Javier Milei. FOTO AFP
Javier Milei cierra un gran año para los estándares de un gobernante argentino. Restan diez días de un diciembre que, más allá de las turbulencias sindicales, transcurre con calma social -sin las recurrentes amenazas de estallido del último mes, con las principales variables económicas controladas- y con el oficialismo dominando la escena política.
El plan de reformas, que contiene las asignaturas pendientes de la clase dirigente, sufre traspiés por falta de muñeca y fricciones propias del camino legislativo. Pero, a pesar de los tropiezos y a un ritmo menor al esperado, progresa ante una oposición disgregada y estéril para la generación de propuestas alternativas. En una semana como esta, la tercera de diciembre de hace ocho años, el reformismo de Mauricio Macri enfrentaba una lluvia de 14 toneladas de piedras en el Congreso. Milei está dejando atrás el síndrome 2017 y puede intentar quebrar, con razonable confianza, la maldición del tercer año.
Registra hitos en su haber. El presidente que se candidateó desde un bloque de dos diputados, cuenta desde el 10 diciembre con la primera minoría en la Cámara Baja, un Senado con el bloque peronista más frágil de lo que va del siglo y la ausencia de un rival presidenciable en el horizonte.
El abrupto crecimiento de sus bloques legislativos es el resultado de una audaz apuesta electoral. La contracara de ese éxito la conforman las impericias en la faz arquitectónica, que está mostrando cortocircuitos en la construcción de consensos e incapacidad para aplacar el internismo. Como en el fútbol americano, el equipo y la estrategia en la ofensiva no suelen funcionar en la fase defensiva. El karinismo sorprendió en octubre pero ahora genera innecesarios chisporroteos con el PRO y perturba gestiones del ala dialoguista.
Mientras tanto, la economía se encamina a cerrar el año con un superávit de un 1,7% del PBI y un 5% de crecimiento, de cara a un 2026 en la que puede usufructuar la mayor cosecha de la historia.
Viento a favor y decisionismo
Los números de la macro, la inercia electoral y la ausencia de una oposición cohesionada le regalan una segunda luna de miel al oficialismo. ¿Es la consecuencia de aptitudes y logros de la gestión o el resultado de factores externos? ¿El fenómeno Milei es el producto de Javier y sus estrategas o la encarnación de fuerzas que lo trascienden? Un poco de todo. El Gobierno cuenta a su favor con los dos factores que definen buena parte del destino de las gestiones latinoamericanas: la tasa de la Fed en descenso, alta demanda global de commodities agrícolas. A nivel local, se suma un elemento determinante para los gobiernos no peronistas -condenados hasta ahora a frustrarse antes del final del mandato o, a lo sumo, a llegar al final sin oxígeno ni perspectivas de continuidad-: el viejo movimiento atraviesa su período de mayor debilidad desde el regreso de la democracia.
Milei llegó al test electoral de medio término acompañado por un 41% de votantes que buscó preservar una estética. Agobiados por la memoria del caos previo, que les había robado la posibilidad de calcular y proyectar, el Gobierno acotó las distorsiones generadas por la inflación y el desorden callejero. La elección plasmó una voluntad, ahuyentada por los ecos que anunciaban una regresión, de preservar esa armonía alcanzada con sacrificio.
El mileísmo también es el capítulo local de un fenómeno global caracterizado por la disrupción, el hartazgo ciudadano ante las fallas de la vieja política y nuevos liderazgos con los que el presidente argentino logra sintonías provechosas.
La otra cara de la luna
La Argentina vive un proceso de transformación en la que se consolida una economía dual. Ilusionado por un 2030 en el que muchos economistas vaticinan ingresos en dólares multiplicados por tres con la convergencia de una Vaca Muerta a pleno, los yacimientos mineros en su madurez, los proyectos de IA y otros desarrollos tecnológicos, acompañando a la producción agropecuaria, el oficialismo apuesta a todo o nada a su programa.
El lado B del éxito de este modelo ya se manifiesta en el deterioro que sufren la industria, la construcción y el comercio. 20.000 pymes cerraron y 150.000 personas perdieron sus trabajos en lo que va de la gestión. La apertura abrupta a las importaciones, antes de la sanción del nuevo esquema laboral e impositivo, deja a la intemperie a un segmento que debe competir asimétricamente con productos chinos o provenientes de países que no sufren el “costo argentino”. El programa enfrenta, por ahora sin éxito, el desafío shumpeteriano de crear valor a mayor velocidad que la de la destrucción inherente al proceso. La incógnita es cuál será el nivel de tolerancia social en el cruce del desierto que deja este modelo hasta llegar a la tierra prometida.
El freno en la actividad económica es asociado con la política contractiva del Gobierno. Su guerra antiinflacionaria -el eje del proyecto Milei- lo ha llevado a desoír hasta ahora las exigencias del mercado de acumulación de reservas, por temor a que la emisión de pesos para comprar divisas recrudeciera el incremento de precios. El reciente anuncio de flexibilización del sistema de bandas, que amenazaba con aumentar el atraso cambiario, junto con el compromiso de futuras compras de dólares han mejorado el clima de los agentes económicos y permitió que el riesgo país bajara de los 600 puntos. La sanción de las reformas abriría al Estado argentino un regreso más contundente al mercado de deuda. Esa puede ser la canilla financiera que permita a Milei construir el próximo tramo del puente hacia el 2030 soñado.
El desafío del tercer año será conjugar equilibrio fiscal, crecimiento y una transición que combine flujo de inversiones hacia los sectores estratégicos con una recuperación de la actividad que atenúe los efectos sobre el empleo y los sectores desfavorecidos por el modelo.
Match point
Una de las escenas más recordadas de la filmografía de Woody Allen es la que registra, en la película Match point, el momento en que una pelota de tenis impacta el fleje de una red y queda dando vueltas sobre él en cámara lenta, pudiendo caer de uno u otro lado, definiendo el partido. “La gente teme aceptar cuánto de su vida depende de la suerte, cuánto está fuera de su control”, dice una voz en off.
La Argentina tuvo, este año, su “momento Match point”. Fue entre el 7 de septiembre de las elecciones bonaerenses y el 26 de octubre, el día del triunfo electoral oficialista. Hoy podemos constatar, retrospectivamente, cuán cerca estuvimos del abismo. Hasta el domingo de las elecciones nacionales, los argentinos compraron 36.000 millones de dólares, configurando una de las mayores corridas de su historia.
El clímax de la ópera mileísta se produjo en las 77 horas transcurridas entre la tarde del viernes 19 y la mañana del lunes 22 de septiembre. Hasta el minuto del gong del cierre de mercado de ese viernes se habían comprado 678 millones dólares. El día previo, 379. De persistir esa progresión, antes de que llegara el siguiente viernes, el colapso se tornaba inevitable. El fin de semana se vivió con una calma superficial -por la ausencia de acontecimientos- pero estuvo impregnado de extrema tensión entre quienes advertían la crisis que se precipitaba. En ese limbo temporal se gestaron frenéticas negociaciones entre funcionarios argentinos y sus contactos en Washington. Las negociaciones estuvieron a punto de arruinarse por una filtración periodística. “Si se escapa el dólar, chau Milei” había pronosticado el economista Ricardo Arriazu.
Minutos antes de la diez de la mañana del lunes 22, horario que marcaba la apertura de un mercado que amenazaba con arrasar al gobierno argentino, apareció en la escena del drama argentino la mano exógena del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, para sostener el cuerpo del protagonista de la trama, que caía al vacío. No se configuró una aparición deslumbrante. A tono con la levedad contemporánea, el efecto salvífico derivó de una frase de pocos caracteres plasmada en un tuit que anunciaba que Estados Unidos haría “todo lo necesario” para apoyar a la Argentina.
Fue una bocanada de oxígeno en medio de un episodio de asfixia. La tensión se disiparía completamente, y transmutaría en éxtasis para el oficialismo, recién el 26 de octubre, al confirmarse que el respaldo norteamericano se complementaba con el efecto plebiscitario de las urnas.
El año que vivimos en peligro
En diez días se cierra 2025 mientras se abre el segundo tiempo de un experimento que, a partir de ahora, empezará a definir su naturaleza. Nos acercaremos progresivamente a la posibilidad de comprobar si el período 2023-27 será un paréntesis histórico o el primer tramo de un viraje.
La marca de este año es una ucronía, una crisis eludida. Somos los sobrevivientes de ese 22/9 negro que no fue.
La gestión Milei será lo que el Gobierno haga de lo que Trump y los votos hicieron de ella.








