Sus novelas, García Márquez y el boom

Sus novelas, García Márquez y el boom

Por Fernando López-Alves para LA GACETA - Buenos Aires.

27 Julio 2008
Fernando López-Alves: - ¿Cuándo publicó su primera novela?Ernesto Schoo: - Bastante tarde, según los cánones actuales. Padecí de una autocrítica feroz y si no hubiera insistido mi gran amigo Enrique Pezzoni, seguiría sin publicar. Después de leer algo que había escrito, me intimó, me fijó un plazo y asi nació Función de gala, mi primera novela, que apareció en el año 76. El libro tiene mucho que ver con mi historia personal, con la tía Pupé - una tía real, hermana de mi padre- , que era una aventurera, era un personaje fantástico que viajaba por China y Japón en la década del 30 trayendo pieles de tigre, inciensos, budas. Sospecho que era contrabandista. Por razones familiares, a los diez años dejé de verla y eso me impulsó a inventar una historia en torno a ella.

- Después siguió El baile de los guerreros.
Sí, en el 78. Nace de un sueño en el que yo era una mujer que se despertaba en una casa que no era la suya y donde había ocurrido algo extraño y peligroso. En ese momento se me presentó el tema: reiterar la batalla entre unitarios y federales, 50 años después de Caseros. Jaime Kogan quiso llevarla al teatro y Sergio Renán, al cine. Después escribí algunas cosas más. Un libro de cuentos que fue también totalmente inesperado. Daniel Divinsky había leído un cuento mío y me preguntó si tenía otros. No tenía muchos. Uno de ellos, quizás el mejor, apareció hecho un bollito un día en que desarmé mi biblioteca. Con otro había ganado el premio Esso, en 1956, que era el premio mayor de la época y en cuyo jurado estaban Borges y Mujica Lainez. Juntando esas piezas perdidas y desconectadas entre sí, armé Coche negro, caballos blancos, con el que, inesperadamente también, gané el primer premio municipal.

¿Hay diferentes "Ernesto Schoo" en estas historias?
No, creo que es siempre el mismo. Un chico asustado y preocupado por el mundo, preguntándose cómo funciona. Ese camino culmina con Cuadernos de la sombra, mis memorias de la infancia publicadas en el 2000. Ese libro fue distinto al resto. Sentí una necesidad de publicarlo. Al principio iba a girar en torno a mi relación con Buenos Aires, ciudad a la que amo, como diría Borges, dolorosamente. Pero luego se convirtió en una historia de familia. Allí interviene mucho mi abuela, con quien tuve un vínculo muy intenso.

- Háblenos de ella.
- Era nieta de un invasor inglés del cual venimos los Schoo. Llegó con las primeras invasiones inglesas, en 1806, con apenas 20 años. Lo tomaron prisionero, lo mandaron a Tucumán y, naturalmente, se casó con una tucumana. Feliciana Villafañe se llamaba mi tatarabuela y John Schaw, mi tatarabuelo. Después se modifica el apellido. Según una de las versiones que conozco, porque los compañeros de colegio de sus hijos pronunciaban mal el apellido. De acuerdo a una segunda versión, un maestro sueco aconsejó el cambio para garantizar una pronunciación correcta. Mi abuela es la hija de uno de los hijos varones de Schaw. Tengo un recuerdo entrañable, porque me dejaban en su casa para que me cuidara y ella inventaba historias para mí.

- Como la abuela de García Márquez...
- Pasé una semana charlando con él, de la mañana a la noche, hace ya más de cuarenta años. Y una de las grandes coincidencias, en medio de dos infancias tan distantes y distintas como las nuestras, fue la de esas dos grandes contadoras de historias que fueron nuestras abuelas.

- ¿Cuál fue su primer contacto con los escritores del boom latinoamericano?
- Siempre fui un gran lector. Aprendí a leer a los 3 años. Leía lo que leían los chicos de mi época: Conan Doyle, Julio Verne, Alejandro Dumas. Pasó el tiempo y un día cayó en mis manos La muerte de Artermio Cruz, de Carlos Fuentes. Y me sorprendió que fuera de un mexicano y sentí mucha curiosidad por lo que podían estar escribiendo otros autores en Latinoamérica. Así apareció en el horizonte Vargas Llosa, con La ciudad y los perros. Yo ya estaba en Primera Plana junto a Tomas Eloy Martínez, que seguía muy de cerca a todos estos escritores jóvenes. Un buen día, en el 66, Tomás me dice que vaya a México a entrevistar a un tal García Márquez, que yo no sabía quién era. El mismo me recibió en el aeropuerto y de allí surgió esa entrevista que le hice en noviembre del mismo año y que fue buenísima porque él es un conversador entretenidísimo, un personaje encantador que parecía un vendedor de alfombras turco. Parecía que tenia una gran seguridad en sí mismo, una conciencia plena de que era un gran escritor y de que iba a triunfar. En fin?Volví, escribí la nota y se ilustró con la foto de la famosa tapa de Primera Plana, que yo mismo saqué.

- ¿Y los otros?
- En Buenos Aires los conocí a Vargas Llosa, a Severo Sarduy; en Londres a Guillermo Cabrera Infante. Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez se autodenominaban la mafia. Ese movimiento en el que un grupo de autores escribe, publica y al mismo tiempo da a la literatura latinoamericana un lugar que hasta ese momento no tenía, le debe mucho a Carmen Balcells, agente catalana que es una fiera y que tuvo la idea genial de reunir a esta gente y darle una especie de identidad, de cohesión que, fuera de la amistad de sus miembros, no tenía. A partir de entonces se genera un curioso proceso de emulación en todos los países latinoamericanos. Cada uno quería tener un representante propio. El nuestro con Cortázar, Uruguay con Onetti, Paraguay con Roa Bastos, Chile con Donoso, etc. Hasta lo mezclan un poco a Borges en esta historia, de la que no tiene nada que ver. Y se instala el criterio lamentable de que la literatura latinoamericana tiene que ser pintoresca y enrolarse en el realismo mágico. Y nosotros, los argentinos, que no tenemos color local ni realismo mágico, ¿qué tenemos que hacer ahí?

- ¿Cómo se explica la envergadura del fenómeno?
- Balcells lo hizo bien y rápido; una gran campaña de marketing, diríamos hoy. Hay otros factores importantes. La industria editorial argentina era enormemente próspera, nutrida por los exiliados españoles de la Guerra Civil. García Márquez y Vargas Llosa me decían que ellos habían tomado contacto con la gran literatura gracias a las editoriales argentinas, como Sudamericana y Sur (ambos tenían un gran respeto por Victoria Ocampo). Otro factor, volviendo al contexto en el que surgió el boom, es la existencia en nuestro país de lectores cultos y ávidos de buena literatura. En tercer lugar, una época en donde la literatura española estaba muy en baja y desprestigiada por el franquismo, era fértil para el surgimiento de un fenómeno de esta naturaleza en otras latitudes. Hoy la literatura española tiene una presencia mucho más importante en el mundo. Finalmente, no debemos olvidar que Primera Plana era la revista que leía todo el mundo. Si no la leías, estabas "out", como se decía en esa época. Y Primera Plana es la que presenta a este personaje curioso, extraño, irresistible. Con estas condiciones, apareció Cien años de soledad en Buenos Aires y la gente devoró el libro.

- ¿Y usted cómo lo digirió?
- Me deslumbró. Pero me pasó algo que se repitió con casi todos sus libros. Primero quiero destacar dentro de su obra dos títulos: Crónica de una muerte anunciada y El coronel no tiene quien le escriba. Creo que son las dos cumbres. Ahora, el "problema" que tuve con Cien años es que su prosa no ofrece descansos, esos valles que necesita el lector. Por ejemplo, ese episodio maravilloso en el que Remedios, la bella, está colgando la ropa y asciende al cielo, para el lector pasa casi inadvertido porque ya ha pasado por tantos "Himalayas" previos que este es uno más. Creo que falta ese descanso que permite tomar aire para la sorpresa que vendrá después. Más allá de este detalle, tengo una gran admiración por García Márquez, por su manejo y, fundamentalmente, por la música de su prosa.

- Mencionó ciertos vicios derivados del boom. ¿Hay otros?
- Lo positivo es que abrió las puertas del mundo a toda una generación de escritores y de lectores. Las virtudes del fenómeno son múltiples e innegables. Hay, no obstante, una gran injusticia con los escritores latinoamericanos anteriores. Rómulo Gallegos, Miguel Angel Asturias, entre tantos otros que habían escrito grandes cosas. El boom aparece como el gran descubrimiento o redescubrimiento de América.

- ¿Qué está escribiendo ahora?
- Mi primer policial. Primero lo pensé como novela corta y ahora se está transformando en un cuento. Y me divierte mucho, lo cual es muy importante. Me pasa algo curioso: sé como se cometió el crimen pero no sé por qué. Me falta el móvil. Por eso le estoy preguntando a mis amigos economistas algunos detalles. Envidio de Balzac todo lo que sabía sobre hipotecas y usureros. Yo, en cambio, no conozco ese mundo. Me pregunto entonces por qué, por ejemplo, un accionista de una empresa querría matar a otro. Y mis amigos me han dado varias hipótesis.

- ¿Cómo escribe?
- A veces escribo a mano. Mi trabajo periodístico lo escribo directamente en computadora. Me llevó un año y medio aprender. En primer lugar por la edad y luego por mi mentalidad. No sé cómo funciona un teléfono o un auto. Son misterios, milagros. Ignoro cómo funcionan. Y lo peor es que no me interesa. El otro día un amigo se sorprendía porque le dije que no sabía jugar al ajedrez. Lo que pasa, le dije, es que me importa un rábano el destino de esas piezas. Ahora bien, si me cuentan una buena historia sobre esa reina o ese peón, puede que me interese.

- ¿Cuál es su relación con LA GACETA?
- Siempre digo que LA GACETA es mi cuna periodística. Empecé a colaborar poco después de recibirme de bachiller. Y casualmente fue Daniel Alberto Dessein, mi viejo compañero de colegio, quien me invitó a colaborar en la sección literaria que acababa de crear. Me propuso que escribiera reseñas de libros. Yo hacía eso porque me gustaba leer y me gustaba contar lo que había leído. Pero un buen día me manda una carta (en esa época no había estos cachivaches que hay hoy en día) y me dice: "No sé si te habrás dado cuenta, pero sos un periodista".

- Qué buen ojo el de Dessein
- Lo notable es la perduración de LA GACETA Literaria. ¡Casi sesenta años! Y un nivel de calidad impresionante, un nivel que nunca ha bajado. © LA GACETA

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