BUENOS AIRES.- Toda persona que haya pasado por una migración sabe que la famosa frase "casa nueva, vida nueva" no es más que un lugar común al que se recurre para impregnar esta circunstancia de esperanzas e ilusiones, y que permita afrontar el miedo por lo nuevo y la melancolía por lo que se abandona.
Los procesos migratorios serán vividos de maneras distintas según las circunstancias. No es lo mismo el impacto para quien se va de su país por un tiempo limitado, ya sea por trabajo o por estudios, que para el que tal vez no regrese por un largo tiempo.
Los ejes de la migración son la esperanza y la salvación, pero también el desarraigo y la nostalgia. No obstante se debe tener en claro que nostalgia no es lo mismo que depresión. La nostalgia es la sensación de que se perdió algo deseado e idealizado. "Si no se acepta que hay algo perdido que nunca se recuperará, no se puede crecer. Se debe hacer un duelo por más doloroso que sea. A veces, es necesario hacer una consulta psicológica, porque muchas veces estas cuestiones no se expresan por la vía emocional pero sí a través del cuerpo; es cuando aparecen las enfermedades psicosomáticas y una mala calidad de vida", advierte la endocrinóloga y psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), María Teresa Calabrese.
Como Ulises
Muchas personas reniegan de aquello que dejaron atrás y otras sienten que lo pasado era mejor, aunque ninguno de los dos extremos es bueno. Según explica la coordinadora de la Comisión Ad Hoc de Medicina Psicosocial de APA, Silvia Melamedoff, existen elementos comunes en todas las migraciones: los mitos del eterno retorno y de Ulises, que implica añorar la vuelta al terruño. "Aunque se hable un idioma parecido en el nuevo lugar, siempre se va a sentir que se perdió algo. Hay dos duelos que se deben hacer: por lo que se dejó atrás y por la ilusión. Este último, porque el ideal nunca podrá competir con la realidad."
La tristeza, el llanto, la melancolía, son sentimientos normales en este proceso. "Si se confunden con patologías, se corre el riesgo de medicar a la persona innecesariamente", advierte la psicoanalista.
Según Melamedoff, migrar implica una serie de procesos. Primero se produce un shock, al encontrarse con lo que es ajeno a uno. Luego hay una negación, que se traduce en frases como "esto no me pasa; esto no me afecta; yo puedo sobrellevarlo". Después comienza la búsqueda de recursos (vivienda o trabajo). Tras esto puede producirse una desorganización debido a la ansiedad, y es cuando pueden presentarse enfermedades como una gripe, por ejemplo. Posteriormente viene la reorganización: se logra la estabilización en el nuevo lugar o se decide volver. "Es importante que este volver no implique un fracaso", aconseja Melamedoff. Calabrese, en tanto, sugiere que algunas estrategias útiles para quienes migran son rodearse de amigos en el nuevo lugar, en lugar de tratar de asimilarse perdiendo la identidad, y seguir en contacto con lo que se deja.
Con todo, la forma de afrontar una migración dependerá siempre de la historia personal. Lo esencial, para quienes se ven obligados a buscar nuevas esperanzas, es considerar que aquello que se dejó no era tan malo y que lo que está por venir puede que no sea el paraíso que se soñó. (Especial)