Un edificio que alberga mucho más que libros y diarios

Punto de vista. Graciana Parra - Licenciada en Historia.

21 Septiembre 2010
Ingresar al imponente edificio de la Biblioteca Nacional resultó una experiencia única hace ya algunos años. En la agitada ciudad de Buenos Aires, la Biblioteca se convirtió en un lugar de tranquilidad y reflexión en los comienzos de mi profesión como historiadora. Frente al desafío de iniciar una investigación histórica la hemeroteca me permitió el acercamiento a los diarios tucumanos de la década de 1930, en particular el "El Orden" y "La Gaceta". En el subsuelo de esa gran mole de cemento ingresé en el universo tucumano de los años treinta, reconstruyendo la dinámica política provincial signada por la competencia entre conservadores y radicales en el marco de una Argentina atravesada por la falsificación electoral. Fue en la Biblioteca donde sentí que encontraba pares que compartían mi interés por la lectura de periódicos de otras épocas. Sin lugar a dudas, la solitaria tarea de la investigación se atenuaba ante la compañía de personas que realizaban la rutinaria tarea de leer los diarios, tomar fotografías digitales y transcribir información en la búsqueda de algún dato que les permitiera reconstruir el pasado. La experiencia en común con otros jóvenes investigadores solía ser alterada ante la presencia de importantes referentes del mundo académico. Así, recuerdo haber compartido un día de lectura en el mismo mesón que el historiador Luis Alberto Romero, cuyas obras son de lectura obligatoria para todo historiador interesado en el pasado argentino. A lo largo de mis visitas a la Biblioteca Nacional comprendí que ese edificio albergaba algo más que un importante acervo de libros, documentos y diarios. En mi experiencia personal, la biblioteca fue un puente para descubrir el pasado, construir una identidad como investigadora y reafirmar la pasión por la historia.

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