29 Agosto 2010
De acuerdo a cómo se lo lea, un libro también puede ser un viaje.
Según mi lectura, este libro lo es: un viaje desde la oscuridad hacia la luz. Se inicia en la noche, como escondite; en el insomnio, como tiempo de supervivencia; y en el fuego, no como impedimento, sino como lejanía. La materia del sueño, sin embargo, es la esperanza. ¿Fue loto o jazmín lo que perdura en el recuerdo? No lo sabemos, pero es loto o jazmín ¡qué más da! lo que se pudre en el presente de un vaso. Las acechanzas, aquí, se suceden formando una trama sin fisura. ¿Hay un antes y un después? Si hay sueño, suponemos que habrá un después; si hay conciencia, significa que hubo un antes. El juego de los opuestos está presente en cada elemento: alba y noche componen el camino.
Este libro de Mercedes Roffé, poeta argentina que reside en Nueva York, también puede leerse como una metáfora de la patria, sin expulsión y sin destierro; algo así como "mirarse y verse reflejado en un agua confiable y serena."
Pienso en las linternas flotantes que promete el título, en el haz de luz que nos muestra un pequeño espacio de la oscuridad y nos sugiere la premonitoria totalidad de lo oculto. A partir de ese destello, sólo podemos imaginar el paisaje que nos rodea, y enfrentar los presagios.
Este libro es un único poema, dividido en veinte partes, con un epílogo breve y luminoso. Es un viaje a la manera del Dante donde, dentro de una estética clásica, el lenguaje coloquial va dejando rastros dispersos mientras la autora intenta definir la esencia lírica de su texto, de manera voluntariamente velada, en un juego fascinante: "El poema es el rostro en el espejo / más verdadero que el rostro y que el espejo." Lo leemos como a través de una cortina de hilo inquietante y sosegado al mismo tiempo; expectante, tal vez. Versos de rara musicalidad componen este poema/libro, como viejas letanías revisitadas en tránsito hacia la luz. Hay salida. Las manos que se tocan, apenas con los dedos, siguen despertando la chispa vital.
© LA GACETA
Según mi lectura, este libro lo es: un viaje desde la oscuridad hacia la luz. Se inicia en la noche, como escondite; en el insomnio, como tiempo de supervivencia; y en el fuego, no como impedimento, sino como lejanía. La materia del sueño, sin embargo, es la esperanza. ¿Fue loto o jazmín lo que perdura en el recuerdo? No lo sabemos, pero es loto o jazmín ¡qué más da! lo que se pudre en el presente de un vaso. Las acechanzas, aquí, se suceden formando una trama sin fisura. ¿Hay un antes y un después? Si hay sueño, suponemos que habrá un después; si hay conciencia, significa que hubo un antes. El juego de los opuestos está presente en cada elemento: alba y noche componen el camino.
Este libro de Mercedes Roffé, poeta argentina que reside en Nueva York, también puede leerse como una metáfora de la patria, sin expulsión y sin destierro; algo así como "mirarse y verse reflejado en un agua confiable y serena."
Pienso en las linternas flotantes que promete el título, en el haz de luz que nos muestra un pequeño espacio de la oscuridad y nos sugiere la premonitoria totalidad de lo oculto. A partir de ese destello, sólo podemos imaginar el paisaje que nos rodea, y enfrentar los presagios.
Este libro es un único poema, dividido en veinte partes, con un epílogo breve y luminoso. Es un viaje a la manera del Dante donde, dentro de una estética clásica, el lenguaje coloquial va dejando rastros dispersos mientras la autora intenta definir la esencia lírica de su texto, de manera voluntariamente velada, en un juego fascinante: "El poema es el rostro en el espejo / más verdadero que el rostro y que el espejo." Lo leemos como a través de una cortina de hilo inquietante y sosegado al mismo tiempo; expectante, tal vez. Versos de rara musicalidad componen este poema/libro, como viejas letanías revisitadas en tránsito hacia la luz. Hay salida. Las manos que se tocan, apenas con los dedos, siguen despertando la chispa vital.
© LA GACETA
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