Villalba invitó a los obispos a aprender el estilo de vida de Jesús

Villalba invitó a los obispos a aprender el estilo de vida de Jesús

"Fijemos la mirada en Jesucristo, que soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia", dijo el arzobispo de Tucumán durante su homilía del Jueves Santo.

01 Abril 2010
En su saludo por el inicio de la Semana Santa, el arzobispo de Tucumán, monseñor Luis Villalba, llamó a los sacerdotes a permanecer "en medio del pueblo fiel".

A continuación, reproducimos el texto completo de la homilía:


1. Mi saludo cordial, afectuoso, a todos los sacerdotes.
En este momento quiero recordar, en particular, a los sacerdotes enfermos que no pueden acompañarnos.

Tengamos igualmente presente al P. Julio Albornoz, que celebra sus bodas de oro sacerdotales, como yo también celebro el cincuenta aniversario de mi ordenación sacerdotal. También recordemos a los sacerdotes Emilio Maidana, orionita, Rafael Cúnsulo, dominico y a los presbíteros José Abuin, Jorge Blunda y Melitón Chávez que celebran sus bodas de plata sacerdotales. El Padre dominico Mario Gómez Mena celebra sus bodas de oro de profesión religiosa.

Doy la bienvenida a los sacerdotes que se incorporan a nuestro presbiterio, no sólo para colaborar en la pastoral diocesana, sino también para acrecentar la fraternidad sacerdotal.

Haciendo memoria de los difuntos, oremos por el eterno descanso de Mons. Arbó y del Padre franciscano Rubén Ramírez.

Hoy los sacerdotes, sostenidos por la oración del Pueblo de Dios, renovarán sus compromisos de entrega a Jesucristo y de dedicación a la Iglesia diocesana.

2. El Jueves Santo es tradicionalmente una ocasión propicia para que el obispo hable a sus sacerdotes.
Hoy recordamos la unción que recibimos en el momento de nuestra ordenación sacerdotal.

En este día del nacimiento de nuestro sacerdocio nos reunimos para renovar la gracia del sacramento del orden y para reavivar el amor que caracteriza nuestra vocación.

Concurre en este día una circunstancia que da relieve y hace particularmente viva esta celebración.

Como sabemos, estamos celebrando el Año Sacerdotal que el Papa Benedicto XVI convocó con ocasión del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney.

Este Año Sacerdotal constituye para nosotros sacerdotes, una ocasión privilegiada para dar gracias a Dios, porque en su misericordia infinita ha querido llamarnos para unirnos de una manera más profunda al corazón sacerdotal de Cristo.

¡Verdaderamente, ser sacerdote es algo muy grande! El día de nuestra ordenación, después de haber rezado las Letanías de los Santos, el Obispo impuso las manos sobre cada uno de nosotros, en profundo silencio. Este gesto es el signo de la transmisión del Espíritu Santo.

Por la ordenación sacerdotal recibimos el Espíritu Santo, el cual viene, no sólo como en otros sacramentos, para habitar en nuestro interior, sino para imprimirnos la capacidad de poder realizar determinadas funciones propias del sacerdocio de Cristo, para convertirnos en auténticos ministros suyos, para hacernos vehículos de la Palabra y de la Gracia.

Han sido ungidas nuestras manos, con las cuales renovamos, todos los días, el sacrificio del Señor sobre los altares de nuestras parroquias y capillas.

La unción significa el poder del Espíritu Santo para servir al Pueblo de Dios, para celebrar la Eucaristía, para enseñar y consolar, para sanar en el sacramento de la penitencia, para edificar la comunidad cristiana.

Este prodigio se realiza no para nuestro provecho, sino para el bien de los demás, de la Iglesia, del mundo, al cual debemos salvar.

3. En el Evangelio que acabamos de escuchar se nos dice: “Todos en la sinagoga tenían los ojos puestos en Él”.

También la Carta a los Hebreos nos invita a tener los ojos fijos en Jesucristo: “Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb. 12, 2).

En este Jueves Santo la Iglesia nos invita a los sacerdotes “a tener los ojos fijos en Jesucristo Sacerdote y Buen Pastor”, para aprender su nuevo estilo de vida, para adoptar su manera de pensar, de sentir y de actuar, al punto de experimentar que “no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.

Fijemos la mirada en Jesucristo Sacerdote y Buen Pastor
Contemplemos a Jesús rodeado de la gente. A Jesucristo lo encontramos en medio del pueblo fiel de Dios.

El Señor quiere seguir estando a través nuestro, sus sacerdotes, en medio del pueblo fiel. Hoy Jesús nos invita a estar en medio de nuestro pueblo fiel.

Jesús fue, desde Nazaret en Galilea hasta el Jordán, y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Jesús se confunde en medio de los peregrinos. Jesús se mezcla con el pueblo penitente, con el pueblo pecador.

Hoy Jesús quiere salir a mezclarse con los hombres en sus necesidades de salvación. Jesús nos eligió para que seamos sus instrumentos para llevar adelante este movimiento de conversión y de espiritualidad al comienzo del siglo XXI, para que estemos cercanos a nuestros hermanos con una cercanía espiritual.

El sacerdote de Jesús debe tener un corazón sencillo, que ama a los hombres como son, en su miseria, en su ignorancia, en su pobreza.

Vivimos en un tiempo en el que, como dice Isaías, es una tarea ineludible “Vendar los corazones heridos…consolar a todos los que están de duelo, cambiar la ceniza por una corona, la ropa de luto por el óleo de la alegría y el abatimiento por un canto de alabanza” (Is. 61,1-3).

De la consolación en el Espíritu tiene necesidad nuestro pueblo. Debemos sostener, animar a nuestra gente.

Hay mucho dolor, mucho sufrimiento, la gente está desanimada. Nos toca, como a San Pablo, ser cooperadores de la consolación de los fieles: “Lo que queremos, les dice a los Corintios, es aumentarles el gozo” (2 Cor. 1,24).

Fijemos la mirada en Jesucristo Sacerdote y Buen Pastor
Jesús se dirige a todos los medios sociales y religiosos: a los publicanos y a los escribas; pecadores y devotos. Si alguno queda excluido es por su rechazo a su invitación a seguirlo.

Los pobres, los pecadores, los débiles, los enfermos, tienen un puesto preferencial en el ministerio de Jesús.

Nadie escapa a la mirada pastoral de Jesús: “También tengo otras ovejas que no son de este redil: también a esas tengo que conducir, y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn. 10,16).

Su mirada pastoral coincide con la del Padre, que no quiere que alguien se pierda: “El Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt. 18, 14).

Esta eclesiología misionera explica la pastoral de Jesús. Y esta pastoral sigue presente en la Iglesia.

Eran cien ovejas y faltaba una... y el Señor salió, caminó hasta que la encontró y la volvió al redil. En la parábola, lo que se pierde cuantitativamente es poco: una oveja sobre cien. Pero para Dios nadie se debe perder. A Dios no le basta lo que queda. Es suficiente que uno se pierda para que vaya en su búsqueda.

La oveja perdida es una oveja cualquiera. Estaba desorientada, no encuentra la manera de reunirse con las otras. No hace falta otra cosa para que se vaya rápidamente a buscarla.

Esto es todo un programa pastoral para nosotros sacerdotes: salir, caminar, ir en busca de la oveja pérdida, pero en nuestra situación, hay una adentro y noventa y nueve afuera.

No podemos quedarnos sentados esperando que regresen. Hay demasiados alejados. Hay que caminar, salir a buscarlos. Es lo que hacía Jesús.

Fijemos la mirada en Jesucristo Sacerdote y Buen Pastor
La unidad está en el vértice de sus deseos.

La voluntad de Cristo es que es “que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn. 17,21).

Esto, Cristo lo quiere para toda la humanidad. Así Caifás profetizó “que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn. 11, 52).

Pero de un modo especial Cristo lo quiere para sus discípulos: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn. 13,34).

Y podemos afirmar que lo quiere de un modo especialísimo para nosotros, que somos sus apóstoles: “Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros” (Jn. 17,11). Y esta unidad es la fuente de la fecundidad apostólica: “que sean uno para que el mundo crea” (Jn. 17, 21). 

Entonces, siguiendo a Cristo, el sacerdote debe vivir una espiritualidad de comunión.

El sacerdote, puesto en el corazón del misterio de la Iglesia, hace la unidad.

El sacerdote es el constructor de la comunidad.

La primera relación que el sacerdote contrae en la Iglesia es la comunión con su Obispo y con sus hermanos sacerdotes. La gracia de la ordenación obra y exige la fraternidad de origen sacramental, que une a los presbíteros, diocesanos y religiosos, bajo la guía del propio Pastor.

El Concilio Vaticano II nos dice: “Ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia” (PO 7).

El testimonio de solidaridad y de concordia en la vida y en la actividad de los sacerdotes, que brota de una sincera fraternidad sacerdotal, tiene también una fuerte carga de eficacia apostólica.

Esta fraternidad debe ser profundizada y consolidada en la oración común, en la convivencia comunitaria, en el servicio pastoral, en la amistad, en la ayuda generosa, en la estima recíproca.

Queridos sacerdotes:
Que el crisma, que ahora bendeciremos, nos recuerde nuestra permanente unción, penetre en lo más íntimo de nosotros para prestar el servicio que se nos ha encomendado, fortalezca nuestra comunión fraterna, sane nuestras dolencias y renueve nuestro fervor apostólico.

A la oración por nuestro presbiterio, agreguemos una oración por las vocaciones sacerdotales.

Pidamos, también, avanzar juntos por el camino del Plan Pastoral de la Arquidiócesis.

Dejémonos guiar por el Espíritu Santo a fin de que la misión de nuestra Iglesia siga creciendo según la medida de Cristo Jesús. Que se nos conceda conocer más perfectamente “el amor de Cristo que supera todo conocimiento” (Ef. 3, 19).  Que en Él y por Él seamos colmados de la plenitud de Dios en nuestra vida y en nuestro servicio sacerdotal.

Que la Santísima Virgen María, la madre de Jesús y la madre de los sacerdotes, interceda por todos ustedes.

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