El benemérito obispo Aráoz

Prelado tucumano que fue gran figura de la Iglesia argentina. Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.

EL OBISPO MIGUEL MOISES ARAOZ. Esta deteriorada fotografía lo muestra sentado. De pie, lo acompaña el primer obispo de Montevideo, Jacinto Vera y Durán. EL OBISPO MIGUEL MOISES ARAOZ. Esta deteriorada fotografía lo muestra sentado. De pie, lo acompaña el primer obispo de Montevideo, Jacinto Vera y Durán.
15 Agosto 2009
Una placa de mármol en la Catedral de Tucumán, marca la tumba del doctor Miguel Moisés Aráoz, obispo de Berissa. Nacido en 1823, en nuestra ciudad y en la antigua familia de ese apellido, fue una de las figuras ilustres del clero argentino, y tiene destacado lugar en la historia religiosa de esta parte del país.
Cultivó desde niño su vocación sacerdotal junto al benemérito dominico fray José Manuel Pérez, constituyente de 1853, y el doctor Miguel Ignacio Alurralde.
Ordenado en 1846, empezó a ejercer su ministerio en Tucumán. Aquí fue juez de Diezmos, y luego pasó a encargarse de funciones de creciente importancia: secretario del vicario de Salta y luego fiscal en la diócesis de Paraná, fue secretario de su obispo hasta 1861, época en que volvió a Tucumán. Al fundarse nuestro Colegio Nacional, dictó allí cátedras de Historia y Geografía. Desempeñó también, por dos veces, bancas de diputado a la Sala de Representantes de Tucumán. Posteriormente asumiría nuevas responsabilidades eclesiásticas: vicario foráneo, juez eclesiástico, vicario general del obispado de Salta (del que dependía Tucumán por entonces), canónico magistral de la Catedral salteña.
En 1872, el papa Pío IX lo ungió obispo de Berissa, y de inmediato partió a ejercer como obispo auxiliar en la sede de Salta. Allí organizó el Seminario, realizó visitas pastorales a lomo de mula hasta los puntos más alejados. Según el historiador Vicente Osvaldo Cutolo, en una de estas fatigosas jornadas contrajo la enfermedad que habría de concluir con su vida. Murió en Salta el 12 de agosto de 1883, en medio de un verdadero duelo público. Sus restos fueron traídos a Tucumán.
El doctor Aráoz era hombre de elevada estatura y majestuosa presencia, blanco, rubicundo y de ojos azules de mirada severa. Se carteaba asiduamente con su pariente Juan Bautista Alberdi. Ante su tumba, fray Angel M. Boisdron dijo que "sus mejores amigos eran los pobres", y afirmó que a pesar de que el prelado había heredado considerables bienes, "ha vivido y muerto sin fortuna: ponía constantemente sus tesoros en manos de los indigentes". Así, "la caja del obispo de Berissa estaba siempre vacía, y no había queja ni súplica que detuviera su santa liberalidad. Su corazón episcopal era siempre más grande que sus recursos".

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