VUELVE. Franco García atraviesa el receso enfocado en su continuidad y en el nuevo ciclo que comienza en San Martín. Foto de Marcelo Ruiz / Especial para LA GACETA
En San Martín de Tucumán todos saben que hay una palabra que conviene guardar, la más pesada de todas, la que no se ocurre, bajo ningún concepto, mencionar cerca del hincha, del dirigente y, mucho menos, del jugador. Pocos la pronuncian en este deporte porque el fútbol es superstición y gira alrededor del miedo a romper algo que todavía no existe. Franco García lo sabe. El hincha lo sabe. Todos lo saben. Por eso, cuando habla, se mide. Cuando responde, rodea. Y cuando llega a ese punto, frena.
No es casualidad que acepte esta charla justo ahora, en pleno receso, cuando no hay partidos ni urgencias de vestuario y conseguir una charla a corazón abierto suele ser más difícil. El calendario se vació y dejó a los futbolistas frente al tiempo, algo que no siempre miran. “Wachi” está en Chile, resolviendo su situación con el club que alguna vez lo acogió. Son días que invitan a pensar. “Es un momento raro porque no estamos en competencia y uno está acostumbrado a entrenarse para jugar”, dijo. La frase encierra una incomodidad profunda. El cuerpo entrenado para el choque semanal sigue pidiendo domingo; y el domingo no llega.
San Martín también está ahí. En pausa e inquieto. Cuerpo técnico nuevo, decisiones que se cocinan (quizás demasiado) lento y una obligación que flota en el aire desde hace un mes, espesa como la humedad tucumana. El cordobés llega hasta ese borde y se corre medio paso. No la nombra. Jamás de los jamases. “San Martín tiene muchas obligaciones y un solo objetivo que este año no se pudo dar”, expresó. No hace falta traducción. En el mundo “santo” esa palabra se evita, se esquiva, se escribe en la cabeza y se borra con la lengua.
Lo interesante es que García no habla desde la bronca. Todo esto lo dice desde algo más incómodo: el hambre. Fue su primer año en el club y, cuando repasa lo vivido, no se detiene en las estadísticas o en los goles. Va directo a la actitud. “Nunca la negocié”, dijo. Lo repite con una convicción que no necesita ni subrayado, ni negrita, ni cursiva. Jugar bien puede pasar. Entregarse, no. Y aun así, le quedó algo pendiente. “Me quedé con ganas de seguir jugando y de cumplir algo importante para el club”, expresó.
Llegar a Tucumán fue, primero, un desafío futbolístico. Segundo, una prueba personal. “Era una camiseta que pesa y una hinchada que te pide más”, dijo. Y ahí aparece algo que lo define porque lejos de incomodarlo, esa exigencia lo empujó. Le gusta que le pidan. Le gusta no relajarse. Le gusta no regalar nada. Después vino la provincia, el día a día, y el momento en el que Tucumán dejó de ser un punto en el mapa para empezar a ser un lugar.
REFLEXIÓN. El delantero habló de su presente en el club y dejó señales claras de cara a la temporada 2026. LA GACETA / DIEGO ARAOZ
La decisión de querer quedarse fue directa, sin especulaciones de mercado como tantas que circularon. “Cuando terminó el torneo dije que quería quedarme”, expresó. Después aparecen los matices. Porque el fútbol no se decide en soledad. Hay proyectos, hay contextos y, sobre todo, hay señales. Y hay una línea que él marca con claridad. “El proyecto tiene que ser serio y para pelear algo importante”, dijo. No se trata de estar por estar. Eso también es una forma de posicionarse.
En esa elección pesa, y mucho, la gente. La de la tribuna y la de la calle. La que te cruza en el semáforo y la que te manda un mensaje por redes. “Me muestran mucho cariño y eso me hace sentir muy bien”, contó. En un club como San Martín, donde la exigencia nunca afloja, ese respaldo vale oro. No garantiza nada, pero sostiene.
“Wachi” no habla de dramas personales ni de conflictos externos. Dice que no le tocó atravesarlos. Que pudo enfocarse. Que pudo vivir el club sin ruido extra. “Afortunadamente no pasé situaciones difíciles fuera de la cancha”, expresó. En San Martín, donde todo se amplifica cuatro veces, eso también cuenta.
Con el nuevo cuerpo técnico ya hubo charlas. Directas. Sinceras. “Me manifestaron el deseo de que siga y yo dejé claro que quiero estar en el proyecto 2026”, dijo. Después vuelve la prudencia. Depende de factores. De decisiones. De tiempos. Pero la voluntad está dicha.
Cuando llega el momento de hablar de objetivos, García vuelve a hacer lo mismo. No enumera ni vende promesas. “El objetivo es uno solo y hay que cumplirlo con hechos”, expresó. Y ahí aparece el silencio y esa palabra que no se nombra. Tan firme es la cábala que termina contagiando. Después de escucharlo, ni siquiera esta nota se anima a escribirla.
Al hincha le habla como se habla en el vestuario. “Wachi” va cortito y al pie. “Que nos acompañen este 2026 para empujar el barco para el mismo lado”, dijo. Agradece el cariño, los mensajes, el afecto diario. “Vamos a dejar la vida este 2026”, expresó. Y antes de despedirse deja el fútbol a un costado y desea un buen comienzo de año, con tiempo para la familia, que al final siempre termina siendo lo más importante.
Quizás por eso, cuando todo vuelve a ese punto, elige el silencio. No la nombra. No la escribe. No la empuja. La cuida. García sabe que en San Martín hay palabras que se piensan mejor de lo que se dicen. Y mientras tanto, se queda. Que no es poco.








