Pasado y presente escritos al galope

Estas competencias están ligadas a las primeras páginas de la historia argentina. En los pueblos, eran una verdadera fiesta criolla.

MULTITUD. Gente de todas las edades se reúne para seguir los festivales. LA GACETA MULTITUD. Gente de todas las edades se reúne para seguir los festivales. LA GACETA
07 Enero 2007
La denominación carreras cuadreras viene de la época colonial, cuando a las tierras se las medía por cuadras. Son carreras a caballo con dos participantes, que por lo general se corren sin gatera y en pelo o con un pelero. Los participantes pueden largar de dos formas: en seco, por el cual los caballos arrancan de parados, o partiendo (largan a un galope leve hasta que los hocicos se emparejan y toman la carrera).
Cuando se organizaban cuadreras en un pueblo, se concertaban con varios días de anticipación. Eran un verdadero acontecimiento, especialmente porque venían muchos forasteros -además de los lugareños- lo cual significaba mucho movimiento de dinero en las apuestas y especialmente en las cantinas o pulperías. Era una verdadera fiesta criolla -conjuntamente con las corridas de sortija y tabeadas- porque toda la “paisanada”, hombres y mujeres (sobre todo las abuelas), concurrían con sus mejores emprendados y caballos (ver “El desafío...”). El primer reglamento de cuadreras se hizo por 1856 en la provincia de Corrientes. El mayor auge lo tuvo en Buenos Aires en la época de Juan Manuel de Rosas.

En Tucumán
Con la misma pasión del comienzo, en el campo tucumano se reviven aquellas jornadas gloriosas de este deporte criollo. En Atahona, Estación Aráoz, Chicligasta, Los Ralos y Ranchillos, entre otros sitios, las cuadreras congregan gran cantidad de seguidores, a pesar de las dificultades para llegar. En El Bagual, pequeño poblado santiagueño lindante con Tucumán, el domingo pasado  no faltó ninguno de los condimentos de antaño. “150 a 100 recibo, pago a la yegua, voy derecho al caballo, carrera corrida”, se escuchan las voces de los apostadores en el medio de la pista. De pronto todos  gritan, se abre la cancha.. ¡largaron!
Cuando pasan, puede sentirse la potencia del caballo, adrenalina que transporta al tiempo cuando no se distinguía la línea que separaba el trabajo de la diversión, en las largas jornadas del gaucho. Las carreras cuadreras siempre terminan bien, aunque no faltan discusiones y finales polémicos.

El Desafío

de René Ruiz

y Dualberto Márquez

Le corro con mi manchao
al alazán de Cirilo,
y no le pido ni un kilo,
como le dio al colorao.
Nicasio de abanderao
y como juez, Don Zenón
a correr desde el portón
hasta allí, hasta el esquinero,
y me juego hasta el apero
y empeño hasta mi facón.

No respeto, caballeros,
estado, pelo ni marca,
y al de la estancia `e Las Arcas
le pueden bajar los cueros.
No me asustan parejeros
con tapa ni con trompeta
pues no es el primer sotreta
que aquí en la esquina `e Las Latas
le hice revolear las patas
y también largar la jeta.

Aceptan y desensilla,
dejando sobre el apero
botas, facón y sombrero,
y hace vincha su golilla;
va de la cancha a la orilla
en vez de un rebenque dos
con la Fe puesta en su Dios
cual legítima Esperanza
pa` llegar a la balanza
a igualar sesenta y dos.

Le tocó un rosillo moro
marca de Hilarión Contreras
que había ganao más carreras
que`l colorao sangre`e toro.
Lo montaba un mozo Floro
muy buen corredor campero
visteador y ventajero
pa`largar en la bandera
pues no había quien le saliera
siempre picaba primero.

El otro fue un mocetón
que se sintió desafiar
y que cargó pa`igualar
medio kilo `e munición
lo rodeaban un montón
que hacían fuerza pa`su lado
y palmeaban al manchado
al par del andarivel
como si vieran en él
un triunfo ya descontado.

Y pa`que seguir narrando
lo que fue aquella carrera,
si cualquier hombre de afuera
ya lo estará calculando.
Anduvieron mañereando,
errar y errar la partida,
hasta que en una corrida
les bajó el abanderao
y el rocillo y en manchado
fueron una luz prendida.
Y se sintió: ¡Ya pegaron!
y la cosa jue pareja,
ni se sacaban la oreja
y los rebenques bajaron.
Y cuando al final pasaron
entre el público y rayero
entre aplausos y sombreros
que se agitaban de gozo,
el juez gritó sentencioso:
¡Puesta nomás, caballeros!