"Hay que pasar de los frentes electorales a las coaliciones de gobierno"

"Hay que pasar de los frentes electorales a las coaliciones de gobierno"

Punto de vista. Por Julio Burdman - Director del Observatorio Electoral Latinoamericano.

27 Abril 2009
 Los frentes electorales son la regla, no la excepción, en la política de los últimos 15 años. Antes también la historia estaba plagada de ejemplos de partidos que formaban alianzas para poder competir, con posibilidades de éxito, en las elecciones. Pero hay un nuevo auge del frentismo que se debe a un fenómeno más contemporáneo: los partidos, en su estado actual, ya no pueden por sí solos ganar las elecciones.
Nuestro sistema es exigente para los partidos: tanto en el orden nacional, determinado por el modelo presidencialista, como en los órdenes provincial y municipal, con las elecciones directas de gobernadores e intendentes, la formación de una mayoría -necesaria para elegir al Ejecutivo- tiene que estar expresada en votos. Esto quiere decir que sólo una de las propuestas tiene que reunir la mayoría de las preferencias.
En un bipartidismo puro esto se consigue siempre: por preferencia o por descarte, la mayoría siempre termina confluyendo en uno de los candidatos. Cuando hay más propuestas en danza, la probabilidad de un resultado mayoritario es menor. En las presidenciales de 1983 y 1989 tuvimos formatos bipartidarios, ya que los dos partidos principales (justicialista y radical) obtuvieron por sí mismos más del 85% de los votos. Desde entonces, en la oferta partidaria y en el interior de los partidos tradicionales hay un fraccionamiento. El peronismo, es cierto, mantiene una gran capacidad de reunir votos, pero que ya no se traduce en estrategias unificadas. El PJ y la UCR no han desaparecido, pero desde mediados de los 90 múltiples fuerzas compiten en las presidenciales. Algo similar ocurre en muchas provincias para las elecciones de gobernador. Se necesitan alianzas. El multipartidismo no es incompatible con el presidencialismo, pero para el caso argentino requiere un mayor desarrollo de la cultura del acuerdo a fin de facilitar el tránsito del frente electoral a la coalición de gobierno. El frente electoral, si bien es una sociedad difícil, es no obstante mucho más fácil que la coalición de gobierno. El frente requiere consensos programáticos, una organización común y la distribución de los lugares en las listas; la coalición, además de todo esto, debe administrar el equilibrio de poder.
En la Argentina multipartidista tenemos dos casos de frentes electorales que no lograron consolidarse como coaliciones de gobierno: la Alianza de 1999, y la Concertación de 2007. En la segunda, por su asimetría -el justicialismo necesitaba a los radicales K para ganar en primera vuelta, pero era lo suficientemente fuerte como para gobernar solo después- el costo de la ruptura no fue tan grande como en la primera, donde el contexto era diferente. Pero las experiencias frustradas, al cristalizarse en fuertes conflictos entre presidente y vice, proyectan un modelo funesto para las próximas elecciones presidenciales. Las alianzas van a ser imprescindibles, pero los votantes más informados van a exigir garantías imposibles de convivencia futura a los candidatos. Paralelamente, en la dirigencia -como hoy se respira en algunos pasillos del peronismo- surgirán corrientes de opinión contraria a las alianzas con extrapartidarios.
Nuestro presidencialismo no favorece las coaliciones porque mientras que la presidencia es unipersonal y con muchas atribuciones, la vicepresidencia, como muestran los casos mencionados, no es un pago suficiente para el socio menor del Gobierno. Sin embargo, el presidencialismo de coalición es complejo, pero no imposible. Si asumimos el escenario multipartidista que se proyecta, la paradoja plantea dos grandes caminos. O reformamos el sistema de gobierno, adoptando mecanismos parlamentaristas más acordes con la nueva realidad, o fortalecemos la cultura de la coalición a través de pactos informales entre las fuerzas políticas. La segunda opción, que a primera vista puede parecer menos sinuosa y arriesgada que la primera, no es la menos compleja, porque requerirá una mayor despersonalización de los partidos.

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