Ignorancia activa: el triunfo de la nada

Ignorancia activa: el triunfo de la nada

Punto de vista. Por Osvaldo Aiziczon - Psicoanalista.

12 Abril 2009

Cantinflas, el gran cómico mexicano, producía su humor a través de largos monólogos,  gesticulación coherente y carencia total de contenidos. El efecto era confusión y desorientación en el interlocutor, quién fingía entender para no parecer ignorante ante la importancia supuesta del mensaje.
De igual forma, muchos de nuestros comunicadores gráficos, radiales o televisivos suelen improvisar conceptos, saberes, groserías y agudezas, para desembarcar, con frases y citas prestadas de autores involuntarios, en  reflexiones insólitas, inicuas y vacías. Es la nada. Y para colmo, desorganizada. Dentro de esa línea se inscriben los oposicionistas  automáticos; tratan de lucir individualidad, independencia, originalidad.  Ignoran que la oposición, como pura voluntad contraria, es hija bastarda de la crítica lúcida y fundamentada.
La búsqueda del impacto como forma de comunicación tiene el sentido perverso de toda llegada morbosa. Hacer sentir a cualquier precio reemplaza a entender y pensar, instancias todas que no tienen obligación de estar separadas. Ni tampoco juntas.
En algunos locutores su esfuerzo es patético: exhiben un menú emocional donde la solidaridad se degrada en saludos, premios e intoxicaciones varias.  Mucho se ha hablado de la vanidad argentina que personifica falsos valores,  subsidiados por la ausencia de proyectos reales. Así, sólo se puede huir de la decepción volviendo a la mentira.  Se insiste en la ilusión -en el peor de su sentido- convocando finalmente a la realidad, única reguladora de los mercados vitales.  
La vanidad, al modo del mosquito del dengue, pica en la lengua a algunos comunicadores produciendo fiebre de poder para así contagiar al oyente, lector o televidente. Muchos de estos tienen pereza intelectual y sucumben desorientados, cuando no felices.
Algunos lectores online de la Gaceta tratan de exhibir desacuerdos buscando a quién odiar, una de las mayores miserias humanas. Mientras tanto, aludiendo al curioso comentario de un político sobre los personajes de Cervantes, publicado en este diario hace unos días, podríamos concluir que si se pide a Sancho que ladre, admitiendo de ese modo que se trata de un perro, tendremos que aceptar, tristeza de Rocinante de por medio, que el Quijote es un caballo. Pero eso sí: habla perfectamente.

 

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