Cuando todo era fiesta, ellos seguían trabajando

Lejos de los seres queridos y sin arbolito con regalos, muchas personas celebran la Nochebuena en su empleo, solos o con compañeros

EN PLENA TAREA. En primer plano, Darío Martínez; detrás, Martín Pujadas, en la estación de servicio ubicada en Junín al 400, después de los brindis. LA GACETA / HECTOR PERALTA EN PLENA TAREA. En primer plano, Darío Martínez; detrás, Martín Pujadas, en la estación de servicio ubicada en Junín al 400, después de los brindis. LA GACETA / HECTOR PERALTA
26 Diciembre 2009
Alberto Aladzeme se despertó al mediodía con el aroma de la comida que cocinaba su mujer para la Nochebuena. Venía de una larga jornada custodiando la vasta soledad que se apodera de la estación de trenes cuando baja el sol, y se dirigía a una noche no muy diferente.
"En mi trabajo un día especial es un día normal, un día más", afirma con aire de resignación, pero también con el orgullo de los que trabajan para mantener la familia. Ocurre que Alberto es, desde hace ocho años, empleado de una empresa de seguridad privada y su oficio no reconoce feriados ni fiestas de guardar.
"No te olvides la viandita", le había recordado su esposa un poco antes de las seis de la tarde, cuando Alberto terminaba de colocarse la gorra, le daba un beso a ella y a sus hijos. Sólo después salió a hacerse cargo del portón principal de la estación Nuevo Central Argentino, en ese especial recoveco de la intersección de José Colombres y Corrientes. Desde allí, compartió su historia de Navidad con LA GACETA.
La estación estaba tranquila y el cielo empezó a iluminarse. Era momento de tomar el handy y llamar a Marcelo Serri, su compañero que hacía la recorrida preventiva, para sentarse a compartir la improvisada mesa navideña. "Cada uno trajo de la casa algo para comer; mi mujer me preparó un tupper con pollo y sándwiches. Comimos con Marcelo e hicimos un brindis" cuenta Alberto y aclara que el festejo fue con gaseosa.

En el surtidor
El centro estuvo llamativamente tranquilo la noche de Navidad. De vez en cuando pasaba un auto con la música fuerte reavivando el espíritu festivo. De repente, uno de los vehículos pasó por calle Junín al 400, bajó la música y entró a una estación de servicios a cargar nafta. "Buenas noches, feliz Navidad", saludó Martín Pujadas, de 23 años, mientras abría el depósito de combustible del auto. Su compañero, Darío Martínez, quien hace 17 años trabaja en esa estación, contó: "es una Nochebuena particularmente tranquila; otros años era necesario cortar unos 15 minutos al llegar las 12 para hacer un brindis, pero hoy no hizo falta".
"Será que la gente no quiere salir en auto por los controles y los accidentes", aportó Martín a la conversación, sin poder despegarse del todo de su timidez.
Llamaba la atención como al periodista la abundante mesa de los playeros. "Traemos comida de la casa; yo traje unos sándwiches y un asadito; pero también los vecinos y clientes de la cuadra nos acercan platos para que compartamos", comentó Martínez, habituado al buen gesto, pero no por eso menos agradecido. "Los vecinos de la cuadra tienen buena onda con nosotros", agregó orgulloso.

En ambulancia
Cuando el reloj marcó las tres de la mañana, las calles lentamente comenzaron a llenarse de vehículos que se desplazaban de un lugar a otro. Las veredas empezaron a inundarse de grupos de chicos y chicas vestidos con la ropa minuciosamente seleccionada para la ocasión.
En Yerba Buena, por la avenida Aconquija, un vehículo se destacó entre la masa de rodados. Adentro, viajaba otra pareja de trabajadores que no estaba festejando como el resto de las personas. El médico Eduardo Rodríguez y el paramédico Juan Lucas ya no estaban tan tranquilos como antes de la medianoche. La ambulancia estaba estacionada y ellos, preparados para cubrir cualquier emergencia. Habían hecho el brindis de Navidad en la base de la empresa para la que trabajan, donde compartieron la mesa con los capitanes de los otros cinco móviles de guardia.
Al contrario de lo que dibuja el imaginario social, las emergencias no siempre son inoportunas. Tal vez ayer, por la magia de la Navidad, el teléfono comenzó a sonar pasadas las 0.30. Pero una vez que arrancó, las urgencias no dieron descanso ni tuvieron en consideración la fecha.
En poco tiempo los médicos tuvieron que concurrir a siete casas, en las que el festejo en exceso hizo estragos en algunos estómagos. "Todos los casos que atendimos fueron gastritis y transgresión alimentaria. En otras palabras, la gente come y toma a más no poder, y el estómago termina por sacar factura", explicó Rodríguez. Acostumbrado a las urgencias de Fin de Año, antes de terminar la entrevista, se adelantó a la movida que normalmente comienza después de las tres o cuatro de la mañana: hablaba de las intoxicaciones alcohólicas. Mientras contaban con orgullo cómo debían seguir asistiendo el festejo ajeno hasta las siete de la mañana, la radio de la ambulancia interrumpió la charla. Saludaron apurados, se montaron en la nave de salvación, encendieron la sirena y partieron.

Sentido del deber
Médicos, choferes, policías, mozos. De distintas edades, profesiones y oficios. En cada rincón de la ciudad, cuando los fuegos artificiales estallan en el cielo y es momento de abrazar a los seres queridos, son muchos los que cumplen en soledad con sus deberes.
"Estamos acostumbrados a pasar las fiestas trabajando; a veces te toca y otras no", latían las palabras de Alberto en la estación de trenes. "En estos días hay un espíritu tan especial que uno la pasa bien a pesar de estar alejado de los afectos. ¿Qué dice mi mujer? Y bueno, ya está resignada. Pero ella sabe que aunque no esté acá conmigo, igual está presente". La confesión se interrumpió con el sonido de su celular. Nuevo mensaje de texto recibido: "te extraño, quiero que la noche pase volando".

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