Galguear. Lechucear. Yeta. Turucuto. El idioma coloquial sumó tantos términos que a cualquier otro hispanohablante le costaría entender un diálogo de cafecito en el microcentro de la ciudad. De hecho, sólo los habitantes de esta tierra se empeñan en utilizar el término “coso” para referirse a una persona. Sucede que el lunfardo (lenguaje singular que emplean los habitantes de cada región) es el responsable de que los tucumanos sean tan creativos e inventen sus propios vocablos.
“Los hablantes se apropian del idioma y construyen su propia variedad léxica. Por eso, nosotros utilizamos una tonada particular y tenemos palabras propias incorporadas a nuestro acervo lingüístico”, explica el escritor y tallerista Ricardo Calvo.
Aunque el lingüista sostiene que es muy complicado hallar el origen de estas nuevas palabras, asegura que durante los últimos años la mayoría asomó de la prensa. “No se puede comparar el habla de un tucumano de este milenio con el de otro de hace 10 años. Ahora, nos estamos aporteñando. Los medios de comunicación se encargaron de hegemonizar el lenguaje, de globalizarlo. Nuestro dialecto se está volviendo, cada vez, más foráneo. Estamos perdiendo la genuinidad”, se lamenta Calvo.
La palabra lunfardo proviene del italiano lombardo. Significa ladrón. Pero hace varias décadas, el término cayó en desuso. Ya a comienzos de 1880, se comienza a utilizar para referirse al habla que originariamente empleaba, en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, la gente de clase baja.
Pero no sólo el significado cambió con el paso del tiempo. Antes, la jerga era popularizada por el tango. Ahora, en cambio, es la música que suena en las radios de los adolescentes la que moviliza los argentinismos.
Sino, que lo niegue Iván Noble. “Vamos a pungearle a esta vida amarreta un ramo de sueños”, sugiere el cantante. El tema se llama “Avanti morocha”. Es que ya no se dice aguante.