El clima estaba raro la madrugada del 16 de setiembre de 1955. Aunque se sentía cansado, por los ejercicios del día anterior, el taficeño Ramón Antonio Barrozo no podía dormir. Decidió levantarse; y notó que además de las densas nubes del cielo, otros movimientos presagiaban tormenta. Aún no vislumbraba que, un par de horas más tarde, se vería envuelto por un fuego de metralla, durante un feroz combate cerca del puerto de Buenos Aires.
Barrozo despertó a sus compañeros del rastreador Granville -el barco donde prestaba servicios-, y les contó que junto a los jefes de la Armada Argentina podía verse caminar por cubierta oficiales del Ejército y de la Aeronáutica. En esos momentos, un superior les ordena que carguen municiones.
Mientras cumplían la orden, por el cada vez más encapotado cielo surcaban varios Gloster Meteor y bombarderos pesados de la Fuerza Aérea. Era innegable que algo raro pasaba. Pese a todo, a las 7.30 se les ordena zarpar. Como la mitad de la tripulación del Granville estaba de franco, el personal se completó con otros marineros. "Un cañonazo cae frente al buque. Personal del Ejército nos advierte que no estábamos autorizados para salir. Augusto Verardo, un santiagueño muy recio que estaba a cargo del barco, contestó en seco: 'a mí nadie me va a prohibir que salga'; y zarpamos", recuerda Barrozo.
En ese momento, los militares leales al entonces presidente Juan Domingo Perón y los que navegaban en el Granville comenzaron a mostrarse los dientes. A ese barco se le sumaron, luego, otros navíos, también pertenecientes a la Fuerza Naval del Plata: los patrulleros Muratore y King, y los destructores Cervantes y La Rioja, entre otros.
"Los Gloster se nos venían en picadas, sin disparar; los bombarderos arrojaban bombas al agua. Nos ordenan cubrir puestos de combate: el mío era una metralla antiaérea, en el puente de comando, la parte más alta del barco. Los aviones vuelven a caer en formación sobre nosotros; nos mandan abrir fuego, y disparamos", cuenta. Barrozo cree que eso fue tomado como una provocación, porque en el acto las aeronaves respondieron con balas y con bombas. A un metro del tucumano, un marino cae muerto; en otra parte del barco muere el radio operador, y el aparato de comunicación termina destruido.
A la furia propia de toda batalla se le sumó el violento temporal que se desató. El mar picado complicaba los movimientos de la embarcación. Tras varias horas de fuego cruzado, el Granville queda a la deriva en el Atlántico. Verardo decide ir a Uruguay, pero una patrulla de ese país le comunica que tiene vedado el ingreso. "Nos dicen que si entramos no nos dejarían salir. Se decide bajar una lancha con los muertos y los heridos, y enviarlos a Montevideo", dice. Permanecen en el mar, incomunicados y sin víveres. Cuando logran ingresar al puerto de Buenos Aires, el 22 de septiembre, una multitud los esperaba. "Nos dicen que la Revolución había triunfado; que Perón había caído", relata.
"Eramos jóvenes"
Hoy Barrozo tiene 75 años. Prestó servicios en la Armada entre 1952 y 1958. De allí guarda muy buenos recuerdos y destaca la formación que recibió, fue volcada luego en su grupo de boys scouts. Con ellos, incluso, participó de un campamento mundial en Chile, con 36.800 chicos de distintos países.
Cuando se dieron los acontecimientos de septiembre de 1955, que terminaron con el derrocamiento de Perón, Barrozo no había cumplido aún la mayoría de edad. "En aquellos momentos no analizábamos nada. Eramos jóvenes: las órdenes eran órdenes, y había que obedecerlas. Luego nos dijeron que lo que había ocurrido era bueno para la Patria. Hoy creo que el pueblo se ha perjudicado con la 'Revolución Libertadora'; que han perdido los trabajadores", analiza.
¿Por quién votó en 1973?, se le pregunta. Sin llegar a sonreír, contesta serio: "por Perón".