Joaquín Cisneros, el tirador tucumano que tras un 2025 brillante le apunta a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028

Entre el legado familiar, la pasión y el sacrificio cierra una temporada que lo empuja a soñar en grande.

LO DISFRUTA EN FAMILIA. Cisneros posa junto a sus padres y a uno de los trofeos que conquistó en este 2025. Su gran objetivo es seguir creciendo y llegar a los Juegos Olímpicos. LO DISFRUTA EN FAMILIA. Cisneros posa junto a sus padres y a uno de los trofeos que conquistó en este 2025. Su gran objetivo es seguir creciendo y llegar a los Juegos Olímpicos.
Hace 2 Hs

“Acá fue”. Joaquín Cisneros se detiene en medio del pasillo de LA GACETA y señala un punto invisible para cualquiera que no conozca su historia. A su lado, Paula González escucha en silencio. Él sonríe. “En este lugar, en 2023, tuve la mayor alegría de mi vida. Acá me eligieron Deportista del Año”. Tiene 21 años y dice la frase sin grandilocuencia, como quien recuerda algo sagrado.

Joaquín volvió sentir ese cosquilleo en el estómago. Estuvo cerca de repetir esa hazaña de 2023 (perdió por dos votos contra María Emilia Filgueira -a quién había vencido aquella vez- en la elección del deportista del año 2025) y fue ternado a los Premios Olimpia en tiro. Así cerró un año que él mismo define como “brillante”.

El vínculo con la escopeta no es una elección tardía ni un capricho adolescente. En la familia Cisneros, el tiro corre por la sangre. Joaquín es la tercera generación; heredó la pasión de su abuelo Carlos Joaquín Enrique y de su padre, también llamado Joaquín. “Desde que nací, en vez de una mamadera me dieron una escopeta”, bromea. Hace 11 años que el disparo forma parte de su rutina y de su identidad. Hoy, con apenas 21, sueña en grande: los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028.

Cuando mira hacia atrás y repasa este 2025, la emoción aparece sin esfuerzo. “Fue un año muy importante para mí, con triunfos que eran objetivos desde hacía mucho tiempo. Se me vienen a la cabeza muchos momentos vividos con mi abuelo, con mi viejo, con mi familia. Triunfos, derrotas… todo eso te forma”, dice. El tiro no es sólo un deporte; es también memoria, legado y pertenencia.

El primer disparo sigue intacto en su recuerdo. Tenía nueve años y había acompañado a su papá a una competencia. Él le ofreció probar; Joaquín dijo que no, que tenía miedo. Pero minutos después, cambió de idea. Tiró en un concurso de menores y ganó. “Era una escopeta calibre 20. Pegué seis de 12. Me dieron un chaleco y ahí empezó todo”, relata. No lo contaba en la escuela; sus compañeros se enteraban recién cuando su nombre aparecía en el diario. Entonces venían las preguntas, la curiosidad, y ese vínculo distinto que genera hacer algo fuera de lo común.

La difícil misión de seguir adelante en una disciplina que no todos pueden solventar

Pero detrás del romanticismo hay una verdad cruda: el tiro es un deporte extremadamente caro. Joaquín no lo esquiva. “Para estar a la altura de los mejores del mundo necesitás alrededor de U$S 8.000 por mes. No es imposible, pero es muy difícil”, asegura. Entrenar como un atleta de elite implica disparar 200 platos por día, contar con psicólogo, nutricionista, gimnasio y masajista; un equipo completo detrás de cada tirador. En Argentina, una caja de cartuchos cuesta mucho más que en el exterior. Así, competir, viajar y sostener el nivel se vuelve una carrera paralela contra el dinero.

Esa pared apareció en 2024. Después de un 2023 inolvidable, Joaquín estuvo a punto de dejar el deporte. “No podía competir; fue durísimo. Amar tanto un deporte y no poder practicarlo por falta de apoyo te frustra”, recuerda. Probó con el golf, despejó la cabeza, pero el disparo seguía llamándolo. Y volvió. Y 2025 le devolvió todo.

Ahora, el horizonte es mucho más claro. El calendario 2026 estará cargado de competencias internacionales, selectivos y Copas del Mundo. Y Marruecos aparece en el radar. Claro; el objetivo es uno solo: mantenerse en el ranking nacional y salir a buscar el cupo olímpico, ya sea por Copas del Mundo, Mundiales o Panamericanos. Lima 2027, última estación posible, asoma como una puerta final.

La nominación a los Olimpia fue, para él, una recompensa inesperada. “Estar ternado ya es como haberlo ganado. Ver esos apellidos que uno siempre vio por televisión es impresionante. Voy a pedir fotos, seguro”, dice, con la naturalidad del chico que no perdió el asombro.

Fuera del tiro, Joaquín encuentra equilibrio en el campo y en la pesca. Le gusta sentarse bajo un árbol, en la zona de Las Cejas, camino a Santiago del Estero, con el mate frío en mano. Tiene un compañero inseparable: Bolt, un perro pointer de dos años que llegó a la familia como premio de una competencia. “Es increíble”, resume.

En casa hay seis escopetas; algunas valen miles de dólares. Otras, como la de su padre, tienen más de 80 años y siguen ganando competencias. “No es la flecha, es el indio”, repite Joaquín, entre risas. Su papá dejó de competir para que él pudiera seguir. A veces entrenan juntos y apuestan: el que pierde, limpia la escopeta. Tres horas de ritual, de charla silenciosa entre hombre, arma y destino.

Mientras tanto, estudia Ingeniería Agronómica. Avanza de a poco, una materia por año, pero no abandona. Quiere recibirse, trabajar de eso, tener un título que lo sostenga cuando el deporte no alcance. En su familia también hay nuevas alegrías: Guadalupe, su ahijada de dos años, llegó para desordenar la casa y cambiarlo todo. Sus padres, su hermana y Paula (estudiante de odontología y compañera desde hace más de tres años) completan ese refugio que lo sostiene.

El sueño para 2026 es tan simple como inmenso: seguir disparando. Y si el camino se abre, llevar la bandera argentina a unos Juegos Olímpicos. Cisneros sabe que el blanco está lejos, pero también sabe algo más importante: aprendió a apuntar desde chico. Y a no soltar el arma, incluso cuando el viento juega en contra. (Producción periodística: Carlos Oardi)

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