Es conocido que Lord Byron y Percy Shelley figuran entre los más famosos poetas ingleses del siglo XIX. Es menos conocida la peripecia de una mujer que estuvo fuertemente entrelazada con la vida de ambos. Se llamaba Claire Clairmont.
Nacida en 1798, hija de un comerciante suizo, cuando este murió su esposa Mary se trasladó a vivir a Londres, con la chica.
Allí se casó con William Godwin, un predicador y literato que exaltaba el amor libre, viudo con dos hijos, Fanny y Mary Godwin. En la casa se vivía un ambiente literario y la visitaban personajes como el poeta Coleridge: todo esto suscitó en Claire una temprana e intensa admiración hacia los escritores. Sucedió que a una reunión llegó el poeta Percy Shelley con su esposa Harriet, y se hicieron prontamente amigos de los Godwin. A poco andar, Shelley (quien tenía 22 años) y Mary Godwin (de 17) se enamoraron sin remedio.
Tras turbulentas escenas, Shelley dejó a su esposa y resolvió fugarse con Mary. Acordaron que la hermanastra Claire Clairmont los acompañaría. Durante unos dos meses estuvieron recorriendo Europa. Luego, volvieron a Londres. A Claire le pareció oportuno alojarse en otra casa, y poco después conoció al poeta Lord Byron. Se enamoró del contumaz mujeriego y comenzó una empeñosa campaña para conseguirlo. Le armaba citas con cualquier pretexto, lo atiborraba a cartas.Tanto insistió que se convirtieron en amantes. La relación era pesadapara Byron, a pesar de que la alternaba con otras, entre ellas la de su legítima esposa, la rica y estirada Annabella Millibanke.
En 1816, el inescrupuloso lord decidió dejar Inglaterra, donde su afición por los franceses y los escándalos sexuales le habían creado un clima desagradable. Partió, pues, a Suiza. Claire le anticipó que lo visitaría, cosa que Byron admitió sólo si venía "convenientemente acompañada". Entonces, Claire convenció a los Shelley de que viajaran a Europa e hicieran una parada en Ginebra. Fue allí que Byron conoció a Shelley: entablaron una amistad que, con luces y sombras, nunca excluyó la mutua admiración. Byron alquiló una casa cercana, y los cuatro se divertían en largos paseos.
Por cierto que eso permitió a Claire reanudar su condición de amante de Byron, siempre medio a desgano de este. Ese año 1816 fue pródigo en acontecimientos: se suicidó Harriet, la esposa de Shelley (lo que permitió a este casarse con Mary) y, en agosto, Claire supo que estaba embarazada de Byron. Volvió con los Shelley a Londres y allí nació una niña, en enero de 1817. El padre, a quien Claire ya resultaba insoportable, no le dio mucha importancia y se limitó a indicar el nombre que debía ponerle: Allegra.
Pero cuando los Shelley con Claire y la chiquita volvieron a Europa, Byron -ya por entonces enredado con la italiana Margarita Cogni- resolvió llevarse a Allegra, cosa que Claire no tuvo más salida que aceptar. La chica nunca vivió con él, sino que la colocó en manos de los Hoppner, unos amigos alemanes. La madre sólo la podía ver de vez en cuando. Finalmente, ante la furia de Claire, puso a la chica al cuidado de las monjas de un convento. Allí murió de tifus, a los cinco años, en 1822.
Poco más tarde, hubo otra tragedia: el matrimonio Shelley pereció en un naufragio. Claire, llena de odio hacia Byron, a quien hallaba culpable de la muerte de su hija, empezó a vivir sola. Fue institutriz en Viena, luego en la Rusia zarista, y tuvo algunos amoríos. Entretanto, Byron murió en Grecia, en 1824. Claire siguió haciendo de institutriz en diversas partes de Europa. Terminó estableciéndose en la ciudad de Florencia, en compañía de una sobrina solterona y añosa, Paula.
Un testigo de esa época describe a Claire como "una anciana encantadora; sus ojos centelleaban a veces de ironía y diversión; su piel era tan clara como a los dieciocho años". Murió a los 81, el 10 de marzo de 1879, mientras dormía. Conservaba numerosas cartas y documentos de Shelley, que eran muy buscados por los coleccionistas. Uno de estos, Edward Silsbee, intentó comprárselos, sin éxito. Tras la muerte de Claire, insistió con Paula, heredera de los papeles, pero esta le dijo que se los vendería sólo si se casaba con ella. Silsbee huyó despavorido. Sobre esa historia, Henry James escribió una conocida novela, "Los papeles de Aspern".