Nueva York.- Jackson Pollock pintaba sus cuadros sin tocarlos. "Jack the Dripper" (algo así como Jack el goteador) dejaba gotear la pintura de un pincel casi seco sobre el lienzo que estaba clavado sobre el suelo. O hacía un agujero en un envase de pintura y lo revoleaba sobre el cuadro. También salpicaba, embadurnaba, manchaba y sacudía, mezclaba arena y restos de vidrios, y finalmente desgarraba y pisoteaba el resultado.
Cada uno de estos arrebatos vale hoy millones de dólares. 50 años después de su muerte en un accidente, el 11 de agosto de 1956, Pollock es considerado uno de los pintores más importantes de Estados Unidos en el siglo XX.
Seguramente eso también tiene que ver con el hecho de que cumple con todos los clichés del genio loco: sólo fue realmente productivo y bueno durante cinco años, entre 1946 y 1951, y de esa época destacan los años 1949 y 1950, los únicos en los que su alcoholismo estuvo bajo control. La mayor parte del tiempo estaba borracho o bloqueado. Su fuerza creativa se descargaba a empellones. Cuando una vez recibió un encargo importante de la mecenas Peggy Guggenheim para un mural de seis metros de largo, comenzó a trabajar 15 horas antes de que se venciera el plazo de entrega. Y brindó una de sus obras más brillantes.
Cabe destacar que Pollock fue descubierto y valorado ya durante su corta vida, a pesar de que hacía todo lo posible por asustar a quienes lo querían ayudar. Cuando estaba sobrio, era un hombre reservado y silencioso. Tras dos copas, era insoportable. Entonces, derribaba mesas, destruía cuadros de otros pintores, orinaba en la chimenea del Museo Guggenheim, rompía instalaciones, se peleaba o amenazaba a su cuñada con decapitarla. Quizá cuidaba su imagen de hombre salvaje del oeste - venía de Wyoming- para hacerse el interesante en Nueva York. Una vez que pasó por el diván de un psicoanalista, comenzó a interpretar su arte como manifestación de luchas inconscientes.
Generaciones enteras de historiadores del arte se alimentaron de ello. Hasta los años 90, los biógrafos atribuían la técnica de goteo desarrollada por el artista a un complejo de inferioridad con respecto a su padre.
Pollock tuvo la gran suerte de conocer a una mujer que aguantó con paciencia sus excesos hasta poco antes de su muerte, porque sabía que el pintor estaba destinado a pasar a la historia. Lee Krasner (1908-1984) también era artista, pero dejó su trabajo en un segundo plano y en vez de eso buscaba galerías para Pollock. También fue ella la que en 1945 lo convenció para mudarse al campo, a Long Island, donde estaba lejos de las tentaciones de la gran ciudad y podía trabajar en un galpón cerrado. La casa de madera sin mayor atractivo es hoy un lugar de peregrinación. En 1950, un fotógrafo convenció a Pollock para que se dejase fotografiar trabajando a cielo abierto. Eso le generó tanta repugnancia que esa misma noche volvió a recurrir a la botella tras dos años de sobriedad. Desde entonces, todo fue cuesta abajo.
En 1952 prácticamente abandonó la pintura. En 1956, conducía ebrio y causó el accidente que le costó la vida a él y a su acompañante. Tenía 44 años. (DPA)