Entre el rojo y el celeste: la historia del hincha de Aguilares que divide su corazón entre Racing y Newbery
Roberto Sahian viajó desde Aguilares hasta Santiago del Estero junto a su hija para alentar a Racing. En su ciudad es hincha de Jorge Newbery, los “aviadores” rojos, pero en su alma manda el celeste y blanco de la Academia. Hijo de un fanático de Boca, dice que su padre lo “maldijo” y lo condenó a vivir los 35 años de sequía racinguista
Roberto está mostrando un tatuaje de su escudo de Jorge Newbery.
Roberto Sahian está parado al lado de su auto, estacionado en una estación de servicio cercana al estadio Madre de Ciudades. No es un detalle menor: ahí, entre termos, banderas y la ansiedad de la previa, se entiende mejor su historia. Viajó desde Aguilares acompañado por su hija, con la ilusión intacta y una fe que se forjó a los golpes. Roberto es hincha de Racing. Y también de Jorge Newbery, el club de su ciudad. Y en esa doble pertenencia vive, desde siempre, un conflicto de colores.
“La ‘Academia’ es celeste y blanca. Newbery es rojo”, dice, casi como si se justificara. Los “Aviadores” representan su ciudad, la infancia, el día a día. Racing, en cambio, es una elección visceral, irracional, de esas que no se explican. “No sé ni por qué soy de Racing. La verdad es que no tengo un porqué. Pero desde que tengo uso de razón soy de Racing, y sufrí toda mi vida”, resume.
En su relato aparece una figura clave: su padre. “Era enfermo de Boca”, repite, entre risas y resignación. Y cree que ahí está el origen de todo. “La amargura de su vida fue no hacerme de Boca. Me maldijo”, lanza. La consecuencia fue dura: vivir en carne propia los 35 años de sequía del club de Avellaneda. “Tuve que pasar todo eso”, dice, como si todavía doliera.
Ser hincha de Racing en Aguilares no fue fácil. “La mayoría son de Boca. Entonces uno se abría a las cargadas”, cuenta. Pero en esa incomodidad fue construyendo identidad. “Yo siempre digo que el hincha de Racing es especial. Por el sufrimiento, por todo lo que hemos vivido. Eso nos hace distintos”. Para Roberto, ese camino de frustraciones y esperas interminables terminó moldeando una manera de sentir el fútbol.
La distancia también pesa. Estar lejos de Buenos Aires, de la cancha, de la rutina racinguista, vuelve todo más cuesta arriba. “A veces tengo ganas de irme y no puedo. Ahora que estamos cerca, hay que disfrutar”, dice, mientras mira de reojo el estadio que se levanta a pocos metros. Cada viaje es un esfuerzo, una decisión económica y emocional, pero nunca duda.
Su hija lo acompaña. La pasión, como tantas veces, se hereda. “Toda mi vida fue Racing, y mi hija lo mismo”, afirma con orgullo. Compartir el viaje es también compartir una historia familiar, una forma de estar juntos, de creer.
En Aguilares, además, Racing no está solo. “Hay muchísima gente de Racing y de Newbery”, aclara. Recuerda caravanas, festejos compartidos, los títulos del 2001, del 2014, del 2018. “No somos pocos, somos muchos”, insiste.
El tema de los colores vuelve a aparecer cuando habla de su doble camiseta. “¿Cómo sos de Racing si sos de Newbery y Newbery es rojo?”, le preguntan. Roberto no duda. “Tengo que separar los sentimientos. Y los separo bien. Tengo esa capacidad y lo tengo asumido”, explica. No reniega de ninguno de los dos amores; simplemente los ordena.
Antes de despedirse, se anima a un pronóstico. “Ganamos. Tengo fe”, dice. No sabe cómo, no sabe cuándo, pero cree. Porque ser de Racing, para Roberto Sahian, es eso: creer incluso cuando todo indica lo contrario. Y hacerlo desde Aguilares, al lado de su hija, en una estación de servicio, a metros del Madre de Ciudades, con los colores bien separados pero el corazón entero.








