Epocas de pluma y tintero

El bolígrafo sepultó el antiguo modo de escribir. Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.

LA VIEJA PLUMA. Iba calzada en un cabo, generalmente de madera, y para escribir se la mojaba en el contenido del tintero. LA VIEJA PLUMA. Iba calzada en un cabo, generalmente de madera, y para escribir se la mojaba en el contenido del tintero.
20 Marzo 2008
Es verdad que todavía se fabrican y se venden lapiceras de pluma (algunas muy lujosas y caras), alimentadas por cartuchos de tinta. Pero hoy, la inmensa mayoría de las personas utiliza, para escribir, los bolígrafos en su infinita variedad de puntas y de cargas. Hace mucho que entraron en el pasado tanto aquella otra pluma, calzada en un cabo de madera, como aquella otra tinta, contenida en el frasco llamado tintero. Es decir, elementos separados, que durante siglos -junto con el lápiz- constituyeron las únicas herramientas posibles para trazar letras sobre un papel.
En los museos se conservan los bellos tinteros de plata usados en tiempos de la Revolución de Mayo, por los próceres y por los congresos. El conjunto de tres frascos incluía uno para la "arenilla", que actuaba como secante de la escritura. Hay muchas anécdotas sobre tinteros y lapiceras. El tintero de Domingo Faustino Sarmiento era de cristal verde, y su gran tamaño permitía una carga excepcional. Eduardo Wilde cuenta que de niño escolar, durante los años 1840, en Tupiza, escribía con plumas de ave, y que la llegada de las de acero causó toda una revolución. Cuando Paul Groussac perdió la vista, en 1929, se limitaba a firmar o trazaba algunos temblorosos renglones. Para guiarse sobre el modo de manejar la pluma, había hecho practicar un calado en la empuñadura.
El uso generalizado de la pluma, corría parejo con la enseñanza de la caligrafía. Ella dio al país generaciones de hombres y mujeres que tenían letra legible, y hasta sabían dar perfil a cada una de ellas con una leve presión. Aquellas plumas debían cuidarse. Un golpe dañaba fácilmente la punta y las inutilizaba para siempre. Hasta comienzos de la década de 1950, digamos, así se escribía en las escuelas y colegios. En muchos establecimientos, los pupitres escolares tenían un agujero en la parte superior. Allí se alojaba el pequeño tintero de loza, que era periódicamente llenado con el líquido azul.
A todo eso empezó a decirse adiós al promediar los años 1940, y difundirse la lapicera a bolilla, sensacional invento del húngaro nacionalizado argentino Lazslo Biro (1899-1985). La "birome", como la bautizó Biro (uniendo su apellido con el de su socio Juan Meyne) sepultaría definitivamente, en muy pocos años, los tinteros, las plumas y su cortejo de la buena letra.

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