PARA TODOS LOS GUSTOS. Los anglicismos se instalaron desde hace un tiempo en nuestro lenguaje.
Si bien no se trata de un fenómeno novedoso, la irrupción de anglicismos -palabras del inglés empleadas en otras lenguas- en el habla o en la escritura cotidiana del argentino se convirtió en una señal de época. En publicidades, en la jerga tecnológica, en la charla juvenil y hasta en ámbitos académicos, los anglicismos avanzan con una naturalidad que da cuenta de un cambio cultural profundo, y que sorprende incluso a lingüistas.
En nuestro país, su expansión puede rastrearse a partir de mediados del siglo pasado; pero en las últimas tres décadas adquirió una fuerza inédita, impulsada por la globalización, por la cultura pop y por la tecnología, entre otros.
Lingüistas destacan que el español siempre sumó voces foráneas. Además, un principio básico del lenguaje -en especial, del habla- es que se trata de un organismo vivo: se transforma, se mezcla, se contamina, se expande y se retrae según las necesidades del usuario.
No obstante, según coinciden organismos como la Real Academia Española (RAE) y el Instituto Cervantes, la magnitud actual del influjo inglés -particularmente, el de Estados Unidos- es excepcional. Explican que este país se empoderó tras la Segunda Guerra Mundial, que no sólo quedó consolidado como potencia política y militar, sino también económica y cultural. Y esa hegemonía se filtró de manera progresiva en el entretenimiento, en la tecnología y en el comercio. En la Argentina, la publicidad, el cine y la música fueron los primeros vectores.
Durante las décadas del 60 y del 70, términos como show, rock, hit, boom o fans comenzaron a instalarse con fuerza. Incluso, en ámbitos propios de la lengua española y, en menor medida, portuguesa: baste destacar que el más grande movimiento literario de América latina pasó a la historia con un nombre que resulta casi un oxímoron: “Boom latinoamericano”. La industria deportiva hizo su parte al incorporar términos como manager, foul, corner o handicap, que se volvieron habituales en crónicas y en transmisiones. El crecimiento de la computación en los 80 trajo una segunda oleada: mouse, software, hardware, file, chip. Estos vocablos se hicieron parte del habla cotidiana.
Y ya más cerca de nuestros días, expertos hablan de una tercera etapa, a partir del fenómeno de la revolución digital. Plataformas de streaming -Netflix, Spotify o YouTube- se convirtieron en fuentes globales de contenidos. Y términos como playlist, trailer, spinoff o spoiler, entre otros, se colaron hasta en la mesa familiar de los domingos.
Y ni hablar del poder de las redes sociales, que hasta generaron verbos que ya forman parte del uso diario de casi todos: postear, tuitear, likear o scrollear. Algunas de estas formas, incluso, ya fueron incorporadas al diccionario de la RAE.
Ahora bien, ¿por qué preferimos un anglicismo cuando el español ofrece una palabra equivalente? Especialistas se centran en tres hipótesis. La primera es una característica de todo lenguaje humano: la economía. El inglés, a raíz de su estructura más analítica, admite palabras más cortas y contundentes: spam frente a “correo basura”, staff frente a “equipo de trabajo”, playlist frente a “lista de reproducción”, spin-off frente a “serie derivada”, entre muchísimos otros. Claramente el castellano compite en forma desventajosa contra los anglicismos, en este aspecto.
La segunda teoría es sociocultural. El inglés funciona como símbolo de modernidad, de innovación y de pertenencia global. Desde universidades públicas del país señalan que muchos hablantes sienten que usar un anglicismo “eleva” su expresión o la vuelve más profesional, aun cuando exista un equivalente válido en español.
La tercera explicación es funcional. En ámbitos técnicos -la informática, las finanzas, la música, el deporte- el inglés opera como lengua franca. Programadores, músicos y deportistas argentinos conviven con manuales, software y terminología en inglés; y esa familiaridad se traslada al habla.
¿Todo mal?
Especialistas admiten que el fenómeno no es necesariamente negativo, pero señalan que exige conciencia lingüística. Destacan que no debe ser entendido como problema, sino como un proceso lingüístico esperable en un mundo globalizado.
El instituto cervantes recuerda que el español tiene suficientes recursos para expresar todo lo que el hablante necesita. En todo caso, el desafío no estriba en prohibir los anglicismos, sino en usarlos con criterio: distinguir cuándo aclaran una idea y enriquecen la comunicación, y cuándo, por el contrario, reemplazan innecesariamente una palabra y atentan contra la comprensión del texto.
¿Hay formas de evitarlos? Quiénes se resisten a usarlos
Mientras gran parte de América latina incorpora a su oralidad y a su escritura anglicismos a toda velocidad, algunos países de habla hispana privilegian palabras propias. España es el caso más destacado: aunque allí también circulan voces foráneas, el hablante muestra más resistencia a adoptarlas, y las instituciones fomentan activamente el uso del castellano. La Fundéu RAE -fundación integrada por la Real Academia Española y la agencia EFE- se convirtió en referente internacional en recomendación de alternativas válidas y comprensibles. Según un análisis publicado por el diario “El País”, el rechazo a los anglicismos responde tanto a una política lingüística estatal como a una percepción cultural de que el castellano ofrece suficientes recursos expresivos. Debido a eso, en España la preferencia de términos como “transmisión” en lugar de streaming, “teléfono inteligente” en lugar smartphone, y “ratón” en lugar de mouse, entre otros, resulta esperada.
Chile y Colombia también figuran entre los países donde la influencia anglosajona avanza más lentamente. El diario colombiano “El Tiempo” publicó un análisis que da cuenta de que los sistemas educativos de ese país suelen preferir terminología propia antes que el préstamo directo.
Para quienes deseen reducir o evitar el uso de anglicismos, existen recursos confiables y gratuitos. En primer lugar, obras académicas. El “Diccionario de la lengua española” y el “Diccionario panhispánico de dudas” -ambos, de laRAE- ofrecen alternativas claras a la mayoría de los anglicismos de uso común. El Instituto Cervantes propone guías que ayudan a sostener un castellano preciso sin renunciar a la naturalidad. Y el sitio Fundéu RAE también brinda alternativas a vocablos de habla inglesa.
Si se prefiere comprar un libro, “Defensa apasionada del idioma español”, de Álex Grijelmo, o “Escribir en internet”, de Fundéu RAE, abordan el fenómeno desde una mirada crítica, pero equilibrada. Coinciden en que la solución no es demonizar la influencia foránea, sino rescatar la capacidad expresiva del español. También ayudan las columnas lingüísticas publicadas en algunos medios -“La Nación”, de manera discontinua, “El País” (“la punta de la lengua”) o la agencia EFE-, que advierten sobre usos impropios y sobre modas pasajeras, y sugieren opciones.
En las redes sociales, organismos oficiales como la Fundéu RAE, la RAE y el Instituto Cervantes mantienen cuentas activas, donde responden consultas y explican en lenguaje accesible las razones por las cuales conviene elegir un término español antes que uno inglés cuando ambos cumplen la misma función comunicativa.
En un escenario cultural cada vez más globalizado, cuidar el idioma no implica cerrarse al mundo, sino reforzar la conciencia sobre la riqueza del castellano. Los países que han logrado mantener ese equilibrio ofrecen una lección valiosa: la lengua evoluciona, sí, pero su fortaleza depende, en buena medida, de la voluntad de quienes la hablan.
Los más usados
Spinoff
Origen: del inglés spin-off, “escisión”, “derivado”. Uso: se aplica a series o películas que se desprenden de otra obra original. Alternativa en castellano: serie derivada, producción derivada.
Playlist
Origen: play list, literalmente “lista de reproducción”. Uso: selección de canciones o videos en plataformas digitales. Alternativa en castellano: lista de reproducción.
Spoiler / spoilear
Origen: del verbo inglés to spoil, “estropear”, “arruinar”. Uso: revelar partes importantes de una trama. Alternativa en castellano: arruinar la historia,
Streaming
Origen: de to stream, “transmitir en flujo continuo”. Uso: ver o escuchar contenidos online sin descargarlos. Alternativa en castellano: transmisión en línea.
Postear
Origen: to post, “publicar”. Uso: subir contenido a redes sociales. Alternativa en castellano: publicar.
Tuit / tuitear
Origen: tweet / to tweet, “piar”, y por extensión, “publicar en Twitter” (hoy llamado X). Uso: publicación breve en redes sociales. Alternativa en castellano: mensaje o publicación (aunque tuit ya está aceptado oficialmente).
Like / likear
Origen: to like, “gustar”. Uso: marcar que algo “te gusta” en una red social. Alternativa en castellano: dar un “me gusta”.
Delivery
Origen: delivery, “entrega”. Uso: servicio de envío de comidas o productos. Alternativa en castellano: reparto o entrega a domicilio.
Chat / chatear
Origen: chat, “charla”, “conversación informal”. Uso: conversación digital por texto. Alternativa en castellano: charlar, conversar por mensajería.
Feedback
Origen: feedback, “retroalimentación”. Uso: devolución o comentario sobre un trabajo. Alternativa en castellano: devolución, comentario, observación.
Staff
Origen: staff, “equipo” o “plantel de trabajo”. Uso: conjunto de empleados o colaboradores. Alternativa en castellano: equipo, personal.
Marketing
Origen: marketing, “mercadotecnia”. Uso: estrategias para promocionar productos o servicios. Alternativa en castellano: mercadotecnia, comercialización.
Gamer
Origen: gamer, “jugador”. Uso: persona aficionada a los videojuegos. Alternativa en castellano: jugador de videojuegos.
Online
Origen: online, “conectado”, “en funcionamiento en la red”. Uso: actividades que se realizan por internet. Alternativa en castellano: en línea, en internet.








