar el camino de la computación científica en la Argentina. Y es el nacimiento de la disciplina informática en la Argentina.
En Buenos Aires, la comunidad universitaria y científica se prepara con bombos y platillos para celebrar el medio siglo de la máquina Mercury de Ferranti de primera generación, que -atención- tenía una potencia de cálculo 60.000 veces inferior a la de cualquier PC hogareña de este 2011, según estimaciones de expertos.
Sin embargo, mirando en perspectiva, "Clementina" significó un cambio revolucionario en el modo de trabajar en la ciencia en la Argentina. Un cambio que se frenó en 1966, cuando la famosa "Noche de los bastones largos" (durante el golpe de Estado de Onganía) vació las universidades argentinas y condujo al exilio a numerosos científicos.
Así lo recuerda desde Córdoba, en diálogo con LA GACETA, Jorge Aguirre, director del proyecto Salvando la Memoria de la Computación Argentina (MCA), que llevan adelante la Universidad Nacional de Río Cuarto y el Ministerio de Ciencia y Técnica del Gobierno de Córdoba.
El profesor Aguirre, coautor junto con Raúl Carnota (Universidad Nacional de Tres de Febrero) de Historia de la Informática en Latinoamérica y el Caribe: Investigaciones y testimonios, destaca la participación que tuvo la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) en la historia de la computación en el país. Recuerda que "el Quijote" que puso en marcha la primera computadora que se instaló en la provincia fue Raúl Ernesto Luccioni. Fallecido en 1987, matemático de profesión, Luccioni fue una de las mentes brillantes que tuvo la UNT.
Doctorado en Matemática en la UBA con el prestigioso matemático español Luis Santaló, en el verano de 1965 Luccioni le peleaba al calor tucumano para poder poner en marcha la entonces flamante IBM 1620 con la que la computación en Tucumán empezaba a hacer historia, en el entonces departamento de Cómputos de la Facultad de Ciencias Exactas, en la Quinta Agronómica. Y le peleaba al calor literalmente.
"Las computadoras eran a válvula, y despedían mucho calor. De modo que hubo que hacer un sobrepiso y acondicionar todo ese ambiente. Si no andaba el aire, se fundía la computadora", recuerda el ingeniero Químico Miguel Lozano, que trabajó con Luccioni y con profesionales de otras áreas en esa experiencia fundacional.
"Mirando a la distancia, era como tener una calculadorita. Pero la gente la sentía como una revolución. Era una máquina de escribir, y se escribía en un rodillo. Por supuesto, no existía la red ni el concepto de multiusuario. Y había dos maneras de trabajar: a la gente que desarrollaba proyectos le procesábamos los datos; pero también estaban los ingenieros que ya sabían programar y que pedían turno para utilizar la 1620. Y el profesor Luccioni era el administrador", recuerda Lozano, vivídamente.
Chiquita pero potente
A cinco años de nacida Clementina, "la Dora" ya le llevaba clara ventaja a la pionera porteña. Ventajas de juventud. Si la proporción de potencia entre Clementina y una PC siglo XXI era de 60.000 a uno, apenas cinco años después, la IBM 1260 (de segunda generación) era 10 veces más potente que la hermana mayor de la UBA.
En consecuencia, una PC standard actual es 6.000 veces más potente que la primera computadora instalada en Tucumán. Por esa máquina, la UNT 40.000 dólares, "aunque costaba u$s100.000" (rebaja por institución educativa), según se puede leer en un manuscrito del profesor Luccioni que su hija Griselda, también matemática de raza, ha conservado, por suerte, y que merece ser exhibido en el hall del Block 2 de Ciencias Exactas, para que el chico del smartphone sepa cómo y dónde empezó todo.
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