Llegaron desde Colombia, vinieron a probar suerte en la Liga Tucumana y sueñan con ser futbolistas profesionales

Viajaron desde Cali y Medellín para probar suerte en el fútbol tucumano. Hoy viven en Alberdi, entrenan con Marapa y sueñan con que el sacrificio se transforme en recompensa

En Alberdi, Kevin Mosquera sueña con crecer en el fútbol tucumano. En Alberdi, Kevin Mosquera sueña con crecer en el fútbol tucumano.

En Alberdi, en las calles donde el silencio se interrumpe con los gritos que nacen desde la cancha de Marapa, el fútbol late como un pulso inagotable. Allí conviven dos jóvenes que llegaron desde Colombia para reinventarse: Kevin Mosquera y Tomás Rodríguez. Uno es delantero, el otro defensor. Uno se crió a metros del estadio de América de Cali, el otro nació en Medellín, en un barrio donde las canchas de arenilla eran la escuela más honesta. Ambos comparten un departamento, entrenamientos diarios y la certeza de que el fútbol argentino les está tallando la piel.

La rutina es sencilla y a la vez exigente. Marapa les ofrece techo y comida, y ellos responden con disciplina. Cada mañana se trasladan a las prácticas junto a otros compañeros de distintas provincias. La casa que comparten se ha vuelto un refugio en medio del desarraigo: allí se cocinan recuerdos, bromas y conversaciones en el idioma de la nostalgia, el de Colombia, ese que todavía se les escapa en las sobremesas.

La adaptación no fue inmediata. Cambiar de país, de acento, de comida, duele en los primeros meses. Tomás, el más joven, de 20 años, siente que lo que más cuesta es la distancia familiar, la falta de los abrazos cotidianos. Kevin, en cambio, arrastra una promesa: la de algún día poder llamar a su madre y a sus abuelos, con quienes vivía en Cali, y decirles que valió la pena, que el sacrificio tuvo sentido. 

Orígenes distintos, mismo destino

El camino de cada uno fue distinto, aunque el punto de llegada los unió. Tomás dio sus primeros pasos en La Milagrosa, un barrio de Medellín donde el club Maracaneiros enseñaba fútbol entre el polvo de una cancha de arenilla. Allí aprendió a golpear la pelota y a sentir que el juego era más que un pasatiempo. Desde ahí saltó a Molino Viejo y luego se coló en las inferiores de Atlético Nacional. La ironía de la vida lo llevó más tarde a las juveniles de Independiente Medellín, el club del que siempre fue hincha. 

Kevin, en cambio, nació prácticamente en las tribunas de América de Cali. Desde niño lo acompañó la pasión por ese escudo, y a los ocho años comenzó en Colombianitos, un club de barrio en El Hormiguero. Muy pronto entró a las divisiones menores de América, donde permaneció casi una década. Allí vivió la euforia de títulos juveniles y también la tristeza de las oportunidades que se esfumaron. Una fractura en el pie lo frenó justo cuando estaba cerca de debutar en Primera. Cambió el técnico, cambió la historia, y el sueño quedó en suspenso. 

El golpe lo obligó a empezar de nuevo en Atlético de Cali, en la segunda división. Desde allí, y gracias a su condición de profesional, surgió la chance de emigrar. Graneros lo pidió a prueba cuando desembarcó en Tucumán, y finalmente Marapa le abrió la puerta definitiva.

Tomas Rodríguez representa a una generación que persigue su sueño lejos de casa. Tomas Rodríguez representa a una generación que persigue su sueño lejos de casa.

El aprendizaje tucumano 

El contraste entre el fútbol colombiano y el tucumano es una lección diaria. Allá, recuerdan, prima la técnica, la paciencia para hilvanar paredes, el cuidado del pase. Acá, en cambio, cada jugada es un duelo físico, un choque que exige garra y resistencia. Ese roce se convirtió en un aprendizaje que los va moldeando.

La Liga Tucumana les mostró una pasión desconocida. Descubrieron que en el norte argentino el hincha es incondicional, que no abandona aunque el resultado sea adverso. Esa fidelidad, creen, es lo que diferencia a estas canchas de las de segunda división en Colombia, donde la asistencia se evapora con las caídas.

Alberdi, además, les enseñó costumbres nuevas. Kevin se enamoró de las empanadas y del asado compartido, de esa idea de que una pizza puede reunir a un barrio entero. Tomás, más reservado, se sorprende cada día de la calidez de la gente que los rodea.

El desarraigo y la promesa

Los dos saben que emigrar implica dejar un vacío. Tomás extraña a los suyos en Medellín y lo reconoce como la parte más difícil de su aventura. Kevin carga con la ausencia de su madre y de sus abuelos, a quienes dejó en Cali. Pero ese dolor se transforma en impulso. Él se prometió regresar con noticias grandes: que algún club importante lo fiche, que la apuesta de cruzar fronteras se vea recompensada. Esa promesa es la que lo despierta cada mañana y lo empuja a entrenar con el alma.

El defensor, en cambio, lo ve como una etapa de crecimiento. Siente que Tucumán es una universidad: un espacio donde aprende a defender con rudeza, a convivir con otras culturas y a madurar lejos de casa.

Más que fútbol

Ambos traen consigo sueños paralelos. Kevin, políglota -maneja inglés, francés y portugués además del español-, estaba a un semestre de recibirse en la licenciatura en lenguas que cursaba en Cali. Postergó ese camino porque entendió que el fútbol no espera. Tomás, con menos recorrido académico, se enfoca en absorber todo lo que pueda de cada partido, convencido de que cada minuto en la cancha vale como una clase magistral. 

Dos jóvenes, un horizonte

Kevin y Tomás saben que su historia apenas empieza. Marapa es hoy su hogar, pero el horizonte está abierto. Tucumán se les presentó como un lugar desconocido, casi un mapa en blanco. Hoy lo recorren con gratitud, con la certeza de que cada domingo están construyendo una biografía que sus familias siguen a la distancia.

Ambos entienden que el fútbol es un viaje de incertidumbre, lleno de tropiezos y oportunidades que aparecen y desaparecen. Pero mientras corran detrás de la pelota en Alberdi, mientras la hinchada siga alentando aunque el marcador no sonría, ellos continuarán creyendo que este esfuerzo tiene destino.

Porque detrás de cada barrida de Tomás y de cada desmarque de Kevin, late la misma esperanza: la de volver un día a Colombia con la frente en alto y la promesa cumplida.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios