ORGULLO Y DESAHOGO. Atlético rompió su propio silencio con una victoria que alivió al plantel y encendió a la gente. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL
Durante mucho tiempo, Atlético jugó contra sí mismo. Por eso, la noche del domingo estaba densa en el “José Fierro”. Todo era consecuencia de la carga invisible que dejan los meses difíciles, cuando un equipo siente que ya lo soportó todo. Atlético necesitaba ganar, más que respirar. Atlético necesitaba ganar. Lo hizo 2 a 1 sobre Godoy Cruz y, por un instante, todo pareció volver a su lugar. Y ahora sí, hubo una certeza: esta vez, el sufrimiento tuvo recompensa.
Hugo Colace lo supo enseguida. En la sala de prensa reconoció que la victoria tuvo algo más que táctica. “El equipo jugó con el corazón”, dijo, y la frase no sonó como un lugar común. Era, literalmente, lo que había pasado. “En este momento no es fácil jugar en casa. La gente ayudó muchísimo; ese empuje nos hizo ganar el partido”, agregó, antes de cerrar con un resumen que también servía de explicación. “Sabíamos que era una final y la jugamos como tal”, finalizó
La escena, por fin, le devolvía algo de aire a un club que había vivido uno de los años más agitados de su etapa moderna. Pasaron tres técnicos (Facundo Sava, Lucas Pusineri y ahora Colace), una victoria inolvidable ante Boca por Copa Argentina, y un derrumbe doloroso tras el partido con San Lorenzo que dejó heridas expuestas. Hubo incertidumbre, conflictos, miedo, y un silencio que se parecía (demasiado) al de la resignación. Nadie, ni los más viejos, se acordaban de un Atlético tan cerca de los puestos de descenso, tan frágil y al mismo tiempo tan necesitado de su propia gente.
Por eso la victoria contra Godoy Cruz fue una tregua con la historia. Colace entendió rápido que no era momento para inventar nada. Se refugió en un 4-4-2 clásico. Atlético no jugó lindo, y eso está bien. En el fútbol, a veces, resistir también es una forma de ganar.
En el vestuario, el alivio y el cansancio fueron los protagonistas. Guillermo Acosta, el capitán, fue el primero en hablar. “Nos dolió mucho lo que pasó, pero ahora los tres puntos en casa nos ponen contentos”, dijo, con una sonrisa que parecía más de paz que de festejo. “Siempre estuvimos unidos. Lo que pasó con San Lorenzo hizo que la unión sea todavía más fuerte”, agregó. Volvió a ser titular después de meses y lo sintió en el cuerpo. “Cansado estoy. Hace tres o cuatro meses que no jugaba desde el arranque, pero tenía ganas de estar en el once”, afirmó. A “Bebe” lo sostenía la creencia de que el tiempo no le quitó el fuego.
A unos metros, Carlos Auzqui escuchaba atento. “Sabíamos que era un partido importante, con gusto a final. Había que ganar como sea, en nuestra casa y con nuestra gente”, expresó. No lo dijo como una metáfora. El 2-1 fue una batalla corta y ruidosa, con poco espacio para el juego. “Ellos tenían la pelota, pero no había preocupación. El 2-1 fue una jugada desafortunada. Ahí hay ansiedad, miedo a que lo empaten, pero estuvo controlado. Hicimos un esfuerzo bárbaro y lo tenemos merecido”, afirmó.
Marcelo Ortiz, autor del segundo gol y figura, habló despacio, midiendo cada palabra. Su gol fue un golpe directo al corazón de la angustia. “Era un partido muy complicado que pudimos sacar adelante. Teníamos la presión de la localía, pero fuimos contundentes a la hora de golpear”, sostuvo. Todavía pesaba el banderazo del día anterior, donde la hinchada había ido a pedir entrega y esperanza. “La visita fue netamente positiva. Hubo aliento constante. Hoy el partido fue otra cosa”, expresó. Después, bajó el tono y se permitió una reflexión más profunda. “La mochila del descenso es difícil de cargar. Vamos a jugar por todo o nada. En Lanús vamos a dar todo. Queremos conseguir la clasificación”, afirmó.
Había algo en sus palabras que no se había escuchado en todo el año. Ortiz, con seis temporadas en el club, entendió el contexto mejor que nadie. “Si apuntamos a alguien echándole la culpa estamos cometiendo un error. Un club lo forman los hinchas. Hubo conflicto interno y pedimos solución. Ojalá sirva de acá en adelante. Hoy ganamos un partido difícil y seguimos en Primera”, dijo. Fue una advertencia y una confesión.
Damián Martínez, de los más sólidos en el fondo, también encontró espacio para el agradecimiento. “Jugamos con todo en contra, con presión extra, pero estuvimos a la altura”, expresó. Y enseguida agregó lo que se había sentido desde las tribunas. “Hay que agradecerle a la gente que estuvo alentando desde el primer minuto”, dijo. Cuando le preguntaron por qué habían ganado, fue simple. “Hicimos fuerte la localía. Sabíamos que acá no podían llevarse nada y así fue. Entramos concentrados, jugamos una final y conseguimos los tres puntos”, afirmó.
Gianluca Ferrari, todavía agitado, eligió la honestidad. “No creo que hayamos jugado buen fútbol, pero ganamos, que era lo importante”, dijo. La frase podría servir como resumen del nuevo ciclo. Menos belleza, más eficacia. “Hay alivio, y ahora apuntar a clasificar a los playoffs”, agregó.
El vestuario fue, por fin, un lugar liviano. Se abrazaron, se rieron y hablaron de lo que costó llegar hasta ahí. El triunfo no fue un final feliz, pero si un punto de partida. Porque Atlético todavía tiene una cita pendiente. El viernes, ante Lanús, Atlético saldrá a escribir el último capítulo de un año que se negó a rendirse.
“Estamos muy cerca y queremos ir a ganar”, dijo “Bebe”. Ahí se encierra el ánimo de todo el grupo. Seguir, aunque duela, aunque la tabla todavía no esté cerrada.
Después de un año que lo hizo caminar por el borde, Atlético volvió a respirar. Fue como el final de una película en la que los protagonistas pasaron por todo y, al fin, pueden sacarse la mochila de encima. Miran cara a cara a sus propios demonios y entienden que ya no pesan igual.
Así sonaron las declaraciones de los jugadores, con la sensación de haber sobrevivido a algo más grande que un torneo. Los créditos finales todavía no aparecieron. Quedan 90 minutos más para seguir grabando la historia.
Y cuando un equipo logra reconocer a los fantasmas que lo persiguieron todo el año, entiende que el verdadero triunfo fue no dejarse vencer por ellos.







