Solamente un original artista plástico y a la vez poseedor de una amplia cultura musical como Hermenegildo Sábat puede llevar la caricatura a su máxima expresión. En este caso, nos transporta directamente hasta la esencia misma del genial Astor Piazzolla. Si alguien cree que no es posible escuchar una pintura, Que no se entere Piazzolla le demostrará que está equivocado.
En otro excelente libro, Adioses tardíos, Sábat relataba con pasión anécdotas y comentarios sobre sus queridos músicos, como el mágico guitarrista de jazz Django Reindhart, Carlos Gardel y Aníbal Troilo, entre otros. Y, con respecto a Piazzolla, decía que el mejor homenaje que podía rendírsele era seguir escuchando su música.
Sin embargo, él consiguió algo más valioso todavía: volverlo a la vida mediante la pintura. Se da el gusto de retratarlo como tan sólo un verdadero amigo podría hacerlo. Es decir, a veces seria y profundamente; otras, con picardía y humor, pero siempre con admiración y respeto. Es evidente que entre Astor y Hermenegildo hay confianza y cariño, una conmovedora comunión espiritual que únicamente puede darse entre dos genios que se han transitado mutuamente con evidente placer.
El libro ilustra los episodios más importantes del músico, desde su niñez en Nueva York hasta el famoso concierto en el Teatro Colón, enriqueciéndolos mediante breves pero acertados testimonios de personas que lo conocieron, como el de "Pichuco", que aseguraba que Astor era más triste que él. Por su parte, Sábat dice que Piazzolla cometió el pecado de ser diferente. Si es así, bienvenidos sean esta clase de pecados que nos ponen en contacto con cierta misteriosa divinidad.
Hay que destacar la excelente calidad de la impresión, un verdadero lujo que convierte este libro en uno de aquellos que no deberíamos prestar ni a los mejores amigos. Corremos el riesgo de perder el libro? y el amigo.© LA GACETA