
CONEXIÓN INESTABLE. La “ambivalencia social” marca a la generación de 18 a 25: muchas conexiones, pero poca estabilidad. / FREEPIK

La idea de que los jóvenes son “la generación más conectada” no encaja del todo con la realidad. Un nuevo estudio de la Universidad de Kansas puso en evidencia algo que muchos sienten en silencio: la soledad no aparece por falta de amigos, sino por la dificultad de sostener vínculos estables en medio de una etapa llena de cambios.
La investigación, publicada en la revista científica Plos One, analizó a 4.812 personas en Estados Unidos y arrojó un hallazgo clave: los jóvenes de 18 a 25 años son quienes más soledad declaran, al mismo tiempo que muestran altos niveles de compañía, amistades y vida social. Esa convivencia entre conexión y malestar fue definida como una “ambivalencia social”.
Los investigadores observaron que los jóvenes y los adultos mayores son los grupos que más amigos tienen y más conectados se sienten. Sin embargo, en el caso de los jóvenes, la soledad sigue apareciendo. ¿Por qué? Porque la desconexión emocional no depende sólo de la cantidad de relaciones, sino de la estabilidad de esas relaciones.
Con el avance de la edad adulta, las rutinas y los vínculos tienden a asentarse, lo que reduce la soledad. En cambio, quienes transitan la “adultez emergente” viven una verdadera montaña rusa: mudanzas, cambios académicos, nuevos trabajos y rupturas que desordenan lo afectivo.
FALTA DE RUTINA. Aunque no les cuesta hacer amigos, los jóvenes sienten que no pueden dedicarles tiempo ni continuidad. / FREEPIK
La paradoja de los 20: vínculos fuertes en vidas inestables
La mayoría de los encuestados quedó dentro del grupo “ambivalente”: jóvenes con muchas amistades y apoyo afectivo, pero también con altos niveles de estrés social. Este segmento comparte rasgos claros: es más joven, tiene mayor nivel educativo y vivió más transiciones en el último año.
Esos cambios —mudarse, empezar o dejar una carrera, cambiar de empleo, terminar una relación— rompen las rutinas que sostienen los vínculos. Los autores explican que esto afecta la llamada “seguridad ontológica”, la sensación de estabilidad emocional que dan los hábitos cotidianos. En simple: no faltan amigos, falta tiempo, continuidad y calma para cuidarlos.
De hecho, muchos jóvenes afirmaron que no les resulta difícil conocer gente nueva y que sus amigos suelen estar presentes para celebrar sus logros. El problema aparece en la gestión del tiempo: estudiar, trabajar o emprender proyectos deja poco margen para profundizar esas relaciones.
GRUPO DE AMIGOS. Una investigación de la Universidad de Kansas muestra que la soledad no depende de la cantidad de amistades, sino de la inestabilidad emocional y social típica de los 18 a 25 años. / FREEPIK
Cuando el tiempo no alcanza
Esa tensión entre tener conexiones y no poder dedicarles tiempo explica por qué alguien puede sentirse acompañado… pero a la vez solo. En contraste, el grupo con la “mejor salud social” estaba compuesto por adultos mayores, cuyas vidas muestran menos cambios y más rutina, un terreno fértil para sostener vínculos sólidos.
La investigación desmonta una idea instalada: la soledad juvenil no surge por tener pocos amigos ni por falta de habilidades sociales. La etapa de los 18 a los 25 años es, simplemente, un período de movimiento constante, y esa inestabilidad impacta en la capacidad de mantener relaciones profundas.
Entender esto puede ser un alivio. La soledad en los jóvenes no es un fracaso personal, sino un reflejo de un momento vital lleno de transiciones. Y también marca algo esencial: para sentirse acompañados no alcanza con tener gente alrededor, sino que se necesita tiempo, continuidad y espacios reales para construir intimidad.







