
BUENOS AIRES.- “Gracias a que saltó un fusible, se salvó todo el sistema”. Si bien la frase se presta para el doble sentido ya que la gran duda es saber hasta qué escalón de la administración llegarán los coletazos del caso Skanska, y si los funcionarios desplazados no se llevarán a la rastra a otros de más arriba, lo cierto es que involucra una explicación totalmente técnica de otro tenor y fue brindada a DyN el viernes por un conocedor de la cuestión eléctrica.
La mención del experto encierra también una primicia, ya que fundamenta por qué casi todo el país no se quedó sin luz el jueves por la noche, cuando se incendió una estación de transformación eléctrica de Transener, en Monte Grande.
Sin embargo, lo sucedido tampoco ha sido gratuito y le pone una cuota más de incertidumbre a la Argentina, donde no sólo no aparece el núcleo duro de la inversión, sino que la cadena de hechos que le han explotado en simultáneo al Gobierno durante las últimas semanas, algunos afectando lo social y otros lo institucional, parecen condicionar las decisiones empresarias cada vez más, lo que fatalmente comenzará a mellar los fundamentos de la economía, su gran caballito de batalla frente a la opinión pública.
Esta vez, la buena noticia del episodio eléctrico fue que los sistemas de protección funcionaron, antes de que el corte se trasladara en imparable cadena a todo el sistema interconectado nacional, ya que un oportuno disyuntor colocado en la empresa que controla el movimiento de energía y administra cómo se distribuyen las cargas del sistema (Sacme) fue el héroe de la jornada.
Si bien de los tres transformadores uno quedó inutilizado por el fuego y deberá ser repuesto, el viernes logró energizarse el segundo de 800 megawats y la luz comenzó a retornar a muchos barrios de la Capital Federal. En paralelo, las distribuidoras les habían cortado la energía a los grandes consumidores (industrias) para evitar sobrecargas y así se logró pasar el mal trance, mientras en el Ministerio de Planificación Federal se tejían especulaciones sobre la conveniencia o no de hablar de “sabotaje” ya que, se sabe, no hay nada que le guste más a los funcionarios que mostrarse como víctimas.
Noche absolutaLa oscuridad total era lo único que le faltaba al Gobierno para terminar de complicar su imagen, sobre todo en materia de infraestructura, en una semana donde el área que maneja Julio de Vido estuvo en el ojo de la tormenta, más que nada por el esquema de obras públicas que se ha diseñado desde allí, bajo la excusa ideológica de mostrar la presencia activa del Estado, matriz que les permite a los funcionarios discrecionalidades de todo tipo, a los privados no correr casi ningún riesgo empresario y beneficiarse con dinero de los contribuyentes, y a la opinión pública sospechas cada vez más fundadas.
Así pasó con la vulnerabilidad demostrada en el sistema de fideicomisos (Banco Nación), mientras que quedó en claro que los entes de control no sólo no controlan sino que han ordenado pagar sin chistar manifiestos sobreprecios (Ente Nacional Regulador del Gas, Enargas) y que otro tanto sucede con los subsidios otorgados a empresas que solamente deberían preocuparse por administrar bien los servicios públicos (trenes y subterráneos), cosa que no hacen, y que motorizó la explosión de furia de la estación Constitución.
Más allá de cada caso en particular, lo que más llama la atención son algunos zig-zag comunicacionales que se han notado en el Gobierno, algo no muy habitual en gente más que fogueada en declaraciones a los medios o aún en el presidente Néstor Kirchner, en sus intervenciones desde el atril. El escándalo del Indec, el caso de la provincia de Santa Cruz, la situación de los docentes y sus marchas, los episodios del supuesto atentado a la casa del Presidente en Río Gallegos y el escrache a Alicia Kirchner o aún lo que sucedió en Constitución han tenido intervenciones poco felices y hasta poco convincentes por parte de los funcionarios. Sobre los motivos de la revuelta ferroviaria, el Presidente se los endilgó al aumento de pasajeros, algo que las estadísticas relativizan, y -un clásico- al modelo neoliberal de los 90.
También a los que nunca se quejaron cuando Carlos Menem decía la frase “ramal que para, ramal que cierra”, a quienes Kirchner les dedicó una frase que quiso ser lapidaria, pero que se le volvió en contra porque suena desdorosa para los sufridos pasajeros actuales: “hoy se asustan cuando se para un tren”, señaló. Quizás no le han dicho sus asesores que no es un tren el que se para una vez cada tanto, sino varios (el día del desborde fueron dos, el que se cruzó en la vías y el que luego llegó para remolcarlo) y que eso ocurre todos los días, que los horarios no se cumplen, que las formaciones se detienen a mitad de camino o que viajar en tren de esa manera es un Calvario para millones de personas. Más allá de las ideologías, la gente necesita un buen servicio.
Tampoco se reconoce desde el Gobierno que, instalado durante los últimos cuatro años, bien pudo haber cambiado el sistema para mejor y que nunca lo hizo. Más bien lo perfeccionó, con mayores subsidios para los concesionarios y hasta con el quite de una concesión (Ferrocarril San Martín) que fue reemplazada... por otra concesión armada por los demás concesionarios.
Por el lado del caso Skanska, los funcionarios siguen insistiendo tozudamente en que el episodio sólo involucra corrupción entre privados, lo que probablemente podría haber sido sostenido de un modo más enfático si el propio Kirchner no hubiera firmado hace cuatro días el decreto de desplazamiento de dos funcionarios del Estado. La mención explícita a dos dependencias que habrían recibido 5% en “comisiones indebidas” (Enargas y Nación Fideicomisos), en una grabación obtenida por un auditor de Skanska, apuntó indirectamente a la responsabilidad de sus titulares, Fulvio Madaro y Néstor Ulloa, aunque no fueron identificados por nadie como receptores de ninguna coima.
Sólo un pedidoPero ocurre que, hasta ahora, lo único que hay en concreto es un pedido de indagatoria del fiscal de la causa, Carlos Stornelli al juez Guillermo Montenegro, que este deberá atender (o no) como paso previo a esa instancia que recién entonces podría derivar en un eventual procesamiento. Como es un caso de construcción de gasoductos, también se menciona como posible que la escalera siga ascendiendo y que se cite a declarar al subsecretario de Combustibles, Cristian Folgar y a su jefe, el secretario de Energía, Daniel Cameron.
Una de las motivaciones centrales de ese Decreto no sólo ha pasado por el respeto a la palabra empeñada por el Presidente, cuando mostró sus manos limpias al auditorio en una intervención pública, sino también por despegarse del estilo menemista que sólo separaba a los funcionarios de sus cargos cuando el procesamiento estaba en marcha. Esta vez, el Gobierno se fue hacia el otro extremo, ya que ignoró la presunción de inocencia.
Quizás para no ser blancos de esta acusación en sede judicial, que en algún momento podrían esgrimir los funcionarios desplazados si no se prueba nada y deciden hacerle un juicio al Estado para resarcirse del daño moral y los perjuicios económicos, el texto del Decreto involucró con nombre y apellido al fiscal Stornelli. Esta es una interpretación jurídica, aunque también el Decreto tiene su miga política.
En primer lugar, porque la mención del fiscal fue hecha de un modo más que extraño en los considerandos, dentro de un manifiesto propagandístico que incluía el inédito uso del plural mayestático, el mismo que utilizan el Papa o los reyes para referirse a “nosotros” y que contaba intimidades de la campaña bonaerense, como por ejemplo que Stornelli llamó al ministro del Interior para decirle que iba a aceptar colaborar con Daniel Scioli en un eventual gobierno provincial y, de paso, para contarle que se iba a “llevar puestos” a Madaro y a Ulloa.
Estos condimentos adicionales marcan que aún el Gobierno nacional no ha logrado sobreponerse a la catarata de situaciones que están mellando su imagen, a seis meses de las elecciones. Pese a que se ha negado desde la Casa Rosada, el episodio del Decreto les hizo pensar a los mal pensados que todo fue prefabricado para que Stornelli tuviera que decirle adiós a la causa, probablemente recusado por alguno de los involucrados, y hasta para mandarle un mensaje a Scioli, quien cada día crece más en las encuestas por mérito propio.
Como las paranoias abundan, hay quienes emparentan estas cuestiones con algunas apariciones cada vez más activas de Eduardo Duhalde y con el apoyo que sus punteros le estarían dando a Scioli. Tampoco se dejó de verificar de dónde provenían los jóvenes con mochilas con piedras y bombas molotov que se infiltraron una hora después que comenzaron los disturbios de Constitución y si la mano de obra no era de similar origen a la que había terminado con Fernando de la Rúa.
El mensaje presidencialPara que no quedaran dudas, el Presidente mandó un mensaje, después de decir de modo descolgado, en un discurso sobre obras en la Patagonia donde habló de las privatizaciones, de Río Turbio y de los trenes, que había verificado los “olvidos” de los gobiernos anteriores en materia de provisión de agua, justamente en La Matanza, uno de los distritos bonaerenses emblemáticos del peronismo. “No se preocupen, nosotros no tenemos ningún helicóptero preparado para escaparnos”, disparó.
El verdadero fondo de toda la situación es un punto que esta columna ya detalló en varias oportunidades, cual es la pasión del presidente Kirchner por ser su propio escudo y por jugar cada ficha al todo o nada, sin red. El Presidente no tiene fusibles porque no los quiere, ya sea porque siempre le ha ido bien de esta manera, o bien porque es desconfiado por naturaleza. Llegado el momento se ha visto que los necesita.
“Néstor es así”, suelen decir sus colaboradores, quienes hasta ahora lo conocieron en situación de bonanza y de luna de miel con las encuestas y nunca abroquelado con cuatro o cinco líneas de fuego abiertas simultáneamente, tal como está ahora. Como en el Tetris, las fichas le están cayendo al Gobierno cada vez con mayor celeridad. (DyN)