
Sanguchitos de miga, uno de los platos infaltables en la mesa navideña: "Antes era muy difícil hacerlos en casa"
De comida reservada para ocasiones especiales a infaltable de las mesas tucumanas de Navidad y Año Nuevo, el sándwich de miga se consolidó como una tradición que atraviesa generaciones, clases sociales y memorias familiares.
CLÁSICO. De jamón y queso, con ternera, pollo, y muchas otras variedades, esta comida se convirtió en una infaltable de la mesa navideña.

En las mesas tucumanas de Navidad y Año Nuevo hay presencias que se repiten casi sin ser nombradas. Antes de que llegue el brindis, cuando todavía se sirve la entrada o se estira la sobremesa, aparecen las bandejas: en triángulos o cuadrados, sobre una servilleta de papel y contados para que alcancen.
La realidad es que el “sanguchito” de miga ocupa desde hace décadas un lugar silencioso pero central en las fiestas de fin de año, como una costumbre que se hereda y se reproduce sin demasiadas explicaciones. Lejos de ser solo una elección gastronómica, se volvió en Tucumán una práctica festiva transversal, presente tanto en mesas de familias acomodadas como en hogares más humildes. Su circulación atraviesa generaciones, barrios y contextos económicos, y se mantiene incluso cuando otros rituales familiares se transforman. En muchas casas, no hay 24 ni 31 de diciembre sin platos con sándwiches dispuestos antes de la medianoche.
Cuando el pan de miga no se conseguía fácil
Sin embargo, durante muchos años el sándwich de miga no fue una comida de todos los días. La dificultad para conseguir el pan -que no se vendía por kilo como hoy, sino en grandes cantidades- hacía que su preparación quedara reservada para ocasiones especiales. “Antes era muy difícil hacerlos en casa, porque el pan de miga se compraba en mucha cantidad”, recuerda Martha Fuensalida, una fiel consumidora y hacedora, de 81 años. Por eso, explica, el sándwich de miga aparecía sobre todo en fiestas grandes, como casamientos o celebraciones de fin de año, a menos que se comprara ya preparado en una confitería.
En las casas, la tradición también se construyó con el paso del tiempo y con cambios en el acceso a los ingredientes. Soledad Arévalo (42) y Milagros Arévalo (25), hermanas, recuerdan que durante muchos años los sándwiches de miga no eran una comida habitual, sino algo reservado para ocasiones especiales.
“Cuando yo era chica, el sándwich de miga era de las fiestas. Representaba el fin de año”, señala Soledad. Según recuerda, su preparación estaba ligada también a una cuestión de acceso: “Antes era caro hacerlo. No era algo accesible como hoy. Había muy pocas marcas de fiambres y para la clase media era difícil comprar”.
Milagros, en cambio, creció con la idea de que los sándwiches de miga “siempre estuvieron”, aunque reconoce que esa percepción también está atravesada por el contexto: “Nosotros pensamos que siempre han estado, pero en realidad no. Era algo que se hacía cuando había plata para comprar o para hacerlo”.
Ambas coinciden en que, aunque otras comidas festivas fueron cambiando con los años -del pavo al pollo, del pollo al chancho-, el sándwich de miga fue lo que más persistió. “Eso es lo que quedó”, resume Soledad. “Todo era casero, pero los sándwiches siguieron estando”.
Las confiterías que sabían que diciembre iba a llegar
Esa persistencia no puede pensarse sólo desde el ámbito doméstico. Durante décadas, las confiterías tradicionales cumplieron un rol central en la consolidación del sándwich de miga como comida festiva, ofreciendo una alternativa para quienes no podían -o no querían- prepararlos en casa.
Fundada en 1940, La Estrella de Concepción, es una de esas confiterías que acompañaron la preparación de las fiestas tucumanas a lo largo del tiempo. Ubicada originalmente en una zona estratégica de la ciudad, cerca del ferrocarril y de la antigua estación terminal, fue punto de paso obligado para quienes llegaban por la ciudad.
“Desde que tengo memoria se hacen sándwiches de miga”, cuenta Benjamín Iturbe (55), dueño de la confitería. Aunque no recuerda el año exacto en que se incorporaron, asegura que siempre estuvieron ligados a las celebraciones de fin de año. Con el correr del tiempo, cambiaron algunas prácticas -las cantidades hoy son menores y se reparten entre los invitados-, pero se mantuvieron los sabores clásicos y el sentido del ritual. “La gente los espera para empezar la comida de las fiestas. Son los infaltables”, resume.
Junto a las confiterías que aún siguen en pie, la memoria festiva de los tucumanos también guarda el recuerdo de otras que ya no existen, pero que dejaron una marca difícil de borrar. Entre ellas, El Buen Gusto ocupa un lugar especial en la memoria de la capital. Para muchos, nombrarlo es volver automáticamente a diciembre, a las vitrinas llenas y a la sensación de que las fiestas estaban cerca.
Aunque el local cerró, su recuerdo sigue apareciendo cuando se habla de sándwiches de miga. En conversaciones familiares, en anécdotas repetidas, en la forma en que se evocan las bandejas encargadas con anticipación, El Buen Gusto funciona como un punto de referencia afectivo: un lugar que ya no está, pero que sigue presente en la manera en que se recuerda cómo se celebraba.
El tupper lleno como señal de que las fiestas empezaron
La tradición no se sostiene solo en la memoria de quienes la vieron nacer, sino también en la forma en que se vive en el presente. No habla todavía y ya sonríe. Cuando escucha la palabra “sanguchitos” de miga, Benjamín Bulacio (25) reacciona con un gesto que dice más que la frase que vendrá después.
“Siempre espero esta época del año para comer sanguchitos de miga”, cuenta. Para él, son un infaltable de la temporada y un marcador claro de las fiestas de fin de año. La expectativa no está solo en comerlos, sino en el ritual que los rodea. “Me emociona despertarme el 25 o el 1° y ver la heladera con sanguches”, dice, como si esa imagen marcara el comienzo real de las celebraciones.
“Los sanguchitos siempre han existido”, afirma, y explica que cada vez que se preparan en su casa, el gesto lo devuelve automáticamente a los encuentros familiares de fin de año. En su relato, el sándwich de miga no funciona como un recuerdo lejano, sino como una escena viva, repetida, que se activa cada diciembre.







