GAUCHOS SALTEÑOS. Esta imagen fue tomada por Aldo Sessa e ilustra uno de sus tantos libros.
Esta semana se produjo un nuevo aniversario de la muerte de Ricardo Güiraldes y el episodio nos puede servir como excusa para reflexionar sobre el norte, el centralismo y la construcción de identidades. Si bien la única responsabilidad del autor de “Cuentos de muerte y de sangre” fue haber sido un buen y prolífico escritor, de algún modo curioso la literatura y otras casualidades parecen haberlo ubicado como la expresión de una idea de país -tan vieja como la argentinidad misma- a la que le cuesta ir más allá de los límites de la provincia de Buenos Aires.
“El gaucho Martín Fierro”, de José Hernández, y “Don Segundo Sombra”, de Güiraldes (de cuya muerte se cumplieron 98 años el miércoles), entre otros personajes algo menores, aparecen como los arquetipos del gaucho argentino. Pero en realidad son recortes de la figura de un tipo de hombre rural: el de la región pampeana y bonaerense del siglo XIX y de los primeros años del XX, con sus modismos, costumbres y tradiciones. A pesar de la distancia geográfica y temporal, son las figuras que se estudian en todas las escuelas del país. Entonces, es inevitable hacerse algunas preguntas: ¿qué pasará por la cabeza de un chico salteño, por ejemplo, que ha tenido que leer en clases a Hernández cuando observa los desfiles del 20 de febrero o del 17 de junio en su provincia? ¿Qué tendrá que ver aquel personaje perseguido en las llanuras del sur con los hombres que lucharon y murieron por la independencia a las órdenes de Güemes en alguna quebrada o en el monte? ¿O con los que hoy trajinan los campos detrás de la hacienda envueltos en sus coletos y protegidos por los guardamontes, dos elementos desconocidos en las pampas bonaerenses? ¿Habrá algún “Martín Fierro” o un “Don Segundo Sombra” del norte, es decir, alguna obra en la que los salteños, los jujeños y los tucumanos podamos encontrar un grado mayor de identificación para reforzar nuestra identidad regional? No se trata de banalidades telúricas: hoy puede operar como un diferencial que les aporte valor a nuestros hijos en un mundo hiperconectado, atribulado por la inteligencia artificial y con una tendencia a diluir las individualidades.
Del monte a la tinta
Cruz Guíez fue un hombre que sin saberlo -o sabiéndolo, pero sin entenderlo del todo- vivió dos vidas: por un lado, fue peón y puestero de una vieja estancia salteña y, al mismo tiempo, un personaje literario. Raúl Aráoz Anzoátegui lo definió como “un cazador de tigres”, es decir, de pumas. Pero fue eso y mucho más: fue un jinetazo, hábil en las tareas del monte, un hombre cabal que entabló un vínculo silencioso y profundo con la naturaleza que lo rodeaba y que encarnó lo valores de un tiempo (entendido como una forma de enfrentar la vida y las faenas de campo) que todavía perdura lejos de las ciudades, en algunos rincones de los cerros de esta región. Vivió en la estancia El Rey (hoy, parque nacional) y aparece retratado con admiración y afecto en las memorias de Roberto Luis Patrón Costas, uno de los últimos dueños de aquella heredad. Pero sobre todas las cosas, Guíez fue uno de los personajes de “Los gauchos”, de Juan Carlos Dávalos, obra que tal vez encaja como ese “Martín Fierro” norteño por el que nos preguntamos más arriba.
Hay otros personajes del escritor salteño que también pueden cumplir con el mismo papel. Por ejemplo, Amadeo Alzogaray o Antenor Sánchez. Pero Guíez posee un rasgo que lo hace especial: es un puente entre Dávalos y Güiraldes, quienes se conocieron en Salta y compartieron una temporada en el campo. Allí, el bonaerense trató al puestero y lo convirtió en personaje de uno de sus cuentos, al que tituló “Andando”. Este hecho exime a la literatura de una responsabilidad que sí pesa sobre los que han ejercido y ejercen una concepción centralista de la política. Ellos han moldeado una cultura identitaria que ha invisibilizado o reducido al rol de actor de reparto todo aquello que llega desde el interior del país, y que propone como modelo lo que se recorta cerca del puerto. Esta no es una práctica que pueda achacarse a una sola generación de dirigentes. Viene desde el fondo del tiempo e incluso llega hasta nuestros días: desde 2010, los argentinos recordamos con un feriado nacional la escaramuza de Vuelta de Obligado, ocurrida frente a las costas de la provincia de Buenos Aires en tiempos de Rosas. Sin embargo, un hecho clave para la independencia argentina, como la batalla de Tucumán, es apenas un festivo provincial que pasa casi inadvertido fuera de los límites tucumanos. Esta postergación crónica se derrama en otros campos: en la coparticipación de los recursos, en la distribución de la riqueza, en la educación, en las obras públicas, en las cargas impositivas y en un largo etcétera que excede por mucho la intención de este texto.
Un territorio literario
Leonor Fleming, quien ha dirigido la colección “Biblioteca del norte”, considera que no es casual que las obras de Güiraldes y de Dávalos (también la de Horacio Quiroga) hayan sido contemporáneas, porque en las primeras décadas del siglo XX, los escritores argentinos se empeñaron en crear desde la particularidad de sus regiones. Y así se constituyó una imagen de país que fue la suma de estas miradas locales. En todos ellos, el tema del vínculo del hombre con la tierra fue central. En el caso del norte, lo inauguró Juana Manuela Gorriti con “La tierra natal” y lo continuaron Daniel Ovejero, Manuel Castilla, Aráoz Anzoátegui, Raúl Galán y -más cerca en el tiempo- Héctor Tizón, entre muchos otros. Justamente Dávalos, en palabras de Fleming, fundó un territorio literario, porque impuso una manera de ver el norte.
Quizás el ejemplo de aquellos intelectuales -algunos injustamente olvidados- pueda iluminarnos: no hace falta ubicar una región y sus universos por encima de otras. En vez de reemplazar a Fierro por Guíez o a Sombra por Antenor Sánchez (el del “Viento blanco”, que también vivía de arrear hacienda, como don Segundo; la diferencia es que uno lo hacía en el llano con vacas ajenas y el otro, a través de los Andes con las propias), por qué no hacerlos convivir en las currículas escolares. Ojo: no va a ser fácil. A los prejuicios, a la ignorancia y a la burocracia hay que sumarle la odisea que implica conseguir un PDF o un ejemplar de “Los Gauchos”, inclusive en Mercado Libre, donde muchas veces es posible hallar algunas joyas. Frente a la indiferencia o a la falta de interés de las editoriales, tal vez las universidades o los Gobiernos provinciales (que suelen aturdirnos con consignas localistas, especialmente en tiempos electorales) pueden tomar la posta.








