Por Carlos Páez de la Torre H
08 Septiembre 2010
AMADEO JACQUES. Al mudar de país, quiso también mudar de especialidad. LA GACETA / ARCHIVO
El sabio Amadeo Jacques (1813-1865) llegó al Río de la Plata en 1852. Tras un tiempo en Montevideo, pasó a la Argentina. A Tucumán llegaría en 1858 y permaneció entre nosotros hasta 1862, dejando imperecedera memoria como docente. Ilustra sobre su personalidad, la carta que desde Montevideo dirigió, en 1853, a su compatriota Guillemont, residente en el Paraguay.
Le informaba que "para seguir el ejercicio de mi antigua carrera, he considerado, al cambiar de medio, cambiar también de enseñanza: de profesor de filosofía que era, me he convertido en profesor de química, física y mecánica. Me ha parecido que en un país tan nuevo, sería inútil y casi ridículo traer especulaciones metafísicas, y que lo que más convenía era una enseñanza práctica, sobre todo, de las ciencias de aplicación directa a la agricultura, al comercio, a la industria".
Añadía que "ese cambio de materias me era a la vez fácil y agradable: fácil, porque la enseñanza de la filosofía, aunque distinta de las de las ciencias positivas, está ligada en Francia a éstas, primero por su naturaleza misma y después por la exigencia de ciertos grados comunes a las dos facultades, que yo he alcanzado; agradable, porque siempre he tenido, por las ciencias naturales y sus aplicaciones, una inclinación decidida que he cultivado constantemente".
Sin "falsa modestia", recordaba que a la teoría la adquirió por sus grados, y a la práctica, de dos maneras. Una era su etapa de siete años de ayudante en el laboratorio del químico Auguste Laurent, y la otra, su larga visión, durante la "primera juventud", del "trabajo industrial en todos los detalles", en las manufacturas de porcelana y de cristalería de Sevres. De la primera, "mi abuelo materno era uno de sus jefes".
Le informaba que "para seguir el ejercicio de mi antigua carrera, he considerado, al cambiar de medio, cambiar también de enseñanza: de profesor de filosofía que era, me he convertido en profesor de química, física y mecánica. Me ha parecido que en un país tan nuevo, sería inútil y casi ridículo traer especulaciones metafísicas, y que lo que más convenía era una enseñanza práctica, sobre todo, de las ciencias de aplicación directa a la agricultura, al comercio, a la industria".
Añadía que "ese cambio de materias me era a la vez fácil y agradable: fácil, porque la enseñanza de la filosofía, aunque distinta de las de las ciencias positivas, está ligada en Francia a éstas, primero por su naturaleza misma y después por la exigencia de ciertos grados comunes a las dos facultades, que yo he alcanzado; agradable, porque siempre he tenido, por las ciencias naturales y sus aplicaciones, una inclinación decidida que he cultivado constantemente".
Sin "falsa modestia", recordaba que a la teoría la adquirió por sus grados, y a la práctica, de dos maneras. Una era su etapa de siete años de ayudante en el laboratorio del químico Auguste Laurent, y la otra, su larga visión, durante la "primera juventud", del "trabajo industrial en todos los detalles", en las manufacturas de porcelana y de cristalería de Sevres. De la primera, "mi abuelo materno era uno de sus jefes".
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